Travis Birds destapa sus deseos más salvajes en las Noches del Botánico

Por Mariano Velasco

Tiene Travis Birds esa preciada particularidad que no poseen muchas artistas y que consiste en que, aunque escuches temas suyos por primera vez, sabes a quién pertenece la inimitable voz que los está interpretando, no hay manera de equivocarse. Es la suya una voz peculiar y muy diferente a las demás, con ese deje que aúna en una combinación casi imposible melancolía, rebeldía, ternura y un pelín de indiferencia – se me antoja que esta misma mezcla se le agita también a esta mujer en la profundidad de su enigmática mirada – y que a poquito que te descuides te atrapa y te enamora. Si la comparamos con voces masculinas, el referente más cercado que se me ocurre es el de un tal Leiva. Tal vez por eso es que últimamente hayan coincidido ambos en más de una colaboración, como lo hacen en Grillos, tema que Travis interpretó en solitario en el magnífico concierto que ofreció el martes 11 de junio en el muy coqueto espacio de la Noches del Botánico de Madrid, presentando su último disco, el tan variado como inspiradísimo Perro deseo.

A esta gira ha incorporado Travis Birds una banda muy potente y nuevos sonidos de viento (le deben gustar especialmente los trombones y las trompetas a la madrileña, porque además de llevar una tatuada en su muñeca, compuso un bellísimo “bolero para un trompeta”). El caso es que el concierto del martes se arrancó por ahí, nada menos que con las notas de El Padrino, y a semejante propuesta cinematográfica (hubo más guiños al cine, como la inevitable Thelma y Louise y el que ella misma lleva en su nombre) le siguió ya el desfile de excelentes títulos, comenzando por A veces sueño, toda una declaración de intenciones de lo que es este último trabajo de Travis, además de un derroche de puro talento, un imaginario de sueños, ilusiones y deseos de naturaleza animal de una artista inimitable que parece apostar por aparcar su lado más oscuro, ese que, siempre sin perder de vista la delicadeza y la sensibilidad que la caracterizan, adquiría mayor peso en sus dos trabajos anteriores:

“A veces sueño que sigo despierta,

me meto como en espiral,

Voy navegando como hace un cometa

a través del espacio estelar,

No me canso, siempre sigo el rastro

si lo huelo cerca”.

Luego fueron sonando uno a uno Cada minuto, Madre conciencia, Peligro, Urgente, Perro deseo… así hasta llegar a la mencionada Grillos, de la que la propia artista ha dicho que tiene mucho de “canción refugio” y no le falta ni pizquita de razón, porque uno se siente muy a gustito, como diría el otro, y no por lo de “la cerveza que con na me sube”, que también, sino porque lo que cuenta es muy de estar con quien te gusta, como te gusta y donde te gusta:

“Que tengo un túnel al espacio exterior,

si tú quieres lo cruzamos y vemos el sol.

Si prefieres nos quedamos

en mi habitación

cogiditos de la mano,

escuchamos los grillos

que ya están tocando”.

Talento a raudales el que destila Travis Birds no solo con su voz, sino también con su personalísima manera de escribir y de contar historias seguro que unas más personales que otras, que reúnen desasosiego y esperanza, resultan a veces obsesivas, puede que oscuras e inquietantes, pero que derraman también su punto de locura y de ternura y, sobre todo, una estremecedora sinceridad:

“Cuando no ves,

me pongo a inventar un relato dorado en el que pudo ser,

y que cuando te miro encuentran mis ojos en tu recorrido,

y yo soy tu capricho

y bailamos juntitos”.

El talento que derrocha esta mujer no dejó de fluir durante sus casi dos horas de actuación, poniéndose “romántica”, “nostálgica”, “magnética” y “estúpida” cuando toca (qué bien rima la jodía las esdrújulas en Una romántica), dejándose lleva hasta el mismísimo infierno si algún admirador con aire perverso se encuentra entre el público y le clava la mirada (Cuando Satán vino a verme) y arrastrándose por el barro como cuando se sienta frente al teclado, iluminada por dos haces de luz, y se aproxima a lo sublime arrancándose por esa maravilla de canción que es Coyotes, que pone los pelos de punta a cualquiera:

“Hasta que el cielo chivato se ponga a llover

y sea el olor

a tierra mojada

la prueba evidente

que tengas de mí”.

Se trata, dicho sea de paso, de una canción que bien parece compuesta y escrita para escucharla, disfrutarla y sufrirla en el más absoluto silencio, y es una pena esa costumbre cada vez más extendida en conciertos y festivales no ya de cantar y tararear los temas, que eso está muy bien y resulta inevitable, sino de no parar de rajar de vete tú a saber qué otros asuntos durante la actuación del artista, que eso ya no está tan bien y acaba por resultar ciertamente molesto.

Y hablando de cantar y tararear, si hubo un tema celebrado especialmente por el público del Botánico ese fue el divertidísimo y liberador Eduardo, una historia de bodorrio con sorpresa final que acaba con la salida del armario más oportuna del mundo y con todo el Botánico chillando como locas aquello de “¡a mí me gusta tu primo!” 

Otro punto bien diferente lo puso en la recta final del concierto la inclasificable Maleza (“me rompe la vida que vengas a verme después de haberme olvidado de ti”), un lamento contradictorio como la vida misma que estuvo acompañado de un espectacular derroche de luces y sonido que aportan a una canción ya de por sí muy especial una atmósfera que te deja como si hubieras sido tú el que se hubiera metido de cabeza en el “lugar más peligroso de la selva”.

Pero aún quedaba el maravilloso broche final a las casi dos horas de concierto, ese precioso monumento a la libertad y al empoderamiento femenino que es Thelma y Louise, canción que Travis se guardó bajo la manga hasta el último momento y que no podía faltar porque lo tiene absolutamente todo, está excelentemente bien escrita, fantásticamente rimada, resulta narrativa, poética y cinematográfica a partes iguales…

“Una camiseta de los Gun's

y un bonito sueño en Oklahoma.

Otro imbécil para recordar

que siempre les ha ido mejor solas…”

… Y encima posee un ritmo que te arrastra y que cuando ya todo nos da igual y no nos queda nada, porque intuimos que el concierto se acaba, nos empuja a poner, dónde si no con Travis, “rumbo a la victoria”.

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