Novela

Historia perdida de Brane Mozetič

HISTORIA PERDIDA de Brane Mozetič

Baile del Sol, 2024 (262 páginas)

Traducción de Santiago Martín

Por Matías Escalera Cordero

Para leer con sentido y disfrutar de esta novela tenemos que tener en cuenta dos cosas, una es quién es su autor, Brane Mozetič, uno de los grandes escritores y poetas eslovenos actuales: autor de una obra literaria en la que conecta magistralmente su peripecia personal, como homosexual militante del movimiento de liberación LGBTIQ+, y la historia de su país, anclado en plena Mitteleuropa, en una sociedad en transición, que pasó del socialismo real autogestionario yugoslavo, a la Eslovenia, miembro de la UE, volcada al capitalismo más rabioso, en el espacio de poco más de una década (les recomiendo, en Baile del Sol también, su maravilloso Esbozos inacabados de una revolución, de 2018).

La otra, centrándonos ya en esta Historia perdida, la novela que nos sirve la editorial tinerfeña, esta vez, con la encomiable traducción de Santiago Martín, escrita a finales de la última década del pasado siglo, es que nos olvidémonos, al comenzar a leerla, de su breve preámbulo (“ficción-con-visos-de-realidad”: el típico “esto que cuento me lo encontré en un manuscrito perdido”) completamente innecesario; menos mal que es muy breve y puede ser obviado fácilmente.

Olvidémonos, pues, de ese desafortunado comienzo y preguntémonos qué es lo que realmente justifica y hace atractiva esta historia de excesos, de cutrerío generalizado y autodestrucción, de aburrimiento, folleteo, manoseos, pajas, viejas drogas y nuevas drogas –por entonces– de diseño, porros, colocones, fiestas y ‘posfiestas’ (sic.) interminables, repetidas hasta la saciedad, en la que unos personajes perdidos, como sus historias: el desconocido protagonista que narra (al que, avanzado el relato, se le nombra como Bojan), o Tim, su compañero, o Arjun, el elusivo objeto de deseo de Bojan, o Janez, o Jan, o Polona, etc.; unos, desde sus identidades plenamente aceptadas –sea de modo indolente o trágico–, otros, desde sus identidades vacilantes, como es el caso de Arjun, buscan y buscan, en medio de un vacío ruidoso, oscuro, ajetreado, hondo e infinito, de repetida y rutinaria ida y vuelta por baretos y locales de la capital, Liubliana, a la costa de la Istria eslovena, a Izola, particularmente, o a Koper, y viceversa; que buscan y rebuscan lo que no pueden encontrar de ese modo desesperadamente egoísta, encerrados en sus patéticos bucles autocompasivos y depresivos, se supone que “algo de ternura” –dice el protagonista, en un momento dado– o risas, risas a toda costa, o “algo de sentido para sus inútiles vidas” –asevera, en otro momento, su narrador protagonista–, vidas infructuosas de seres despegados de lo real. Apenas ninguno de ellos trabaja o se relaciona materialmente con el mundo real, salvo tangencialmente los menores que aún estudian, pues el resto de los personajes o son seres precarios, que trapichean con la droga o tienen una serie de vagas ‘obligaciones’ o ‘curros’ que apenas se especifican –salvo lo de ‘repartidor de folletos’ del protagonista–, por lo que pueden engatillar días y días, y fines de semana enteros, de una marcha orgiástica sin parar.

Pero, vayamos al grano poético. ¿Qué justifica, desde una perspectiva literaria, este reiterativo, hasta la saciedad, exceso narrativo y exceso estilístico? En primer lugar, el tiempo en el que esta novela está concebida y escrita, los finales del siglo pasado (su primera edición, en Eslovenia, es de 2001), el que sus protagonistas lo son, por tanto, de esa generación de la burbuja capitalista que proliferó en la Europa de los años noventa, hasta que explotó con la crisis del 2008; una generación que gustaba verse a sí misma, en plena posmodernidad, como la enésima ‘generación perdida’, con todo lo que ello conlleva, tanto en los niveles políticos e ideológicos, como en los niveles literarios, artísticos y culturales, en general: el completo triunfo del individualismo y de un hedonismo de mera autosatisfacción no compartida, por una parte; y, por otra, la ilusión –muy posmoderna, habría que decir– de la vida como ficción y relato fragmentario sin último sentido, y, por supuesto, el ‘realismo sucio’ como la vía dominante, casi única, de expresar tanta frustración y tanto sinsentido.

En segundo lugar, lo que justifica este exceso no es otra que el que los protagonistas sean unos ‘maricones’ militantes, en un mundo, hace veinticinco o treinta años –no se olviden de ello–, en el que aún no se habían ganado los espacios de normalidad y visibilidad actuales, en esta parte del mundo. Y es esa rabia queer incontenida e incontenible de afirmación y ostentación de una identidad herida, despreciada, disimulada, maltratada y vapuleada durante siglos, durante vidas enteras, la que justifica esta Historia perdida, porque su autor ha sido y es uno de los paladines de esta causa en su país, con una obra poética inmensa que justamente ha conectado, como decíamos, la expresión de la propia identidad personal, con la realidad social y cultural de su país, y de Europa occidental.

Leída así, todo el dramatismo y todo el potencial patético de este enorme retrato generacional que es la obra de Brane Mozetič, vertiginosa representación de un tiempo (sin risas de verdad, ni ternura, solo oscuro, hosco e inhóspito; sin escape posible) que precedió y alumbró a este nuestro (sin ternura ni risas auténticas tampoco, oscuro, hosco e inhóspito también; y sin escape posible); leída así, siguiendo su extraordinaria lógica narrativa, dándonos cuenta de cómo una especie de loca ‘ruta del bakalao’ queer en la Mitteleuropa se va convirtiendo, a medida que avanza el relato, en una emocionante e imposible búsqueda del amor y de un poco de ternura, en una realidad hostil e inhabitable, es como esta Historia perdida adquiere pleno sentido.

Matías Escalera

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