Oda a Crichton
Después de hablaros sobre lo complicado que resulta vender libros en una Feria, este artículo, publicado el día del cierre de la Feria de Madrid, debería centrarse en ella, ¿no? Sería lo propio. He firmado ocho días. Han pasado muchas «cosas bonitas», como suele decirse en la jerga de las RR.SS, y bla, bla, bla. No. Lo dejaremos para la siguiente, si eso.
Por alguna razón que poco o nada tiene que ver con mi inteligencia o con la falta de ella, hasta el mismo 3 de junio no me enteré de que Michael Crichton, uno de mis autores favoritos, no publicaba nueva novela, Erupción. Quizá se deba a que está muerto. Crichton nos dejó de manera prematura hace casi veinte años. Desde entonces, se han publicado algunos trabajos póstumos, como la genial Dientes de dragón, una novela fechada a mediados de la década de los setenta, cuando aún disparaba novelas como un hamburguesero buscando dar con la tecla del éxito.
Porque no, La amenaza de Andrómeda, ese primer bestseller, no fue su primera novela. Llevaba ya unas cuantas a sus espaldas bajo seudónimo y sin él. La era previa a internet, que facilitaba la venta de libros por su contenido y desde el anonimato, no como ahora. Crichton, al igual que Follet, publicó mucho, durante años, antes de convertirse en un autor reconocido. Tenía hambre. Y Dientes de dragón fue un proyecto que se quedó a la deriva, «su otra historia de dinosaurios», que dijo la viuda. No cualquier viuda, ¿eh? La suya.
Dientes de dragón es una aventura que ignoro el por qué no publicó en vida. Puedo conjeturar: el éxito de la de Andrómeda, que limitó sus publicaciones noveladas a una al año, la pérdida de interés, el no querer tocar el tema de los dinosaurios hasta dar forma a una historia mayor… A fin de cuentas, Dientes de dragón es una novela de aventuras, ágil y divertida, que transcurre en el siglo XIX al albor de la paleontología. Una novelita del oeste. Y Crichton pegó el petardazo por la rama del techno-thriller, de la que se desvió en escasas ocasiones. Cuando tuvo ante sí Parque Jurásico, no dudó. Cimentó una de las franquicias más exitosas de la actualidad con una obra magna de la ciencia ficción, explicada para todos los públicos. Las complejas teorías sobre el ADN y el lobby empresarial, desarrolladas en la novela, se presentaban de manera que incluso un crío fuese capaz de entender en qué mundo se movía y justificaban la creación de un parque temático de dinosaurios. El resto es historia del cine y de la literatura.
Crichton, de quien he leído en más de una ocasión que «siempre soñó con ser reconocido como un auténtico escritor de ciencia ficción» y que «su prosa era simple, resultona; lindaba con lo funcional», tenía una virtud de la que los grandes literatos duermebebés carecen: comunicaba. Sí, ese pretexto básico, la emisión de un mensaje que sepa decodificar y entender el receptor. Algo que otros escritores, notable en ciertas ramas de la literatura latinoamericana y española actual, ignoran, con sus estilos pomposos y sus interminables párrafos sobre huevos fritos. Porque, de nada sirve alabar, con los versos de Rubén Darío, a un huevo frito si su función narrativa es dar realismo a una escena. Crichton lo sabía. Puso el foco en lo que de verdad resultaba inimaginable, y te decía, amigo, que podías imaginártelo sin sufrir una embolia, que las claves eran A, B, C y D.
Tal vez por eso sentí cierta melancolía al descubrir su nuevo libro, completado por otro autor, y me vi llevándome a mí mismo a comprarlo sin demora: porque es un recordatorio de lo que podría ocurrirnos a los escritores que, como Crichton, fallezcamos dejando proyectos a medias, una interrupción en historias que nos permitan galopar despiertos a través de su narrativa y de sus personajes, la Nada, que logra devorar Fantasía.
A Crichton se le califica como un autor refrito de bestsellers veraniegos. En mi humilde opinión, me gustaría saber cuantos autores de dicha categoría profundizan tanto en temáticas poco convencionales, o lucen por la brillantez de sus diálogos, o dedican el mismo esfuerzo a la investigación científica. La mayoría no lo hacen. Lo sencillo es introducir sexo y sangre. Es lo que funciona.
Pero Crichton logró recuperar de la extinción a los dinosaurios, que se sacudían en pozos de brea desde finales del siglo XIX, y hacer que le sobreviviesen a él mismo, regalando a millones de hogares una fantasía científica tan compleja como divertida.
Por eso era un grande, aunque el conocimiento, al alcance de la masa, sea objeto de mofa para los grandes críticos que no tienen espejos.