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«Leonora dentro», de Josefina Aguilar Recuenco

Por Jesús Cárdenas.

Más allá de los parámetros estéticos-formales que remedan estándares imitativos, se alza una poética indócil, que zigzaguea por los límites difusos de los géneros, transmitiendo a los lectores una sensación de libertad y valentía creadoras que recuerdan a los movimientos de vanguardia de los años veinte. En este sentido, emerge Leonora dentro (XLII Premio “Leonor” de Poesía, convocado por la Diputación Provincial de Soria), que firma Josefina Aguilar Recuenco.

Hasta ahora había publicado los libros de poemas, Overbooking en el Paraíso, Agni Inga Gani, Fantasmas de la Atlántida, Papa. Hiroshima no me deja dormir y Aubade (Huerga y Fierro, 2023). Ello nos pone en la pista de una trayectoria reciente, desde 2016 de su primera entrega, con títulos innovadores, atrevidos, nada frecuentes. De la anterior entrega, vale la pena recordar el poema “Aubade”, para ponernos en antecedente de la escritura que cultiva Aguilar Recuenco de carácter onírico, plena de imágenes plásticas, con un gancho en sus metáforas visionarias: “Llenar la casa de agua / para que el mar se llene de casa. / Aubade es el fósil de un barco. / Si miro a través de él veo un padre. / Me ilumina un sol de agua”.

Con este Leonora dentro, publicado en febrero de 2024, la poeta almeriense realiza un homenaje a la pintora Leonora Carrington. Más aún, un diálogo con el libro escrito a raíz de su internamiento en un sanatorio psiquiátrico en 1940, en Santander, Memorias de Abajo, según se nos aparece en palabras previas. Se trata de un conjunto de fragmentos en prosa, que, mediante el monólogo interior, destila versos que nos zarandean y nos colocan ante el interrogante existencial de qué es real y de qué ficticio (que en Calderón de la Barca o Shakespeare halló una angustiosa preocupación); acaso sea el misterio que nos otorga la literatura: dejarnos con ganas de saber más.

El volumen se compone de distintos fragmentos en prosa, donde las nominalizaciones son frecuentes, debidas, tal vez, a la imperiosa necesidad de expresión de un sujeto con una salud mental quebradiza. Por lógica, no se sigue orden cronológico ni temático. La escritura nos vislumbra a un personaje con elementos reales, como el motivo de fricción familiar (“el odio de mi padre”; “sin el permiso de mi padre”); no obstante nos hallamos ante una mujer desbocada que de ningún modo está dispuesta a dejarse vencer: “Aquella noche conocí la misericordia de ser nieve y ya nunca más tuve frío”. Siempre entre lo real y lo irreal, existe un planteamiento dual, que abren socavones: “He de estar en dos raíces al mismo tiempo”.

En boca del personaje se nos describe el interior y el exterior, la habitación del sanatorio con una ventana. En el exterior se fija en los árboles, y se imagina libre. Esto provoca que vuelva hacia el interior: “En mí habita un bosque que me pide el sexo de las flores”. La descripción del bosque interior es amplia, entretanto surgen afirmaciones del tipo “por eso yo estoy llena de sombras. Por eso mi luz lleva el peso de la sombra en las coníferas de aduana”. A la par que el lenguaje, el ritmo se convierte en un aullido colmado de dolor: “Mastico las visiones que hablan de mí: me escaparé como se escapa el horizonte de las manos de los hombres”. Y más adelante: “Ir desnuda para escapar Ir descalza Pesa menos el bosque cuando está vacío de árboles y lleno de savia”.

Con respecto a su más inmediata publicación, en Leonora dentro Josefina Aguilar ha prescindido del punto, tampoco supone esto una dificultad para la lectura; antes bien, sostendría el libérrimo flujo de conciencia. El discurso de la poeta almeriense viene caracterizado por el empleo de las técnicas irracionales y el manejo del versículo o la prosa, cuya alocución nos recuerda el viaje vertical de Altazor, los Cantos de Maldoror, la prosa de Virginia Woolf o los versos de Walt Whitman. En las distintas visiones de Leonora evoca la libertad como contrapunto a los sanitarios que la retienen: “atan sueños a ras de suelo mientras mi bosque levita en la habitación a pesar de las leyes de los hospitales”. Más adelante lo confirma: “Encierran mi máscara No me encierran a mí”. “Me hago la muerta […] Sé que soy dios porque quiero escapar […] Pintar lo que te mata, lo que te encierra, eso lo aprendí en los bosques de Inglaterra”.

En ocasiones, cuando el personaje se sabe alejada de la realidad, la prosa se adelgaza, se agiliza, dejando auténtico lirismo, junto con las nominalizaciones repetidas que provocan que el conjunto tenga una gran cohesión: “Fuera no somos del mundo […] Estoy trasladando un espejo Esa es mi tarea en este mundo del sanatorio: trasladar un espejo”.

Entre el recuerdo y la imaginación disparatada, se halla Max, el marido de Leonora, hibridando su forma de lenguaje, refiriéndose a la forzosa separación: “Desaté una a una tus palabras brumas y tus palabras brasas Max se abriga en mí y yo tengo frío”. Y ya casi al final, se lee la posibilidad de que sea una experiencia metafísica: “En el centro del cosmos hay un desprendimiento / de retina de dios / El origen de todo es una herida de visión / Yo tenía un nudo en el iris”.

En suma, Josefina Aguilar Recuenco demuestra con Leonora dentro los galones de una poeta que debe tenerse en cuenta. Su poesía existencial está repleta de metáforas e imágenes de gran fuerza expresiva, que nos conducen a la imaginación y después a la reflexión. Una escritura atrevida, libre de ataduras.

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