Recuerdos de Lord Byron (En sus 200 años)
Por Antonio Costa Gómez.
Ya lleva muerto 200 años. Pero no se acuerdan mucho de él. Yo lo recuerdo en distintos sitios.
Lo recuerdo en Sintra, al lado de Lisboa. El castillo en la floresta le pareció un paraíso y le dio su nostalgia. Lo recuerdo en Yanina, al norte de Grecia, junto a un lago. Allí se atrincheró Ali Pachá contra el imperio turco. Y lord Byron se unió a él como símbolo de libertad. Lo pusieron como representante de Albania, pero Ali Pachá era también turco. Mientras miraba aquella ciudad decadente en una islita en el lago yo me acordé de aquella aventura del lord inglés.
Lo recuerdo en Albania. En Tepelene hay una placa que lo recuerda. Yo también fui a Albania y la puse como algo indómito de las montañas, igual que Ernesto Sábato cuya madre era albanesa. Byron recorrió con sus caballos el sur de Albania y habló de ella con exaltación en “La peregrinación de Childe Harold”. Pensando en Byron miré las montañas solitarias y los ríos bravos.
Lo recuerdo en el lago Leman. Fui caminando desde Montreux hasta el castillo de Chillon, allí estuvo preso un rebelde al que Byron exaltó como a uno de sus grandes héroes de libertad. Los recios muros salían directamente del agua y recordaban la reciedumbre del hombre que en el encierro se enfrentaba a la tiranía.
Lo recordé en Venecia. Cuando llegué a la parte norte recordé que él visitó la islita de los armenios y allí se puso a estudiar armenio. Los armenios eran otros aplastados y él defendía a todos los aplastados. Lo recordé en Estambul. Cuando Consuelo y yo mirábamos el otro lado del Helesponto recordamos que Byron lo cruzó a nado. Para emular a los amantes Hero y Leandro. Con toda su intrepidez y su ánimo. Y al pasar con el barco junto a la torre de Leandro pensé en cuando él rozó con su cuerpo esa torre entre las olas.
Lo recuerdo en el Partenon y en Nauplia, de camino a Micenas de la Ilíada. Y pensé que debió de ser triste morir en cama con fiebre cuando pensó en morir luchando para luchar por los mármoles griegos contra los cañones turcos. Para resistir en otras Termópilas.
Lo recuerdo un atardecer en el cabo Sunion. Consuelo y yo llegamos y conseguimos identificar la marca que él dejó en una de las columnas del templo de Poseidon junto al mar. Para dejar constancia de su pasión por Grecia, de su tesón por defender la belleza y la libertad. Lo imaginamos con cara de protestar contra toda vulgaridad ante el infinito.
Lo recuerdo en su poema más hondo e inolvidable: “Ella camina en la belleza”. En una fiesta en Londres, en una noche estrellada, vio aparecer a Ana Beatriz Wilmot, la mujer de su primo. Y fue para él la imagen de la plenitud, la síntesis de la luz y la oscuridad, de la noche y el día, del norte y el sur. La superación de toda vulgaridad.
Byron luchador y desafiante, cínico y provocador, también conoció la admiración callada. Les traduzco el poema como puedo: “Ella camina en la belleza como la noche / de climas sin nubes y de cielos estrellados. / Y todo lo mejor de la oscuridad y el brillo / se reúne en su aspecto y en sus ojos”.
Le parece que experimenta la belleza en alguna ciudad del sur, el poeta del norte se vuelve mediterráneo. Por ejemplo en España, en Cádiz o Sevilla, que admira tanto en “La peregrinación de Childe Harold”. Lo traduzco como puedo:” La suavizaba la suave luz de la noche / como no lo hace la vulgaridad del día. / Una sombra más, un rayo menos/ habría estropeado su gracia sin nombre”.
Lo recuerdo en sus 200 años en ese poema que no se puede olvidar. Además de sus gestos y sus provocaciones, de su “Manfredo” y su “Caín”, también conocía la pasión callada y lúcida por la belleza.