‘Noir Tropical Miami’, sinónimo de opulencia y paraíso
JOSÉ LUIS MUÑOZ.
Miami es sinónimo de opulencia, paraíso de lo kitsch y el mal gusto, sucesión de cayos de arenas blancas y manglares con mansiones de lujo desorbitado (en una de ellas, vivía, hasta hace poco Julio Iglesias), barcos de dimensiones infinitas que circulan por sus canales, casas con fachadas pastel en el distrito Art Nouveau, escaparate de la gente guapa y adinerada que se exhibe, pero también sinónimo de polvo blanco (aquella montaña de cocaína en donde Tony Montana-Al Pacino sumergía su cabeza en El precio del poder/ Scarface de Brian de Palma), la mansión en donde Versacce fue asesinado, puerto final del Mariel, el barco que vació las cárceles cubanas, la serie Miami Vice (y la película, mejor, de Michael Mann)— Miami Vice cambió el destino de este pantano y el de la televisión dice el argentino Gastón Virkel afincado en la ciudad de Florida que ofrece a la antología un guion cinematográfico—, los taxistas haitianos, Little Havana y el barrio de Jamaica que conviene evitar.
Pedro Medina León, un peruano que casi se puede considerar miamense, lleva años pilotando la revista Suburbano Miami y la editorial Sed, dirigidas a los lectores hispanoparlantes de la Venecia de Florida. Así es que cuando fichó a diversos autores, mayoritariamente cubanos, algunos residentes en la ciudad, y otros de otras nacionalidades, incluidos españoles, entre los que me encuentro, para escribir sobre esa ciudad espejo, el lector imaginará que no fue para hablar de su parte brillante sino de la más siniestra, oscura y sangrienta, de la Miami negra como delata el título de la antología.
Hacia fines de los setenta y durante los ochenta, Miami fue la puerta de entrada de cocaína al país. A la vez que los asesinatos a sangre de fría colapsaban las morgues y los cuerpos se acumulaban en carritos de supermercado o en camiones que le prestaba la cadena Burger King dice Pedro Medina León en el magnífico prólogo Playas oscuras con la que se abre el libro, y describe muy gráficamente la situación de una urbe insegura y violenta.
¿Por qué Miami despierta en muchos escritores la necesidad de mostrar su lado más oscuro? Eso habría que preguntarlo a los autores antologados, pero en el rico calidoscopio de razas y culturas que es Estados Unidos, Florida es claramente sureña, caribeña casi, con una cercanía afectiva hacia Cuba, porque muchos de los exiliados de la isla han formado en la ciudad una comunidad económicamente boyante y muy consolidada, junto a la portorriqueña, o a la haitiana y jamaicana que estarían en el polo social opuesto, el más deprimido, con lo que la delincuencia permea a todas las clases sociales, desde sus peones a sus riquísimos patrones. En cada milla de Miami hay mucho dinero, y el delito lo busca.
La escritora argentina Valeria Correa en Una casa en las afueras hace gala de dureza: Mi Philip, todo sucedió tan rápido. Sin embargo, cuando pienso en ello, vuelvo a ver la precisión de los cortes, la sangre, lo correoso de la carne abierta. Todo regresa a mi memoria con espantosa pulcritud. Su relato coquetea con el horror: Ya no llovía, una luz tenue de estrellas me permitió ver a los chicos a ambos flancos de la casa contra los cristales de mis ventanas: las caras blancas, las bocas entreabiertas, las narices aplastadas contra los vidrios. Su forma de mirar era casi un alarido.
El relato La bestia, del cubano radicado en Cataluña Vladimir Hernández, habla del encuentro del protagonista con un tipo peligroso: Los deseos de Leo de marcharse crecieron, pero tenía que cobrar; la lógica de 300.000 $ en su poder seguía pesando más que la inquietud. Además, no se atrevía a incomodar al anfitrión. Pensó en los consejos de Walter: “peculiar, extravagante, belicoso. No debes contrariarlo. Sométete”.
El español Juan Carlos Castillón, autor de la novela Nieve sobre Miami — Y en Miami cae nieve de enero a enero—, pasó buena parte de su vida en la ciudad de Florida, ejerciendo de librero, y la conoce a fondo: Era la ciudad de los Cocain Cowboys, de la violencia cocalera, de los excesos a la hora de ganar y gastar un dinero rápido. La única ciudad en que he vivido en que todo el mundo parecía conocer el nombre del encargado de la morgue y este aparecía de forma regular en la prensa. En su texto, habla de una sociedad presa de excesos ligados con la droga: Es el ruido de las tarjetas de crédito cortando las líneas de cocaína, es el ruido de las fiestas locas en Miami. Y define magistralmente la ciudad: Miami es la ciudad de los ricos en busca de seguridad, de los pobres en busca de futuro.
Carlos y Cachita de Vera, autor argentino, se centra en las consecuencias del Mariel y de los homosexuales expulsados de Cuba por el régimen: Cachita llegó en los ochenta con el éxodo de El Mariel, jamás se había metido en política —nunca le interesó—, pero era homosexual, suficiente escoria para el régimen de Castro.
En El ocaso, de Andrés Hernández Allende, autor cubano, se centra en el aspecto económico de la ciudad: Las cosas habían cambiado drásticamente los últimos años, cuando el alcalde del condado de Miami Dait y otros políticos resolvieron abrir las puertas de par en par a inversionistas y especuladores.
A la escritora portorriqueña Angenet Delgado, en Poemas de matar en Miami, se le deben los relatos más duros y escalofriantes del conjunto: No era cierto, pero así fue como las secuestró aquel sábado en la tarde, sin que nadie se diese cuenta, de una tienda repleta de gente en el medio de un mayo. E introduce la necrofilia en su texto: Luego la asfixió con una bolsa plástica hasta matarla y después de muerta, la violó. El suyo es un relato que contiene violencia extrema y sexo: Luego entre todos lo enterraron, limpiaron la sangre, se llevaron el machete y lo escondieron bien lejos punto se fueron a comer pizza, menos Michael y Queenie que se quedaron en el lugar y tuvieron sexo allí, porque él estaba muy excitado y no podía esperar.
El español y profesor universitario Carlos Gámez Pérez se centra en esa época en la que Miami acogía a los enfermos terminales de SIDA: Había tratado al asesino. Lo conocía de uno de aquellos reportajes fallidos, el que narraba la historia de jóvenes gringos gays, enfermos de SIDA, que venían a despedirse del mundo desde las blancas dunas de Miami Beach…
En Mandrake el Mago brilla en el South West del cubano Luis de la Paz prevalece el tono social: Finalmente, el inspector tuvo que recurrir a la amenaza, que ya venía escrita en una de las plantillas: o permiten la inspección, o se retira de la vivienda subsidiada con fondos públicos. La pobre mujer se puso a llorar histérica.
En Morir en Miami, del mexicano Xalbador García, el físico de una prostituta es la imagen misma de la ciudad: Coronaban el atuendo los labios carmesís, las pestañas postizas y la peluca blondi que había elegido para disimular la calvicie provocada por la mala alimentación. Ella misma era todo artificio, como Miami. Una vida arrastrada que le lleva al infierno físico: Si a los veinte años padeció los primeros arañazos de la sífilis y la gonorrea, a los treinta los problemas le habían surgido por la incapacidad de su esfínter para aguantar los embates de la batalla.
Sinflictivo, de Rodolfo Pérez Valero, cubano radicado en Miami, habla de la odisea de los balseros: Nosotros nos lanzamos al mar sobre unas cuantas tablas amarradas a varios cauchos y nos encomendamos a Dios. Un protagonista fascinado por la riqueza que descubre fuera de la isla en ese paraíso tropical, al alcance de la mano: Tremenda casa, Lexus descapotable, todo a mi disposición, dueña incluida. Y un robo, porque no tiene bastante: ¿Lo de las joyas que dice la prima que le robé? Despecho, nada más que despecho. Ella misma me las regaló. Y que nos siga con esa cantaleta de que me llevé las joyas, porque muestro algunos vídeos que le grabé sin que ella lo supiera cuando estábamos en la intimidad.
Dieciocho textos que aúnan calidad literaria, dureza temática y un léxico expresivo y representativo de las diversas procedencias de sus autores que tienen como escenario Miami, una ciudad asociada a la diversión, la moral laxa y el dinero fácil poblada por criminales, prostitutas, inmigrantes desesperados, en definitiva, perdedores que contradicen el sueño americano en este maridaje literario entre Estados Unidos y América Latina que reúne este elenco de autores: Juan Carlos Castillón, Vladimir Hernández, Carlos Gámez Pérez, Rodolfo Pérez Valero, Kelllín Martínez-Grandal, Uva de Aragón, Iván Osorio, Luis de la Paz, Vera, José Luis Muñoz, Andrés Hernández Allende, Anjanette Delgado, Valeria Correa Fiz, Leonardo Caparrós, Xalbador García, Pedro Medina León, Gastón Virkel y Leandro Eduardo Campa (La Habana, Cuba, 1953), autor del libro de cuentos Curso para estafar y otras historias, que a finales de 2001 desapareció sin dejar huellas y se le presume muerto. Más negro, imposible.