“Tatami”, de Zar Amir-Ebrahimi y Guy Nattiv
JOSÉ LUIS MUÑOZ
La película Tatami, la odisea por la que pasa una campeona de judo iraní llamada Leila Hosseini (Arienne Mandi, actriz estadounidense de origen iraní y chileno) que tiene que renunciar a disputar el campeonato de judo para no tener que competir contra la israelita Shani Lavi (Lir Katz) en Tiblisi, la capital de Georgia, tiene un poderoso atractivo extra cinematográfico, si es que la política debe permanecer ajena al arte: los realizadores de este film potente y valiente, el israelita Guy Nattiv (Tel Aviv, 1973), el director del biopic Golda, y la iraní Zar Amir Ebrahimi (Teherán, 1981) la periodista valiente que atrapa al asesino de prostitutas en Holy Spider.
Tatami, una producción georgiana que evidentemente no se verá en Irán, habla de la intolerancia de un régimen teocrático y dictatorial que pretende controlar absolutamente las vidas de sus súbditos que no ciudadanos, una intolerancia que llega al mundo del deporte en donde las atletas femeninas que compiten frente a las occidentales deben llevar la vestimenta adecuada que oculte cabellos y cuerpo, aunque les suponga un lastre en su rendimiento.
El punto álgido de este filme de denuncia social y política viene cuando la entrenadora Maryam (la propia directora Zar Amir Ebrahimi), presionada por el comité olímpico de su país, debe convencer, sin estarlo ella misma, a la rebelde Leila para que simule una lesión y abandone la competición o su familia, y ella misma, sufrirán las consecuencias de la desobediencia, pero la judoca iraní, mujer fuerte y testaruda, que ha sacrificado buena parte de su juventud para luchar por ese oro olímpico, no está dispuesta a retirarse.
Hay, a lo largo de esta película, rodada en blanco y negro y formato cuadrado, curiosos flash backs que hablan de la vida cotidiana de los iraníes en lucha constante contra la rigidez de las normas impuestas y cómo las burlan —esa discoteca clandestina en donde Leia, desprendiéndose del velo que cubre su cabeza una vez dentro, y su marido Nader Hosseini (Ash Goldeh), se desfogan y bailan como cualquier pareja joven de un país occidental; los familiares y amigos que se reúnen en la vivienda del marido para seguir los combates de Leila y celebrar sus victorias— que acompañan la rigurosa escenografía de los combates entre mujeres en el tatami. Es este un filme que toca el tema del deporte y la dignidad femenina, hablado en farsi e inglés, que no se podrá ver jamás en la dictadura de los ayatolás y que en su último tramo, cuando la policía iraní cumple su amenaza de actuar contra los familiares de la judoca, adopta las formas de un thriller político y trepidante.
El espectador podrá reconocer en algunos de los papeles a un elenco de actores iraníes exiliados como Mehdi Bajestani, el asesino despiadado de Holy Spider, que interpreta aquí al padre de la atleta, o Sina Parvaneh, el policía corrupto que aquí actúa como agente que vela por el cumplimento de las ordenes del comité olímpico iraní, junto a las norteamericanas Jaime Ray Newman y Nadine Marshall, que interpretan a las directivas del Comité Olímpico Internacional que se vuelca en la protección de la atleta rebelde.
Que Zar Amir-Ebrahimi y Guy Nattiv, pertenecientes a países que son enemigos irreconciliables como Irán e Israel, hayan conseguido aunar talentos para filmar esta película valiente y potente es un rayo de esperanza y más en los momentos actuales tan convulsos. Sobre la bella y talentosa directora cinematográfica y actriz Zar Amir-Ebrahimi, refugiada en Francia, pesa una condena de 10 años de prisión y 99 latigazos. Tatami es una llave de judo contra el detestable régimen iraní que le lanza este tándem de directores, una gota de rebeldía en un océano de intolerancia que es un tsunami que arrasa todos los derechos humanos. La pantalla final de este film tan emotivo como necesario deja de ser cuadrada para ampliarse.