‘La Edad Media en 21 batallas’, de Federico Canaccini
RICARDO MARTÍNEZ.
El guerrear pretende conquistar, pretende poder. La gran tarea del hombre desde su origen, entre otros vicios. Así que el autor parte de una cierta verdad obvia: “Durante siglos, la guerra y las batallas han sido el eje en torno al cual giraba la narración histórica (…) una historia construida con acontecimientos épicos y momentos aciagos, con hombres que iban al encuentro de su propio destino. Y no había época en la que ello se verifique mejor que en la Edad Media, período que parecía caracterizarse, única o casi exclusivamente, por hechos de armas y códigos caballerescos” La propia narración histórica, la literatura, así lo delatan sobradamente.
Podría objetarse, no obstante, que las batallas han sido vistas con un cierto recelo por la historiografía, ahora bien. “son hechos que han de considerarse entre los más significativos, precisamente porque pueden ser descritos y circunscritos en un período de tiempo y en un espacio precisos: un día elegido (¿a veces ‘cien años’?), un lugar, dos contendientes. Y deben ser considerados como la clave para acceder a un mundo mucho más amplio -tal es estrictamente cierto. Se llega a una batalla por razones que conciernen (con argumentos más o menos ocultos) a los asuntos más variados: políticos, sociales, económicos, religiosos; y si los protagonistas parecen ser reyes o emperadores, lo son en realidad los miles de personajes anónimos que muchas veces contribuyeron al resultado final, tanto en caso de victoria como de derrota”
He aquí una magna y perenne desgracia, realidad.
Y una vez establecido un canon tan seguro como preciso, el autor, aportando una documentación extraordinariamente abundante, y haciendo un uso atinado y cabal de la lengua (bien acompañado por una traducción esforzada y loable) pasa a referirse a distintos ejemplos que, a lo largo de este período más o menos preciso (fines del V con la entrada de los bárbaros en los dominios del imperio romano y 1473, toma de Constantinopla) el autor irá narrando con solvencia histórica y precisa literatura épica, si bien él establece sus propios límites históricos del período: “en la Galia, unos 20 años antes del 476d.C., cuando fue depuesto Rómulo Augústulo, y concluye a orillas del lago de Texococo, en México, en 1521”
De los hitos que narra cabe señalar algunos que serán referencia histórica de futuro y que, en resumido relato, serían los siguientes, a expensas de ensanchar a posteriori el relato en este denso censo belicista:
1. Abu Talib, tío de Mahoma y jefe de su tribu, se opuso al intento del clan predominante de silenciar al joven que, hacia el año 610, cuando contaba 40 años de edad, afirmó haber oído voces en el interior de una cueva del monte Hira, voces cuyo intercesor, según la tradición, había sido el arcángel Gabriel; si bien, según la crónica, ‘la voz que oyó Mahoma era la de Dios, la de Alá’ Y leemos: “Mahoma – que era analfabeto- intentó compartir sus experiencias místicas con sus conciudadanos, pero más allá de algunas adhesiones entre amigos y familiares, obtuvo una fuerte oposición, especialmente cuando criticó algunos comportamientos de los comerciantes dirigidos por los coraisíes”
Los móviles económicos y de poder (y en ello la religión) pusieron bien a las claras su efecto como motor social reivindicativo y de dominio
2. En el año 650 llegó a China la primera embajada árabe oficial, encabezada nada menos que por el tío materno de Mahoma. Desde el año 671 en adelante las fuentes chinas mencionan repetidamente a los comerciantes ‘persas’ que, a través de las rutas comerciales, exportaban a China cristal de Alejandría, dulces de Corasmía, lanas cálidas de Armenia, alcaparras, trufas…así como muchas habilidades médicas y científicas, e incluso el juego de polo. Los árabes, por su parte, importaban especias, marfil, maderas preciosas… La dinastía Tang (618-906) condujo a un florecimiento cultural y económico y a una gran expansión gracias a ejércitos numerosos y bien organizados.
La ruta de la seda (camino comercial-cultural) y Marco Polo vendrían después
3. “En el fabuloso siglo XI, teatro del llamado Renacimiento del año 1000, la iniciativa de los reyes cristianos de España (los señores de los castillos, los castlans, reclaman el derecho a rodearse de hombres armados, hacendados llamados infanzones) iniciaron pequeñas carreras económicas a veces destinadas a grandes éxitos empresariales. Los caminos que cruzaban los Pirineos no los recorrían solo los mercaderes, sino también el fervor religioso y las nuevas ideas. Y junto a ellos la guerra”.
El provechoso Camino de Santiago, en tantos sentidos, no tardaría en llegar.
Todo sea, en fin, por la buena causa de la expansión mayor a favor de los distintos poderes que al hombre seducen. ¿Acaso no recuerdan hoy, todavía, los libros de historia fragmentos como la alusión al rey Creso, “último rey de Lidia, de la dinastía Mermnada, con un reinado que estuvo marcado por los placeres, la guerra y las artes”
Este libro constituye un referente claro, ineludible.