Pedro J. Plaza: “No somos más que memoria”
Pedro J. Plaza (Málaga, 1996) es un poeta y escritor alhaurino por partida doble pues, desde muy pequeño, su vida y su literatura se han desarrollado entre Alhaurín el Grande y Alhaurín de la Torre. En 2017 publicó, junto a Giovanni Caprara, en Editorial Independiente su traducción de los Cantos suspendidos entre la tierra y el cielo, obra del gran poeta italiano Silvestro Neri. A finales de 2021 publicó, junto a Ángelo Néstore, en Letraversal la traducción de Dolore minimo, poemario de la poeta transexual italiana Giovanna Cristina Vivinetto. En 2022 ganó el VIII Premio Valparaíso de Poesía por su poemario Matriz (Valparaíso Ediciones, 2023), que recibiría en 2024 el Premio Andalucía de la Crítica.
Se graduó en Filología Hispánica en la Universidad de Málaga y es Doble Máster en Profesorado y Gestión del Patrimonio Literario y Lingüístico Español. Ha sido investigador FPU de la Universidad de Málaga, donde realizó su tesis doctoral en torno a la obra poética de Gala. Corrió a su cargo la edición de Cancionero del amor fruitivo (Cancioneros Castellanos, 2018), de su maestro José Lara Garrido. Asimismo, se ha encargado de la antología Desde el Sur te lo digo de Antonio Gala (Rafael Inglada Ediciones, 2019), de la edición de «En sí perdura»: Tradición y modernidad en la obra de Rafael Ballesteros (Renacimiento, 2022) y de la edición, junto a Luis Cárdenas García, de Poemas de lo irremediable (inéditos 1947-1952) (Editorial Planeta, 2023) de Antonio Gala.
En 2021 ganó el Premio Málaga de Investigación por su ensayo El poeta y el caleidoscopio: Lecturas múltiples en «El poema de Tobías desangelado» de Antonio Gala. Ha sido miembro de la promoción XXI de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores de Córdoba durante el curso 2022/2023 gracias a la obtención de su beca extraordinaria de investigación. Es desde el año 2020 director editorial El Toro Celeste y desde 2021 editor en Italia de los Quaderni Mediterranei, junto a Silvestro Neri y Lorenzo Cittadini. Hoy está aquí para darnos su Primera Impresión sobre Matriz, primera “ópera prima” que se alza con el Andalucía de la Crítica en su categoría absoluta convirtiéndolo en el ganador más joven en los treinta años de andadura del premio.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Pedro J. Plaza: Me gustaría, querido Javier, responder a todas y cada una de tus preguntas de la manera más honesta y desnuda posible, a pesar del pudor que ello me causa, así que allá van mis respuestas, como un golpe directo y seco. ¿Por qué este libro? Porque era el libro del que venía huyendo desde hacía años y años. Porque era el libro que me perseguía y que me atormentaba en mis días y en mis noches. Porque era el libro que nunca quise escribir, que desearía no haber escrito, que tengo el impulso de romper. ¿Y por qué ahora? Sinceramente, porque el jurado del VIII Premio Valparaíso de Poesía creyó que este poemario sí merecía ser publicado. De otro modo, jamás me habría atrevido a hacerlo, puesto que es una obra muy personal y visceral y su lectura me deja, sin duda, bastante vulnerable.
Las circunstancias me superaban y, ante todo aquello, lo único que supe hacer fue escribir.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
No fue, en realidad, una idea, Javier, y trato enseguida de explicarme. Este libro fue una criatura que se despertó, con su forma hermosa y monstruosa a la par, en medio del peor verano de mi vida, en el año 2019. Por aquel entonces, la relación con mi madre estaba muy quebrada a causa de su terrible enfermedad y, paralelamente, mi abuela se acababa de encamar y se había convertido en una persona totalmente dependiente. Las circunstancias me superaban y, ante todo aquello, lo único que supe hacer fue escribir. Y escribir. Y escribir, hasta que en diciembre de ese mismo año terminé lo que hoy es Matriz.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Creo que la única clave que de veras puedo ofrecer antes de acometer su lectura es su concepción poética misma. En Matriz desarrollo lo que yo llamo, conceptualmente, la belleza cruel. El tema de este libro es, a todas luces, ciertamente cruel —para el sujeto lírico y también, por extensión, para el lector—: la historia de una maternidad fallida por culpa de una horrible adicción. Sin embargo, su forma es —o, mejor dicho, pretender ser— bella, dado que no dejan de someterse sus versículos a la exigencia y a la disciplina del lenguaje poético, en la línea de la lengua exiliar de Juan Gelman. He ahí la tensión.
Espero que el lector sufra como ha sufrido el yo poético.
¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?
No lo sé, Javier. He pensado tanto en esto que me preguntas sin llegar a ninguna conclusión válida que, al final, me he obligado a dejar de pensarlo para poder avanzar. Me resulta más fácil decirte, la verdad, qué efecto espero no provocar en los lectores y en las lectoras que se acerquen, tras esta entrevista, a Matriz. No quisiera que el efecto fuese simplemente la pena, la misericordia o la conmiseración; pero, en un ejercicio de egoísmo artístico, lo cierto es que espero que el lector sufra como ha sufrido el yo poético, y espero que sus largos e interminables versículos le arrebaten el aliento como se lo arrebató al niño amurallado que deambula, solitario, por las páginas de este libro de difícil clasificación.
¿Qué importancia tiene la estructura o la disposición de los poemas en este libro? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?
Toda. En Matriz la disposición de los poemas es un mecanismo fundamental. Hubo una parte de su estructura que sí que fue totalmente deliberada. Desde muy pronto, tuve claro que quería que, de alguna manera, cada texto del libro se correspondiera con un año de mi vida —corrijo: con un año de la vida que yo había vivido hasta ese momento—, si bien el contenido de cada uno de esos poemas no se corresponde, normalmente, con ese año, sino que se presenta, más bien, como una asociación caprichosa de la memoria en forma de mosaico. A fin de cuentas, no somos más que memoria. Por el contrario, hubo otra parte de la disposición que surgió, sin premeditarlo, casi al término del proceso de creación, y fue gracias a Javier Fernández, el autor de Canal (2016). Charlando y tomando un café con él una tarde en Córdoba, me advirtió, con una mirada penetrante, de que mi libro era demasiado implacable y que al lector podría abrumarle encontrar tanta rabia y tanto dolor al principio, sin entender nada de ese relato vital, por lo que me animó a traer algunos de los poemas del desenlace al planteamiento. Ahí brotó la revulsión y la ruptura: Matriz decidió por sí mismo darse la vuelta por completo y tejerse, como un viaje en el tiempo, hacia atrás, desde 2019 —año en que clausuré su escritura— hasta 1996 —año en que nací yo—. Lo demás es historia porque, como ya sabes, tardaría, aún, cuatro años en publicarse.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de Matriz, ¿cuáles serían?
Probablemente los tres primeros, los cuales, en verdad, son los tres últimos y, como bien ha apuntado en el prólogo la profesora Azucena López Cobo, son tres intentos fracasados de cerrar algo que, por desgracia, no se cierra; son «[…] tres finales consecutivos, tres intentos de zanjar un pasado que no hace sino posponer el definitivo»: «Epitafio», donde digo: «Aquí yace una mujer / cuyo nombre nunca estuvo / grabado sobre un poema»; «Epílogo», donde la ausencia materna es palpable: «En un lugar así / quisiera morir, / pero habiendo vivido primero / con mi padre y con mis hermanos, / con mi novia y con mi perro»; y «Epítome», donde se revela la naturaleza del propio libro: «Este libro que (re)lees en soledad, este libro que en el dolor has escrito, / sombra, no es el libro de la madre: es el libro de la crudeza, de la maternidad / fallida en el desguace de la existencia».
Mi camino literario es extraño.
Matriz viene, además de con el VIII Premio Valparaíso de Poesía, con el Premio Andalucía de la Crítica debajo del brazo. ¿Supone este reconocimiento un punto de inflexión en tu producción como poeta? Y a partir de ahora, ¿qué?
O un punto de confusión, Javier; quizá de reflexión. Sé que mi camino literario es extraño: tan solo he publicado un libro —evidentemente, he escrito otros tantos que permanecen, por fortuna, en el cajón— y, sin embargo, este ha obtenido ya dos prestigiosos premios: primero, el Premio Valparaíso de Poesía a finales de 2022 y, luego, el Premio Andalucía de la Crítica en abril de 2024, en el que, por vez primera, una opera prima ha vencido en la categoría absoluta, convirtiéndome en el vencedor más joven del galardón en sus treinta ediciones. Me temo que, a partir de ahora, toca guardar silencio en la medida de lo posible, leer mucho, continuar formándome en las ramas de las humanidades, aprender de mis maestros —José Lara Garrido y Rafael Ballesteros—, pensar sobre lo leído y lo escrito y, después, tal vez, intentar volver a escribir algo que merezca la pena. Ese sería el orden correcto, pero, como todos sabemos a estas alturas, son acciones que van solapándose y entrelazándose íntimamente y, aunque bajito, debo confesar que estoy trabajando en un nuevo poemario, por más que me sienta todavía harto inseguro con él.
Es muy arduo juzgar qué manuscritos son buenos y cuáles no.
Has desempeñado las labores de editor —de hecho, diriges El Toro Celeste—, de traductor y, ahora, de autor. ¿Cuál de esos roles te parece más difícil? ¿Y más gratificante?
Sin temor a equivocarme, puedo decirte, al vuelo, que el papel más complicado —al menos para mí— es el de editor, por varias razones. La primera de ellas es porque, a menudo, es muy arduo juzgar qué manuscritos son buenos y cuáles no, y es muy desagradable rechazar los que sabes son, a todas luces, malos, porque los autores no sienten que rechazas sus textos, se sienten metonímicamente rechazados ellos mismos. La segunda es que ser editor, si es de una editorial independiente y no de un gran grupo editorial, supone ser tantas otras cosas: mozo de almacén, empaquetador, transportista, cartero, librero, comercial, administrativo, corrector… Imagínate si es o no difícil. En cuanto a cuál es el rol más gratificante —menuda pregunta me planteas—, siento mucho decir que, por lo general, los tres son bastante ingratos y, en cambio, los tres los disfruto muchísimo, los tres me divierten y abducen. Adoro jugar a ser editor, pero manejar todo lo que una editorial implica es una odisea. Me encanta traducir —y he conocido a personas maravillosas gracias a ello—, pero es un oficio poco reconocido y muy precario. Me encanta escribir, pero me pone de los nervios no hallar tiempo para hacerlo en el día a día.
Decía «autor» refiriéndome a tu obra poética, puesto que también has hecho incursiones en otros géneros como el microrrelato o el ensayo. ¿En cuál te encuentras más cómodo?
El microrrelato me entretiene mucho, y me gusta enseñarlo en los talleres de escritura creativa que imparto. No obstante, supongo que, tras las casi setecientas páginas de mi tesis doctoral, el género en el que más cómodo me siento —y en el que obtengo mejores resultados— es el ensayo —el ensayo académico, claro—, porque es lo que —más o menos— he logrado transformar en mi trabajo, en mi ocupación, en mi propósito, en mi meta.
Nunca he elegido la vía recta, tampoco el atajo.
Perteneces a la vigésimo primera promoción de la prestigiosa Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores de Córdoba. ¿De qué manera te ha influido, personal y «literariamente», tu paso por esta?
¿Te has enamorado, Javier, alguna vez de un lugar? Yo sí. Cuando vi por primera vez la Fundación Antonio Gala en el año 2018 me enamoré de su naranjo bicentenario, del rumor de su fuente, de su biblioteca —sólo por las noches—, de su mirador soleado y de todos sus rincones ocultos. Supe entonces que yo quería, más que nada, estar allí y, de alguna manera, el haber realizado la tesis doctoral sobre la poesía del propio Gala me predestinó a vivir y a escribir allí. Entre sus muros aprendí que, seguramente, no viviré de la literatura, mas siempre viviré para la literatura y en torno a la literatura, que no es poco. Nunca he elegido la vía recta, tampoco el atajo; me he perdido permanentemente por los senderos que rodean y se bifurcan. Sea pues.
Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su «Primera Impresión»?
Me gustaría conocer la «Primera Impresión» del malagueño Antonio Díaz Mola sobre su libro más reciente, El aire dividido (2024), que ha sido accésit del Premio Adonáis de Poesía, y, sobre todo, me gustaría saber si él ha percibido un salto madurativo entre la escritura de este poemario y el anterior, Apostasía (2020). Que los versos de Díaz Mola me acompañen en mi despedida: «Separo lo que he hecho / de todo lo que queda por hacer, / y llamo a tu futuro novedad».
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Tres poemas de Matriz
[2019]
XXIV
EPITAFIO
Here Lies One
Whose Name was writ in Water[1]
JOHN KEATS
«Aquí yace una mujer
cuyo nombre nunca estuvo
grabado sobre un poema».
[2018]
XXIII
EPÍLOGO
El pueblo que yo soñé
ANTONIO GALA
En un lugar así
quisiera morir,
rodeado por los naranjos
de todos mis ancestros,
envuelto por las cenizas
azules de mi abuela,
perfumado por el olor
del estiércol
y agasajado por la oral literatura
—eco siempre dulce—
y por las promesas y las canciones
de aquellos que me precedieron.
En un lugar así
quisiera morir,
pero habiendo vivido primero
con mi padre y con mis hermanos,
con mi novia y con mi perro.
[2017]
XXII
EPÍTOME
Ara li ofereixo aquest llibre, que és, també,
seu, però que mai no em sentirà recitar[2]
JOAN MARGARIT
Este libro que (re)lees en soledad, este libro que en el dolor has escrito,
sombra, no es el libro de la madre: es el libro de la crudeza, de la maternidad
fallida en el desguace de la existencia. Este libro es un ángel desangelado
y sus versos son la hiedra que por las paredes trepa de tu corazón. Este
libro es el ajuar de tu orfandad, es la casa vacía derribada a puñetazos,
es el estilete / el estoque: un sablazo que obstruye la herida. Este libro
es un fósil de tu otra historia, un depredador que sin descanso te persigue,
un purgatorio infinito que te flagela a cada trazo. Este libro es la ruina,
el escombro de lo que fuiste / una póliza de muerte / un ruego callado:
es la perseverancia de un rezo y el eco de un canto. Este libro es un nudo
sobre tus dedos / una película desvencijada / un intento inútil de remedo,
es una costura contratemporal / un zurcir de un viaje que, en el principio,
desteje —palabra por palabra— su final. Este libro es la matriz de lo que pasó,
de lo que pasa / de lo que está pasando: la matriz de lo que pasará.
[1] ‘Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua’ (traducción propia).
[2] ‘Ahora le ofrezco este libro, que es, también, suyo, pero que nunca me oirá recitar’ (traducción de Joan Margarit).
ENTREVISTA REALIZADA POR JAVIER GILABERT
Granada, 1973. Maestro avemariano, es autor de PoeAmario (2017), En los Estantes (2019), Sonetos para el fin del mundo conocido (2021) junto con Diego Medina Poveda, Bajo el signo del Cazador (2021) junto con Fernando Jaén, Todavía el asombro (2023). Copromotor, antólogo, coeditor y periodista cultural.