Un magnífico libro de ciclismo (y de todo lo demás): ‘La soledad de Anquetil’, de Paul Fournel
Llegó a mis manos por casualidad uno de esos libros que uno no tiene más remedio que comprar: La soledad de Anquetil, de Paul Fournel. Fue en la Feria del Libro del año pasado, así que, aunque no tenía ninguna referencia del autor ni de la obra y tiendo a desconfiar de los libros de deportes, por la circunstancia y la temática, no pude evitar quedármelo. Lo leí poco después y, para mi sorpresa, resultó ser un libro magnífico. Esto, por otra parte, es lo más habitual en aquellos escritos por grandes autores, categoría a la que sin duda pertenece Fournel, que tiene una amplia trayectoria en las letras francesas y el sello de calidad de OuLiPo, grupo del que fue presidente a principios de este siglo, y que resulta ser, casualmente, un verdadero forofo del ciclismo, deporte al que ha dedicado más de una obra.
¿No es magnífico? ¿Con qué frecuencia ocurre que un gran escritor, que un escritor, al menos, de los mejores, sea un apasionado del deporte? Y no solo del deporte, sino del ciclismo, y apasionado hasta el punto de escribir libros enteros y no simples columnas periodísticas. Ojalá se traduzcan algunos más lo antes posible.
En todo caso, si este de La soledad de Anquetil es un libro magnífico, lo es porque habla de muchas más cosas que de ciclismo, y de todas con profundidad, verdad y concisión (son poco más de ciento veinte páginas). Por supuesto, el centro de interés es Anquetil, y en este aspecto el libro, aunque no es ni por asomo una biografía, resulta muy útil para conocer los episodios fundamentales de su vida, como el escabroso affaire con su hijastra, y de su carrera, con especial atención a su relación con Coppi y su rivalidad con Poulidor; pero todo ello, como en una buena novela, está al servicio de la exploración de su psicología, fascinantemente compleja en la visión que da de ella Fournel, que nos presenta a un ciclista admirable como deportista, pero cuestionable, antiheroico, como persona: ambicioso, codicioso (“¡Conque Anquetil corre por dinero! Él, al que creíamos preocupado por la gloria y la grandeza…”), cínico o quizás sencillamente sincero y franco (“Sí, me he dopado”, “Sí, he comprado a corredores”), vanidoso y exasperantemente afortunado… pero también profundamente desafortunado en la competición quizás más importante íntimamente, la que mantuvo con Poulidor, el eterno segundón, por la simpatía de los franceses, que siempre apoyaron mayoritariamente al campesino bonachón y perdedor frente al campeón elegante y superior.
En definitiva, este libro es, sobre todo, un retrato del Anquetil perdedor que se escondía detrás del gran campeón ciclista, del hombre solitario y asustado del que habla el título. Un fragmento del final en el que el autor describe una fotografía de Anquetil que ve por primera vez años después de su retirada (y que, si no me equivoco, es la que ilustra la portada del volumen) es muy revelador:
“Esta fotografía abre en mí una puerta. Expresa cosas secretas que las otras no expresan. Expresa el misterio entero de Anquetil. Es una imagen de después del esfuerzo, un día de sol y de sudor, un día de angustia, de perplejidad, de reflexión y de miedo. Una fotografía de preocupación. Un ojo está en la oscuridad, el otro está girado hacia un misterioso problema. Anquetil no sabe que lo fotografían, pues jamás habría dejado pasar tanto de sí mismo, tanta fragilidad y tanta duda, si se hubiera controlado. Es el hombre secreto que se adivina, aquel mismo del que la revista no habla, aquel que el mismo Anquetil no está muy seguro de querer conocer. Es esta fotografía la que determina que, algún día, yo también lo retrataría a escondidas”.
Pero, al mismo tiempo, La soledad de Anquetil es también un retrato de su autor, o al menos de su infancia, esa verdadera patria a la que el deporte, más que casi cualquier otra cosa, nos hace regresar. Aunque lejos (afortunadamente) de las memorias o de la autoficción, este libro es también la exploración de la relación de Paul Fournel con su ídolo, desde la admiración hasta el desengaño y la recuperación en un episodio realmente fantástico, tan inesperado como inapelable que es el perfecto final del libro. Aquí, Fournel rememora la primera vez que vio correr a Anquetil en directo, en el velódromo de la calle Denis-Papin de Saint-Étienne, cuando tenía quince años. “En el recuerdo”, dice, “todavía lo oigo crujir con toda su madera, a este velódromo, bajo el peso de los espectadores, y todavía veo el colchón de humo pegado al techo”. Sigue la narración pormenorizada de la competición, que “se […] quedó tan grabada en [la] memoria infantil” del autor que bien puede decir que fue la que dio origen a su “pasión Anquetil”, a miles de conversaciones con su padre y cientos con sus amigos, e incluso a una novela corta.
Y después el final, que no desvelo, pero que quizás esconde la clave misteriosa de Anquetil y de la admiración infantil de cualquiera de nosotros por nuestros ídolos deportivos. Para conocerla, para revivirla, para sentirse tan concernido por las victorias y las dudas de Anquetil como por las de cualquier gran personaje literario, solo queda recomendar la lectura de este magnífico libro de ciclismo (y de todo lo demás).