‘Una historia particular’, de Manuel Vicent

Una historia particular

Manuel Vicent

Alfaguara

Barcelona, 2024

204 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

«Acababa de cumplir setenta y cinco años, y me preguntaba si resultaba estético estar cabreado». Estético. La escritura de Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) siempre ha respondido a criterios que tienen que ver con la belleza, pero siempre ha sido una postura ética, una mirada compasiva o una identificación de justicia. Aquí vuelve a sacar lo mejor de sí mismo para enfrentarse a su propia historia, llegando a una vejez en la que demuestra congraciarse con la vida, porque no existe ni una sola palabra que contenga un ápice de rencor en esta revisión estética, ética. Al mismo tiempo que nos demuestra que lo importante de ser uno mismo es estar en paz con quien has sido, vamos a asistir a apuntes para un resumen de la historia de España desde la postguerra a nuestros días. «A mí solo me gusta contar lo que he visto, lo que me ha pasado, la gente a la que he conocido, los sucesos que he presenciado», reconoce en la primera página de este hermoso libro, que comienza con una recuperación de la infancia que enseguida nos hace pensar en la que puede ser su mejor obra, Contraparaíso.

Pero el niño que sentía el sol como una bendición irá creciendo y por el camino solventará sueños y deseos, penas y alegrías, encuentros y desencuentros, además de su afán por ser escritor, lo cual le supone congraciarse hasta con la mentira: «Se miente para defenderse, se miente para agradar, semiente para convertir la realidad en una obra de arte». Se miente incluso a la propia memoria, porque es imposible ser fiel a ella cuando uno proyecta sobre lo que guarda su manera de entender la vida, pero esa mentira no es necesariamente una caja de Pandora: detrás vendrá la conciliación de la belleza, de algo que uno no se atreve a llamar sabiduría por miedo a ofender la humildad del otro: «¿Qué otra cosa puede uno esperar de la vida sino que al final una perra te sea fiel, te recoja la pelota, te sonría cuando la acaricias y llore cuando te mueras?».

Y resulta que los perros son la parte más especial que rescata de su vida cuando llega a una edad en la que no tiene que rendir más cuentas. Los episodios en que se divide la obra son breves, concisos, elaborados a una distancia que Vicent domina a la perfección. Excepto en un caso, que es cuando trata sobre los perros que han colmado de bien sus días, en los que se extiende tanto que da la sensación de haberse detenido para evitar que el libro se prolongue en exceso. Si en todos los capítulos saca a flote al hombre sentimental, cuando habla de sus mascotas nos lleva al borde de las lágrimas. En realidad, Vicent trata con lo sensorial tanto en lo que se refiere a la literatura como en lo que atañe a lo que mejor sostiene nuestras vidas, que es la amistad. Y mientras tanto, va repasando sus vínculos con los sucesos que nos atañeron, de tal manera que transmite la impresión de haberlo vivido con la intensidad con que se viven los sueños.

Mitificar desmitificando es el principal propósito de esta obra, que nos enfrenta con sabiduría y belleza a los que somos, que es a la vez condena y salvación. Lo que importa, lo hemos dicho al principio, es llegar al final de la vida sin rencores, sin odios, sin veneno.

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