Francisco Sánchez, autor de «Vae Victis»: «Las grandes narrativas han caído en descrédito porque la realidad es mucho más compleja»
EVA FRAILE. (REINA LECTORA)
Escribir sobre historia no es solo contar batallas o narrar hechos con tintes épicos, como queda demostrado en este Vae Victis de Francisco Sánchez (Valencia, 1964), donde se adentra en las profundidades del régimen franquista para contarnos cuál fue el verdadero papel de España durante la II Guerra Mundial, contienda en la que se mantuvo neutral de forma oficial, pero en la que desempeñó un rol que a más de un lector le va a sorprender.
- ¿La historia la escriben siempre los que vencen? ¿O los vencidos han conseguido encontrar algún resquicio para colar su versión de los hechos?
En general se puede contestar con un sí rotundo. Fue Winston Churchill quien dijo «La historia será amable conmigo porque tengo la intención de escribirla». Afortunadamente, Hitler no pudo escribir «su» historia. La victoria lo cambia todo.
Pero, y este es un pero muy importante, los vencidos a menudo encuentran formas secretas, ocultas y resistentes de hacer que la memoria perdure. La memoria colectiva posee una resiliencia increíble, pasa de generación a generación de forma oral, en forma de leyendas, de mitos, de anécdotas, y también en forma de relatos de antepasados. La historia la escriben los vencedores, pero cuando menos se lo esperan surge una historia diferente, una memoria distinta, una forma contradictoria de recordar el pasado que pone en cuestión las formas comúnmente admitidas. Es muy poco habitual que los vencidos no dejen absolutamente ningún rastro. Ese sería el sueño de los vencedores. Pero, como digo, raramente ocurre. Entonces, generaciones más tarde, hay personas que recuerdan, que toman el lado de los vencidos, lo reivindican y le dan voz. Y surge un relato nuevo, algo que antes no existía y que cuestiona el conocimiento recibido.
Esto lo estamos viendo con más fuerza que nunca en las dos últimas décadas, y me parece muy esperanzador. Creo que es debido en gran parte al pensamiento postmoderno, pero también a la evolución espiritual que está experimentando la humanidad. Hemos visto derribar estatuas que llevaban décadas ensalzando las vidas de traficantes de esclavos, como ocurrió en Bristol en 2020 con la estatua de Edward Colston, poner en cuestión el papel de personajes tan importantes como Winston Churchill, etc. Lo que hace no demasiado tiempo era aceptable hoy ya no lo es. Cada vez más europeos se sienten incómodos, o al menos no orgullosos de nuestro pasado colonial. Las brutalidades del colonialismo están saliendo a la luz y no dibujan un panorama muy halagador. La supremacía tecnológica ya no justifica la opresión, ni tampoco la supuesta superioridad moral o civilizatoria de Europa. No podemos cambiar el pasado, pero podemos cambiar la historia.
- ¿Ser escritor consiste más en un ejercicio de honestidad o en crear un trampantojo ante el lector?
La novela es un arte que consiste en crear magia a partir de palabras. Cuando el lector está viviendo con los personajes, está sintiendo, oliendo, y viendo lo que sienten, huelen y ven ellos, eso es magia. Y como toda magia es una ilusión. Una ilusión que se desvanece al cerrar el libro, pero que de alguna forma perdura en la psique, a veces durante mucho tiempo.
El trampantojo es una ilusión, en este caso óptica, pero el símil es válido. Para crear esa ilusión hace falta mucha técnica, y esa técnica ha de pasar desapercibida para el lector. Esto es muy importante, porque si se ve el truco de magia el efecto de ilusionismo desaparece.
Para mí, la honestidad a la hora de escribir se traduce en una alineación entre lo que plasmas sobre el papel y lo que llevas dentro. Es decir, se trata de ser fiel a tus ideas, a tu visión del mundo. Intentar no autocensurarte. Mostrar lo que eres a través de tus personajes. Tus distintas facetas, tus ideas contradictorias, tus dudas. Todo eso, que en definitiva es el mundo interior del escritor, tiene que plasmarse en su obra. Y creo honestamente que si no es así no llega al lector, no se produce la magia.
Además, y esto es algo muy personal, creo que hoy en día no podemos permitirnos el lujo de no ser optimistas. Como sociedad tenemos una gran responsabilidad porque cada día estamos decidiendo sobre nuestro futuro en común. Nuestro pensamiento de hoy está generando nuestro mundo de mañana. No podemos enfrentarnos al futuro con desesperanza, porque estaremos generando un futuro peor para todos. Creo honestamente que tenemos que ser optimistas pase lo que pase, a pesar de todo y por encima de todo. Y por supuesto trabajar, cada uno en su ámbito, para que ese optimismo se plasme en la realidad.
- ¿Qué disfrutas más del oficio de escritor?
El proceso de creación, sin duda alguna. Escribir una buena descripción, un buen diálogo, una situación es, como decía más arriba, algo mágico. De pronto, algo que no existía cobra vida. Eso da una gran satisfacción. Todo ello tiene que ver con tu visión interior. Antes de escribir cualquier cosa, tengo que imaginarla. Entonces la describo tal y como la veo. Soy muy escrupuloso con la elección de las palabras, porque nuestro idioma es riquísimo en sinónimos, pero cada palabra tiene un matiz y una connotación especial que la hace única. A veces cuesta encontrar esa palabra que describe con exactitud lo que estás viendo o sintiendo, y cuando por fin la encuentras tu conocimiento de la realidad se expande, y eso produce mucho placer.
La otra pieza fundamental a la hora de escribir es la sintaxis, es decir la formación de frases. Prestar atención a la formación de las frases aporta cambios de ritmo y tempo, ayuda a establecer la atmósfera de la historia, a establecer puntos de vista diferentes, y también puede dar una sonoridad especial al relato lo que hace que la lectura sea mucho más fluida y por lo tanto más agradable de leer.
Cada elección la analizo detalladamente teniendo en cuenta todos estos aspectos, y busco siempre la economía, la precisión y la sencillez del lenguaje.
- Dado que te dedicas a escribir sobre hechos poco conocidos de la historia, ¿cuál de todos esos sucesos desconocidos que nos atañen a los españoles dirías que es más grave que no conozcamos?
Sin duda el pasado más reciente es el que tiene unos efectos más directos sobre nuestras vidas. Me resulta muy intrigante la difusa línea divisoria entre el oficio de historiador y el de periodista. ¿Dónde empieza uno y dónde termina el otro? Tienen tantas cosas en común que es difícil delimitarlos. Ambos anhelan conocer la verdad, pero la verdad es muy escurridiza, a veces inaprensible. Y creo que, cuanto más cercanos los acontecimientos, más difícil es conocer la verdad, porque hay más intereses en mantenerla oculta.
No quiero eludir la pregunta, pero sí que me voy a alejar de lugares más o menos comunes como la guerra civil o la dictadura, aunque estoy seguro de que todavía nos falta mucho conocimiento de ellos. Vamos más cerca: ¿cómo se desarrolló la crisis del 2008 que tanto sufrimiento ha causado? ¿Por qué el Estado decidió salvar a los bancos en lugar de salvar a las empresas y a las familias? Se escribió muchísimo sobre esto en su día, pero ¿sabemos realmente todo lo que ocurrió? Lo dudo.
- En general, ¿qué tal consideras que conocemos los españoles nuestro pasado?
Me resulta difícil contestar esta pregunta porque no conozco los planes de estudios de las últimas generaciones. No sé qué partes de la historia se estudian en educación primaria o secundaria que es lo que al final queda en el legado culturalmedio de la ciudadanía. No obstante, tengo la sensación de que sigue costando mucho mirar de frente algunos de los episodios más conflictivos, que hoy se consideran políticamente incorrectos y crueles, como puede ser la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos o la expulsión de los moriscos por Felipe III. Además, el pasado colonial, como en todas las naciones europeas que han tenido colonias, se ha blanqueado tremendamente.
Por otro lado, en lugar de celebrar la diversidad y la riqueza cultural y lingüística del Estado español, se ha intentado hacer un molde común para todos. Y, por supuesto, esto no ha funcionado. No solamente no ha funcionado, sino que ha creado y sigue creando muchísima tensión y fracturas en la sociedad. Por lo tanto, hacen falta y de hecho surgen diferentes relatos, muchas veces contradictorios. Creo que esto es muy positivo, porque contribuye a conocer mejor nuestro pasado desde diferentes puntos de vista, todos ellos necesarios.
- Entrando más en detalle sobre tu libro, Vae Victis aborda el papel de España en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. ¿Fue nuestro país tan neutral como se suele afirmar?
A España se la llegó a llamar la cuarta potencia del eje. En aquel momento pocos tenían dudas de que finalmente entraría en la guerra del lado de Italia y Alemania. Franco tenía una deuda muy importante con ambos países por su ayuda en la guerra civil. Italia fue muy generosa, pero los alemanes llevaban la contabilidad y no pensaban perdonar ni un marco. Franco, militar de casta, estaba deslumbrado por los éxitos apabullantes del ejército alemán. Había derrotado a Polonia en cuatro semanas, Dinamarca se rindió en dos días, esto era bastante lógico, pero que Francia pidiera el armisticio tras solo seis semanas de guerra fue algo increíble. Nadie podía creer lo que estaba ocurriendo. Y, por supuesto, Franco quería estar en el nuevo orden europeo del lado de los vencedores. En su mente, eso significaba crear un gran imperio español en el norte de África, y eso es exactamente lo que le pidió a Hitler en la famosa conferencia de Hendaya, que es donde arranca Vae Victis. Pero los planes de Hitler eran diferentes. Él veía a los españoles con una mezcla irracional de racismo y fascinación por nuestro pasado exótico. En cualquier caso, gente indolente y de poco fiar. Hitler conocía el papel de Franco en la guerra civil española por los informes de los generales alemanes y no se puede decir que gozara de buena reputación como estratega entre los mandos alemanes. Ningún militar alemán podía entender cómo la guerra civil española había durado tres años. Para ellos debería haber acabado en tres meses y pensaban que esa dilación de tiempo se debía a la incapacidad de Franco y sus generales.
Por otra parte, Inglaterra estaba interesadísima en no perder Gibraltar y utilizó todos los recursos a su alcance para que España no fuera un corredor de paso para el ejército alemán. Utilizó la diplomacia, el bloqueo naval y otra cuestión bastante vergonzosa que no voy a desvelar porque es una sorpresa en Vae Victis. Finalmente consiguió lo que quería, pero eso no impidió que España colaborara intensamente en el esfuerzo de guerra alemán. Todo esto queda muy patente en la novela.
- ¿Todos los personajes que aparecen en Vae Victis son históricos o hay alguno que sea de tu invención?
La mayoría son históricos, y aprovecho esta entrevista para dar las gracias a todas las personas que han hecho posible su conocimiento, como Santiago Macias con El monte o la muerte, Richard Bassett con Hitler‘s Spy Chief o Juan José Lozano Morales con El carnicero de Extremadura. Todos ellos me han aportado detalles interesantísimos que han contribuido a dar una mayor solidez y credibilidad a los personajes.
Otros son personajes ficticios, pero son idealizaciones de grupos de personas que existieron realmente, y que por razones de argumento se condensan en un solo personaje. Es el caso del agente inglés del SOE, o de la maestra republicana perseguida por el régimen de Franco.
- ¿Por qué elegiste esa expresión latina para el título de Vae Victis?
Conocía esta expresión que utiliza el historiador romano Tito Livio en su libro Ab Urbe Condita y que significa «¡Ay de los vencidos!». También se usa para decir «dolor al conquistado», augurándoles un futuro incierto y doloroso. Me pareció una expresión muy adecuada para expresar lo que pasó después de la guerra civil, ya que ese fue el programa político de los vencedores. No hubo intención de reconciliación o entendimiento, sino más bien un deseo de acabar con los otros. Fue la paz de los cementerios, y muy especialmente durante el tiempo que duró la Segunda Guerra Mundial.
- No solo escribes en este género, sino que incluso tienes un trabajo de investigación sobre la novela histórica posmoderna. Háblanos un poco sobre este subgénero, ¿qué implica esa etiqueta de posmoderna?
Si buscas postmodernidad en diez diccionarios, encontrarás diez definiciones diferentes. Es un tema sobre el que se ha escrito muchísimo y sobre el que es difícil ponerse de acuerdo. Una de las aportaciones que a mí particularmente me parecen más interesantes es la asunción de que las grandes narrativas han caído. Estas grandes narrativas, como el marxismo, el liberalismo o el nacionalismo, que proporcionaban explicaciones totalizantes de la sociedad, que prometían una vía completa y universal sobre la estructura social, económica y política, y proponían modelos para alcanzar una sociedad ideal han caído en descrédito porque la realidad se ha mostrado mucho más compleja.
La valentía y la increíble capacidad analítica de los grandes filósofos postmodernos como Derrida, Lyotard o Foucault nos han permitido poner en cuestión los grandes valores de la Ilustración, que fueron la base de la modernidad. Yo fui durante muchos años un gran entusiasta del siglo de las Luces, pero después, en gran parte gracias a estos y otros pensadores comprendí que la Ilustración, con todos sus valores positivos dejaba fuera demasiadas cuestiones. El racionalismo y el cientifismo propio de la modernidad demostró sus límites y su peor cara en el colonialismo del siglo XIX y en las dos guerras mundiales. También dejó fuera a las mujeres, a cualquier raza que no fuera blanca, a las culturas no europeas, a los conocimientos ancestrales. Tantas y tantas cosas que supusieron un tremendo varapalo para la justicia y para la diversidad cultural del planeta. Todo esto ha sido, y sigue siendo cuestionado por el postmodernismo. La creencia en la existencia de una cultura dominante o superior que se consideraba como modelo para el progreso y la civilización, desestimando o menospreciando otras culturas está hoy en día denostada. La postmodernidad cuestiona estas explicaciones unitarias y propone una comprensión más fragmentada y relativa de la realidad, reconociendo la multiplicidad de interpretaciones y la diversidad de experiencias humanas.
Centrándonos más en el tema específico de la novela histórica postmoderna, algunos de los filósofos de la historia que más me han influido han sido Hayden White, Keith Jenkins, Ernst Breisach y Beverley Southgate. Especialmente White y Jenkins han contribuido enormemente a la problematización de la historia como disciplina, tanto desde un punto de vista epistemológico como ontológico. Este es el tema del trabajo de investigación que hice, hace ya muchos años, y en concreto cómo se trasponen estos conceptos que son propios de la filosofía de la historia a la ficción.
Lo que hace la novela histórica postmoderna es apropiarse de estos valores y plasmarlos en este género. Y lo hace de múltiples formas. Una de ellas es jugar con los límites entre la fantasía y la realidad, entrelazando personajes históricos con personajes míticos y ficticios. Este cuestionamiento de la representación histórica es una característica bastante común en la narrativa postmoderna. Otra característica importante es la narrativa no lineal, con saltos temporales, lo cual añade capas de complejidad enriqueciendo la trama. Por último, señalaría la multiplicidad de puntos de vista y la mezcla de estilos desafiando así las convenciones de género. Se podría decir que gran parte de la literatura desde los años 50 del siglo pasado hasta ahora participan en mayor o menor medida de estas características.
- ¿Tienes muchos proyectos esperando a ver la luz?
Tengo varias ideas para escribir novelas históricas de momentos clave en nuestro pasado colectivo. O bien de cuestiones que me han llamado especialmente la atención. Los cambios dinásticos, las guerras, las revoluciones, las epidemias, son todos ellos momentos que transforman profundamente a las sociedades y que por lo tanto son importantes para entender cómo llegamos a ser lo que somos.