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Manuel Moya: «Si soy algo es un escritor y un poeta vocacionalmente marginal»

ENTREVISTA CON MANUEL MOYA

Manuel Moya nació en Fuenteheridos, Huelva, España, en 1960. Estudió filología hispánica en la Universidad de Sevilla. Ha publicado más de veinte libros de poemas, entre los que cabría destacar La posesión del humo (1998), Salario (1998), Interior con islas (2006), El sueño de Dakhla (2008), Impedimenta (2011), Apuntes del natural (2013), Salida de emergencia (2014), A salvo (2016), El corazón de la serpiente (2016).

Ha publicado también los libros de relatos La sombra del caimán (2006), finalista del premio Setenil de 2006; Caza Mayor (2014), Premio de la Crítica andaluza y finalista del Setenil, 2015, y Ningún espejo (2014), así como las novelas La mano en el fuego (2006); La tierra negra (2009); Majarón (2009) y Las cenizas de abril (2011), que obtuvo el premio Fernando Quiñones de novela.

 

Ana Isabel Alvea Sánchez: ¿Cómo empezaste en la poesía y cómo fueron esos inicios?

   Manuel Moya: Tengo un claro recuerdo de mi encuentro con la poesía. Soy de un pueblito llamado Fuenteheridos. Mi padre era agricultor y en invierno entresacaba pinos que los trocaba con Dolores, la panadera, por el pan del año. Un día de mucho frío fui con él a cortar pinos y recuerdo llegar a casa aterido, con la intención de acercarme a la candela. Al entrar en la cocina mi prima y mi madre estaban frente al fuego. Mi madre freía unas patatas y mi prima le recitaba unos versos de “El niño yuntero”. Me quedé petrificado al escuchar aquellos versos. Estamos hablando del año 1973 ó 1974, y tenía apenas 13 años. Al advertir mi presencia, las dos volvieron la cara: mi madre lloraba. Yo me olvidé del frío. Estaba fascinado, conmovido. Fue como si me alcanzase un rayo. Ese fue el comienzo. A partir de entonces fui ahondando en la lectura y escribiendo. Empecé, claro, con poemas muy hernandianos. Pasé luego a escribir relatos, conocí el mundo de Cortázar, que me abrió a los poetas simbolistas y surrealistas franceses, que son tal vez quienes más me han influido.

Para mí crear un heterónimo lírico o un personaje de cuento o novela no es muy distinto.

¿Empezaste, pues, con los relatos?

   Sí, tras esos primeros poemas hernandianos, seguí con los relatos, también muy malos, pero la lectura de Cortázar supuso una experiencia prodigiosa y duradera. Es significativo lo de escribir relatos para entender mi relación con los heterónimos. Estos no son influencia de Pessoa, como acaso pueda pensarse dada mi relación con Pessoa, sino del mecanismo narrativo, que te hace interiorizar a un personaje, abriéndote a un mundo nuevo, a otra manera de pensar y sentir el otro. Para mí crear un heterónimo lírico o un personaje de cuento o novela no es muy distinto. Si me ha sido relativamente fácil crear heterónimos es porque no es muy diferente a dar vida al personaje de un relato. Al principio, Pessoa no había calado tanto en mí como después en el tiempo. Mis heterónimos no tienen nada que ver con mi lectura de Antonio Machado o Pessoa, aunque admiro a los dos y los considero cercanos, poetas inconmensurables a los que leo y que me han influido en otras facetas quizás mucho más proteicas.

Después viniste a Sevilla a estudiar Filología.

   En Sevilla viví seis años, aunque en la universidad duré seis meses mal contados. No me gustó la universidad. Era un lugar de niñatos. Todos pretendían ser funcionarios. Les iba esa marcha. Gente sin imaginación, gregaria, sin una visión del mundo. Simplemente no quería ser como ellos. Me parecían malas, muy malas influencias para alguien que quería escribir, como era mi caso. Yo quería aprender a escribir, ellos aprobar los exámenes. Me largué en cuanto pude. Pero el sevillano en general fue un período muy a lo Henry Miller (quienes lo hayan leído comprenderán). Una vida bastante movidita, en la que apenas comía, leía muchísimo, iba a conciertos, frecuentaba antros, no tenía un duro, vivía a salto de mata, muy a lo beat, metiéndome en cientos de líos, pero tuve suerte, nunca me metí en líos de los que no pudiera salir. Lo mío era venial. Un maldito sin vocación y sin un duro. Una catástrofe. Un maldito cobarde. En el fondo no perdí pie ni me alejé mucho de la orilla. Viví y leí, sí, con cierta intensidad, luego hice la mili, que fue un período terrible, de prisión, donde me sentí como la última piltrafa, como una lata de Pepsi a la que todos daban patadas. Mi relación esquiva con la patria, cualquier patria, viene de ahí. Luego trabajé en un pantano y con lo que gané pasé algún tiempo en Italia. Italia me dio a Pavese, uno de mis autores de cabecera, acaso porque ambos mantenemos una relación profunda con la tierra. Baudelaire, Pavese Pessoa y Machado son mis hitos. Cortázar, Márquez, Dostoyevski, Nerval o Rimbaud vienen inmediatamente detrás. Para entonces ya pensaba en echarme de bruces a la literatura, que no te ofrece una profesión, sino todo un mundo, una huerta que cultivar. Por lo demás, llevo 30 años metido en el doblado de mi casa, escribiendo sin cesar, en el submundo de la escritura.

Un poquillo desordenado tu despacho, ¿no?

   Mucho. Vivo en el caos. Ese es mi mundo. Sobrevivir en el caos y tratar de ordenarlo es mi trabajo. Es curioso que espacialmente tiendo al caos, pero luego me centro con facilidad y sigo un camino preciso. Termino los proyectos que empiezo y soy puntualísimo y formalísimo en mis cosas. Sí, tengo un punto caótico, asilvestrado, pero luego sigo horarios fijos como un empleado del BBVA y soy tan puntual como in inglés. Lo que no me gusta son las cosas regladas, el orden sin más o el hacer siempre lo mismo o lo que se espera de uno.

El texto es el que manda. Es él quien te dice la manera de escribirlo.

Con la escritura pareces igual, formalmente cambias mucho, de Violeta Rangel, una poesía que podemos considerar propia del realismo sucio, al poeta chino, cuyos poemas parecen seguir la tradición de la poesía clásica china o el poeta saharaui que sigue otras pautas, hasta llegar a poemas extensos como el poema-río “Salida de emergencia” o los poemas largos de “Corazón de la serpiente”.

   No me gusta escribir siempre el mismo libro. Para qué escribir siempre el mismo libro. Qué sentido tiene eso. Con escribir un único libro bastaría. Respeto a quienes lo hacen, cómo no, pero no es mi caso, desde luego. Con cada uno de los libros que escribo busco nuevas fórmulas o nuevos temas o a veces ambas cosas a la vez. Cuando consigo una fórmula, por decirlo así, la sigo un tiempo pero luego me apeo de ella, busco una nueva. Entiendo la literatura como búsqueda, como exploración. El texto es el que manda. Es él quien te dice la manera de escribirlo. Escribirlo todo con la misma fórmula es, desde mi punto de vista, absurdo. Cada tema te pide una forma distinta. Picasso no se enfrentó a la pintura de una manera unívoca. Experimentaba constantemente. Aparte de esto, vivo en una zona donde a los niños de cinco años hay que explicarles la palabra horizonte porque estamos rodeados de árboles que lo ocultan. En los caminos, a poco que andes, cambia el paisaje y esto te condiciona la manera de ver y entender el mundo. Cuando termino un libro, me detengo, ¿y ahora qué? Me tiro un tiempo brujuleando, observando el paisaje, tratando de ver entre el follaje. ¿Qué hago?, me pregunto. Y busco historias que sean distintas, incluso en la forma. La heteronimia me permite buscar cosas distintas, voces distintas. Me gusta jugármela en cada libro. Por ejemplo, en “Corazón en la serpiente” me planteé escribir versos largos y poemas extensos donde lo poético apareciera soterrado, escondido, donde todo fuese una simple y pura conversación de tintes rugosos, sin la más mínima solemnidad, sin un solo verso susceptible de ser citado. A eso lo llamé balbuceo. Se trataba de eso, de crear una especie de temblor, de balbuceo, de calima escritural. En Interior con islas, en cambio, lo que me interesaba era crear pequeñas manchas cromáticas con cada una de las islas. Algo así como acuarelismo lírico. Desde pequeño me encantaban los mapas. He leído miles de mapas. He inventado mapas y así también he inventado islas, lugares donde perderme. En fin, cada libro es una aventura distinta que me lleva a lugares distintos.

Mi poesía habla del exilio, de la exclusión, del arrabal.

Pero hay algunas recurrencias.

   Claro, hay algunas recurrencias. Mi poesía habla del exilio, de la exclusión, del arrabal. Violeta es un personaje marginal, una prostituta barcelonesa que escribe con el lenguaje de la calle, de su calle. Xi Shuao Quan es un exiliado, alguien que planta cara al poder y es expulsado de su casa y condenado al destierro y habla desde el destierro, desde el camino. Mi tercer heterónimo es un saharaui que vive, como todos los saharahuis, lejos de su tierra, lejos de sus raíces y habla de su patria perdida. El poeta polaco habla de los campos de exterminio y de toda esa gente que fue tratada mil veces peor que el ganado y habla del horror y de la barbarie, de la condición de hombre. En fin, mis voces poéticas, siempre se colocan al margen. Yo mismo me coloco siempre al margen. Si soy algo es un escritor y un poeta vocacionalmente marginal. La marginación es mi postura frente a un mundo que no me gusta.

la naturaleza se ha ido colocando en el centro de mi discurso

Yo te conocí con Sueño de Dakhla, en este libro como en Impedimenta del poeta chino, la naturaleza y las labores del campo están muy presentes, ¿puede deberse a tu procedencia?

   Al principio mi poesía tenía improntas urbanas, pero poco a poco la naturaleza se ha ido colocando en el centro de mi discurso. Es algo natural, se ha ido produciendo una decantación.

Toda poesía es social o política.

Tanto en La posesión del humo, como El sueño de Dakhla o Impedimenta encontramos poemas sociales, pues subyace una crítica al abuso del poder y una defensa de la sencillez y de la vida de personas trabajadoras y sencillas.

   Toda poesía es social o política. Hasta la que parece no serlo lo es. Todas hablan de nosotros como seres sociales, como seres relacionados o asociados con otros seres. Cada uno de nosotros vivimos en un espacio social y cultural concreto, pero también en un tiempo específico y es imposible que eso no nos condicione, que no nos haga reaccionar de una forma o de otra. Mi poesía no elude lo social y lo político, pero procuro hacerlo sin que parezca una poesía mitinera, de rápida deglución, de ésas que arrancan el aplauso fácil del respetable y luego se las lleva el viento. Mi concepción de la poesía política es muy otra.

¿Qué heterónimos has dado a conocer?

   Aparte de los mencionados Violeta c. Rangel, Umar Abass y Xi Shuao, está Marmolejo, poeta de letras flamencas. Cuando mi padre, que le gustaba el flamenco, murió, dejó un cuaderno con soleares. Yo investigué y comprobé que esas soleares no eran suyas sino del acerbo flamenco. Durante un tiempo, como una especie de luto, fui escribiendo coplas. Hice como cien que luego publiqué en un cuadernillo titulado Plaza d’arriba, que es la plaza donde vivimos cuando yo era niño. A mi padre le gustaba cantar flamenco cuando trabajaba e improvisaba letras. Y quise homenajearlo así.

debemos ser los autores mal llamados «cultos» los que nos interesemos por el flamenco y hagamos letras flamencas

Viene muy bien, Manuel, renovar las letras flamencas, tan propio nuestro y sentío.

   El flamenco es grande, muy grande. Yo lo respeto mucho. Como andaluz creo que tengo que devolverle algo de lo que nos ha dado. El flamenco ha vivido en el arrabal, a la sombra de lo que podríamos llamar cultura culta. Es un arte de trabajadores y marginados. Lo tiene todo para no ser considerado por las élites culturales. Las cosas han cambiando pero no hasta el punto de no seguir arrastrando un cierto rasgo de inferioridad que se ve en el hecho de que los cantaores y cantaoras cantan últimamente coplas de autores cultos no hechas para el flamenco, porque suponen que así elevan el arte, así lo engrandecen, lo ponen a la altura del arte culto. Todavía el flamenco se quita el sombrero ante el señorito por así decir y salvo excepciones su relación con lo culto, siempre se hace con el sombrero quitado. No, soy de la opinión de que la cosa debe ser al revés: debemos ser los autores mal llamados «cultos» los que nos interesemos por el flamenco y hagamos letras flamencas, siguiendo la tradición flamenca, siguiendo el espíritu del arte flamenco, ajondándonos. Por otra parte pienso que los cantaores flamencos no son muy conscientes de la importancia de las letras. Cantar una buena copla debiera ser lo primero que se plantease el cantaor, porque lo mismo cuesta cantar una buena que una mala letra, pero el cantaor está mucho más interesado por sus facultades y por sus melismas. Sí, sus facultades son importantes, qué duda cabe, pero una letra buena ayuda a mejorar la interpretación, ayuda al pellizco del cante, hace más grande lo grande.

¿Tienes algún otro heterónimo que no conozcamos?

   Existe otro inédito, sí, Waleny Kiszczak, que es polaco. Nació de mi visita a Auschwitz y de la conmoción que sentí allí. Su libro «Estación infierno», es acaso el más dramático que he llegado a escribir. La experiencia humana que hizo posible Auschwitz fue y es espeluznante. Sabes que existe el campo de exterminio, sabes lo que pasó allí, te lo han contado miles de veces en libros, películas, poemas, etc… pero estar allí añade otra dimensión, te desnuda por dentro, te hace replantearte muchas cosas. Es un viaje alucinante al terror, a ese terror que consiste en saber de lo que es capaz el género humano. Dicho esto hay que aceptar que Auschwitz es Gaza y Gaza es Auschwitz, nacen del mismo trasfondo humano y se alimentan de la misma mierda. Exactamente de la misma. El libro lo escribí en estado de shock, en una bajada a los infiernos. Durante meses. Otra especie de luto. Los poemas son desnudos, agrios, rotos, sin signos de puntuación, agrestes, rudos. No podían ser de otra manera.

¿Cómo es tu proceso creativo, tienes primero idea de libro o escribes poemas y luego le encuentras una organización o hilo?

   Hay libros que nacen desde una idea preconcebida o desde una experiencia concreta, como ocurre con Estación infierno» o los poemas flamencos. Entonces todo te lleva en una dirección. Pareciera que sólo eres el médium por donde va apareciendo el texto. Otras no. Otras estás en estado de espera y no ocurre nada. Vas escribiendo poemas, relatos, sin un propósito fijo. A veces escribo poemas que logran pertenecer a una pequeña comunidad, que llamamos libro, pero escribo otros que nacen con la vocación de lobos esteparios, sin un nexo común, como islas. Esos suelen ser importantes porque marcan una dirección, pero aún están en tierra de nadie. Normalmente se quedan varados en cualquier parte. Es importante que un libro tenga una unidad temática y compositiva.

¿Temes a la página en blanco?

   No, no me preocupa no escribir poemas, novelas o relatos en una buena temporada. Soy viejo y sé que va por rachas. De pronto surge el texto largo, la novela. Es como atravesar el estrecho para la golondrina. De pronto sientes la llamada y te pones en camino. Dicho así, no pretendo dar a esto un sentido esotérico, sino natural. Así ocurre también con la poesía, con el relato, con el microrrelato, incluso con el ensayo. Paso de un género a otro para oxigenarme, y también porque me gusta asumir ciertos retos. Hay momentos mejores y peores, pero no blancos.

crear algo de la nada es siempre ponerte en riesgo

¿Te pones a escribir y una de tus voces te posee a ti o tú las invocas?

   A veces no tienes opción, como con el polaco. Te dejas arrastrar porque entiendes que basta con no oponer resistencia. Otras veces soy yo quien va en busca del personaje. Lo invoco, lo pienso, incluso lo intuyo y puede que me cueste encontrarlo, que no acabe de distinguir su voz, su llamada y entonces avanzo con dificultad, tanteo y continúo hasta que después de mucho tiempo la voz se hace, se presenta, cristaliza. Sé que todo esto parece raro, pero sucede así. Escribir una novela, en cambio, me parece una experiencia amorosa. Es como estar enamorado. Desde la mañana a la noche estás imbuido por esa presencia que es la novela. Lo primero que haces al despertate es pensar en la novela, lo último que haces al dormirte es pensar en la novela. Un amor. Mi manera de escribir una novela es curiosa. Parto de una historia muy básica, clara pero básica, sin demasiados laberintos. Comienzo a escribir en la dirección deseada. Al principio voy tanteando hasta que ya avanzado el texto aparece un personaje que no esperabas, un secundario, que de pronto comienza a cobrar protagonismo y a tirar de ti y del argumento. Cuando comienzo a escribir una novela tengo la idea de sobre qué quiero escribir, pero es necesario esperar a que se presente el personaje que todo lo va a descabalar y puede ocurrir que a partir de entonces la novela tome por inesperados derroteros, sin salirse del guion previo, eso sí. Una novela es una aventura extraordinaria. Escribir en general es una aventura, un privilegio, crear algo de la nada es siempre ponerte en riesgo, ponerte en una situación límite, y esto te hace vivir más intensamente hasta el punto que he viajado mucho más en mi pequeña habitación que en todos mis viajes reales, que son muchos.

***

Selección de poemas de Manuel Moya

Carlos Marmolejo (Lebrija, 1972)

SE ma perdío er reló,

mira si lo habré bu’cao,

e’taba en tu corazón.

E’tán doblando campana’.

Que la muerte venga a verme,

le guardo cuatro palabra’.

Se ma parao er reló,

si ayé le daba yo cuerda,

hoy la cuerda soy yo.

de Plaza d’arriba (Ed. Piratas, 2015)

 

Violeta c. Rangel (Sevilla 1968-Barcelona 2012)

UN poema es una sepultura,

y, cielo, tú debes caber dentro.

*

IBAS lista si pensabas

que esos troncos te irían a decir,

dales cari, ahí, ahí,

cómeles los hígados,

chútate sus huevos,

párteles las piernas.

Ellos, querida,

hasta en la cama

nos prefieren muertas.

De La posesión del humo (Hiperión, 1998)

 

Lee Song Io (Xi Shuao Quan) (Hizhocum 1713-1756)

TENDER la sombra de los pájaros,

copiar la caligrafía de los juncos en el río.

*

CONOCE el pájaro el oficio de ser pájaro

y la hierba el de ser hierba hasta pudrirse.

A la ilusión del mar cantan los ríos

y más cabal será su canto, si más suave.

Es la nieve el precio de diciembre

y el charco es la medida de ser charco,

ajeno a la ilusión de su reflejo.

No pregona el águila el ser águila,

ni la luz se cansa de ser luz

mientras el sol está en lo alto.

Más fácil es que un buitre

desgarre con su pico un corazón,

que acepte, complacido, una corona.

Desconoce el lago el nombre de sus islas,

pero no el peso de los patos

ni la pronta arquitectura de las nubes.

Arriba, abajo, dentro, fuera,

ahora, nunca, siempre, todo…

palabras que no evitan el frío,

que no atajan el dolor,

y que sólo mantienen encendida

la llama de la noche.

de Impedimenta (Renacimiento, 2011)

 

Ana Isabel Alvea Sánchez (Sevilla, 1969). Licenciada en Derecho y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada, posgrado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la misma universidad. Ha publicado los siguientes poemarios: Interiores (2010), Hallarme yo en el mundo (2013), Púrpura de Cristal (2017), La pared del caracol (2020), Las ventanas del tiempo (2022), Cuando susurran los cipreses (2024).

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