Entrevista a Raúl Cortés: “La guerra es el fracaso más absoluto del ser humano como civilización”
Texto: Alejandro López Menacho
Fotos: José Luis Fuentes
El dramaturgo y director sevillano Raúl Cortés presentó en Jerez de la Frontera el libro La Ópera de los Caricatos, una potente crítica en clave antibelicista que explora el absurdo de los conflictos bélicos y las narrativas identitarias. Nueva presentación en el Teatro del Barrio, Madrid, el 14 de mayo a las 19 horas
La literatura dramática es un género versátil que puede ofrecer una reflexión profunda sobre muchos de los temas universales y/o candentes que nuestra sociedad debe afrontar. Actualmente, parece más pertinente que nunca reflexionar acerca de cómo el ser humano llega a los conflictos bélicos y los subterfugios que utiliza para justificarlos. La Ópera de los Caricatos realiza, como bien indica su editorial, una “autopsia grotesca a las sociedades de la guerra”. Su autor, Raúl Cortés (Morón de la Frontera, 1979) estuvo en Jerez presentando la obra y pudimos charlar un rato con él sobre su última obra y las motivaciones que la sustentan.
La obra, que tiene un gran sentido del ritmo, parece una especie de farsa con sentido alegórico. ¿Qué has intentado mostrarnos con la “La ópera de los caricatos”?
Simple y llanamente es un alegato antimilitarista. Parafraseando a Camus, La ópera lanza una pregunta: ¿tenemos derecho a matar al otro, al que está frente a nosotros? ¿Por qué? ¿Es posible salir indemne como civilización si la respuesta es sí?
¿Cómo abordas la relación entre el arte y la realidad de la guerra?
Hace más de un siglo, el austriaco Karl Kraus escribió una obra faraónica titulada Los últimos días de la humanidad, prácticamente desconocida hoy en día, a pesar de ser uno de los títulos imprescindibles del teatro contemporáneo. Kraus le practicó una autopsia a la sociedad de la Primera Guerra Mundial para desentrañar todos los mecanismos políticos que provocaron aquella carnicería. La ópera se inspira en el trabajo de Kraus, que dejó una obra sin par para la posteridad. Y más de un siglo después, seguimos matándonos obscenamente. O, mejor dicho, nos siguen matando sin ningún escrúpulo, porque las guerras van modernizando sus métodos, pero las víctimas siguen siendo las mismas de siempre: el pueblo, sin más.
Un jefe de estado, un periodista, un comandante del ejército, un patriota, un escritor… todos, como el nombre de la obra indica, aparecen caricaturizados. No dejas títere con cabeza. ¿Qué papel juega la comedia en tu obra para representar el conflicto bélico?
La guerra es una tragedia insondable, que certifica el fracaso más absoluto del ser humano como civilización. No es fácil sobreponerse a ese ejercicio de demolición, porque es un momento puro, definitivo y sin retorno. Me resultaba imposible mirar de frente a ese apocalipsis sin sucumbir a la parálisis o al nihilismo, sin maniatar la escritura. El tono cómico que asoma en la obra por momentos, no es tanto una vía de escape como una forma de acentuar el absurdo de la guerra y de todos los señores que alientan y viven de este negocio.
Hay mucho humor y carga crítica en las páginas de la obra. Uno de los personajes dice: Nuestros valientes empuñan las armas y nosotros las banderas! ¿Y por qué? Porque la patria nos necesita. ¿Es la patria un subterfugio recurrente en las guerras?
Todas las patrias, absolutamente todas, son auténticos polvorines. Todas ellas descansan sobre el principio de identidad y ese principio, normalmente, se levanta como una fortaleza. Es una muralla desde la que observar todo. Antes de que nos demos cuenta, se coronarán esos muros con un trapo de colores, que llamaremos bandera, y se entonará una melodía facilona, que llamaremos himno. Desde ese momento, el mundo se dividirá en dos: nosotros y ellos. Y a ellos, es decir, a los otros, les otorgamos un estatuto de amenaza. Y, claro, esta concepción de la identidad es una fábrica de conflictos; a partir de aquí, todo lo demás viene dado. Cuando alguien evoca a la patria, a ese tipo de patria, no sé a qué se refiere. Quiero decir, no registro un sentimiento similar que me movilice, no me inflama el pecho ninguna bandera al viento ni me eriza la piel himno alguno. Y, entonces, me quedo al borde de la duda: ¿es la patria algo más que un constructo simple y emocional, aunque eficaz? La identidad como una suerte de fortaleza no me convoca. La identidad que yo abrazo guarda más relación con la idea de puente: un artefacto que construimos para superar los obstáculos que nos separan y poder juntarnos y convivir.
¿Cómo equilibras la representación artística de la guerra para evitar trivializarla en una obra con altas dosis de humor?
Uso el humor como una especie de caballo de Troya. Hay escenas que tienen una apariencia amable, que se nos brindan casi como un regalo pero que, en el fondo, esconden una rabia, un veneno o un poder de perturbación que nos asalta cuando menos lo esperamos. Ese es el humor que me interesa, el que camina por un desfiladero, siempre al borde del precipicio. Ese humor que provoca, dependiendo de la situación, una mueca o una carcajada tan afiladas que, poco después de producirse, duele, hiere.
¿Cómo es tu proceso de escritura de una obra?
Lento. Bastante lento. Y esa lentitud es una declaración de principios frente a las imposiciones de la época. Esa producción compulsiva no obedece a los tiempos de la creación, sino del mercado e, incluso, de la academia, siempre ávidos de novedades. La sociedad, en general, y los creadores en particular, hemos de afrontar una de las ansiedades más estresantes de la contemporaneidad: no existir. Y eso explica la sobreexposición, la hipervisibilización y la producción permanente: que no pase un año sin estrenar, sin publicar, sin estar, so pena de desaparecer. El proceso de creación de La ópera comenzó hace algo más de cuatro años. Hubo una primera etapa muy fluida y, a partir de ahí, empezó una pausada fase de revisión. Parar, reposar la escritura, distanciarme y volver. Era lo que me pedía la obra. Y si la época no me permite respetar los tiempos de la obra, que es a la que me debo, entonces reivindico mi derecho a no existir.
¿Cómo analizas el estado del teatro actual, sobre todo de este tipo de teatro con carga crítica?
¿El momento actual? Las compañías independientes seguimos teniendo las mismas dificultades de siempre. Entre otras razones, estas dificultades obedecen a una política teatral carente de riesgo y excesivamente centralista. Y esto también es un reflejo de nuestros días. Así que el teatro no solo canaliza las complejidades de nuestro mundo, sino que, además, también sufre sus consecuencias.
¿Cómo crees que tu obra se relaciona con las tradiciones teatrales anteriores que han abordado temas de guerra y violencia?, ¿qué referentes has manejado de este u otros artes?
Obligatoriamente he de citar a Karl Kraus y Los últimos días de la humanidad, porque mi obra parte de aquí. Como te decía antes, es una revisión de la obra magna e insuperable que alumbró Kraus, durante la Primera Guerra Mundial. No obstante, hay mucha literatura y muy buena al respecto. Y no me estoy refiriendo solo a las obras de creación que, desde la narrativa, el teatro, la poesía e, incluso, el cine, han alimentado la reflexión colectiva sobre el asunto. Hablo de autores como Camus, Arendt, Sontag, Weil, Kovacsics o Zweig, por citar algunos nombres. Todos ellos sobrevuelan las páginas de La ópera.
Has publicado mucho teatro en diferentes editoriales, si no me equivoco este es el tercer libro con Pepitas… ¿cómo concibes la relación teatro-literatura? ¿crees indispensable publicar las obras en formato libro? ¿qué tal la relación con Pepitas de Calabaza?
Literatura dramática y teatro no siempre son la misma cosa, al menos desde mi visión dramatúrgica. Quizás por eso creo que lo indispensable es que la obra acontezca. Y esto solo se puede conseguir sobre la escena. Ahora bien, publicar teatro, hoy en día, es un milagro que hay que celebrar. Y si esa publicación lleva el sello de Pepitas de Calabaza aún más, porque Pepitas es una de las mejores editoriales —y más comprometidas— de este país. Su trayectoria y su visión han exhibido una coherencia envidiable. Y formar parte de su catálogo es un privilegio.