‘Eliza’, de Myriam Ybot

Eliza

Myriam Ybot

Itineraria

Las Palmas, 2024

258 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Todo soñador se ha quedado corto. La historia es esencialmente transgresión, o al menos así desearíamos que fuera. De ahí nuestra debilidad por Richard Burton (el viajero, no el actor), David Livingstone, Francis Younghusband, el Duque de los Abruzos, Amundsen y Nansen, Mungo Park, George Mallory, Shackleton y toda esa enorme lista de exploradores que encabezan una más enorme, la de los que los acompañaron, en una época, principios del siglo XX, en que el planeta estaba todavía virgen para los occidentales. Pero transgredir no quiere decir protagonizar una travesía por el Himalaya con un calzado de suela de esparto, o internarse en las selvas de África armado con un cuchillo de untar mantequilla. Uno transgrede cuando el viaje es interior, cuando el viaje le transforma. No hace falta mucha hormona, pero sí mucha sensibilidad para caminar e ir aprendiendo.

Eso es lo que le ocurre a Eliza Drake, la protagonista de esta novela, una mujer británica que el 1910 se embarca sola rumbo a las islas Canarias. Ahí está la soledad como sinónimo de aventura, en lugar del riesgo, y el contraste con todos los grandes expedicionarios que estaban cartografiando el mundo, para definir que no es necesario ser excesivamente bravo a la hora de sentirse protagonista de la propia vida. A nuestra disposición está todo lo que pueden registrar los sentidos, que son miles de millones de matices. En buena medida, esta obra de Myriam Ybot (Madrid, 1965) es un homenaje a una época, aquella en la que a uno le era todavía posible reinventarse por el sencillo hecho de alejarse de sus raíces. Pero también es un homenaje a un lugar, a unas islas de las que es posible enamorarse, y más sencillo, más puro, resultaba en una época en la que las noticias del exterior nos llegaban de guindas a brevas.

Yobt compone un texto amable que tiene lugar entre Tenerife y Lanzarote. La obra se lee con facilidad, y en el momento en que vamos descubriendo que tal vez se centra en un estrato social con el que sentimos una afinidad muy limitada, la alta burguesía, nos descubre que esta gente no está sola: «el pueblo canario, del que forman parte los sirvientes, los agricultores y pescadores, los tenderos y los trabajadores de la exportación, parece muy diferente. Hay quien los tilda de desfachatados, irrespetuosos o arrogantes, pero yo prefiero considerarlos orgullosos y libres», dicta en una de las cartas que encabezan cada capítulo. Será esta relación, el impulso a conocerles, además de a conocer los paisajes, lo que haga avanzar en la lectura con mayor interés que cuando los encuentros son entre gente de otra cuna. Los homenajes que mejor valoramos serán siempre estos, en los que la mirada más afectuosa se deposita en los que tuvieron peor suerte que uno mismo.

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