‘Reinos incomparables’, de Jeremy Robbins
RICARDO MARTÍNEZ.
El sueño, los sueños han ocupado tanto tiempo y significación en el manierista reino de España! Y todo por la gloria del monoteísmo, del poder, de la representación. He ahí, sí, el Gran Teatro del mundo donde se representaron durante algunos siglos todo tipo de tramas, más o menos humanas. Ay cuando dé su dictamen el juez de la historia! (que aquí no llegará nunca con sus papeles)
Solamente la expresión Siglo de oro ya presupone un distanciamiento, una voluntad hiperbólica si la trasladamos al actuar monárquico: ‘Viva el espectáculo’ Sin embargo, es de justicia decirlo, hombres brillantes en las artes y las ciencias y las letras dieron lustre a una época donde la arrebatada Europa despejaba sus propias tinieblas.
En fin, de todas las grandilocuencias más o menos reales y la de circunstancia histórica, la vida real del hombre sobre un territorio real, da cuenta este libro equilibrado en sus apreciaciones históricas, en sus detalles minuciosos de la descripción social, política, cultural… Y todo ello resulta renovador como criterio para el buen entendimiento de la peculiar realidad llamada España.
A pesar de la elevación o trascendencia que a todo bien o prosperidad se suele anudar, hay un hecho material, real, cierto, que es fácilmente entendible si consideramos la importancia de la conquista de América y, por extensión, la forja de ese imperio que habría de mantener a España a la cabeza de los países poderosos donde los hubiere. En este sentido hay un apartado de este libro ‘La llamada del mar’, que, a mi entender, explica y casi razona el fundamento de tanta riqueza y bienestar. Sea dicho, por cierto, que el enlace de vínculos religiosos, artísticos y aventureros que incardina el profesor Robbins en este estudio son del todo pertinentes –nada actúa por sí, define por sí un auge de tales características- sino que pudiera señalarse como un argumento enriquecedor, añadido, a lo que tantas veces ha venido considerándose la grandeza de España solo por ser la receptora de las riquezas de Indias. Otros soportes de carácter idealizante, religiosos en cuanto que vinculan un bien material a una especie de designio divino, explican con mayor detalle las circunstancias trasladadas a la vida real de la Corte en forma de riquezas, y poder, y fe triunfante, figurativa.
En el apartado citado podemos leer, siempre bajo el marchamo de un lenguaje pulcro y culto, apoyado en un razonamiento aceptable: “La base material de la España de la Edad Moderna fueron los viajes marítimos; la exploración llevó a la conquista, y esta a la llegada de oro y plata y al comercio mundial (…) No debe sorprendernos, pues, que los barcos y la navegación aparezcan de forma destacada en la imaginación española. El mar era un símbolo poderoso y omnipresente por su fuerza y su impredecibilidad(…) Los naufragios ofrecen un punto de partida de muchas narraciones, tanto en la ficción (El peregrino en su patria, Persiles, El Criticón) como en el teatro –de tan poderosa influencia social y cultural-, sobre todo de las tramoyas escenificadas en la corte (…) Como recurso argumental, el naufragio establece de inmediato un viaje del caos al orden, un viaje que caracterizaba el teatro y la narrativa de la época. Y esto nos dirige a por qué navegar, el mar y sus peligros eran un tema tan popular: su interpretación moral y existencial, fácil y directa”
Más adelante, siguiendo con el argumentario sobre el que se basaban el comportamiento social e idealizante, se resalta, de una parte, el que “los conventos eran instituciones donde las mujeres -siempre partícipes activas en esta realidad socio-económico-cultural de la época- ejercían una considerable autoridad y autonomía, aunque dentro de las ataduras de una sociedad patriarcal.
En cuanto a la participación, muy relevante, de la orden de los jesuitas, por la conexión sorprendente entre ellos y la fundadora, Juana de Austria, de las Descalzas reales, convento de acuñado y monárquico poder donde los hubiere en la corte; teniendo en cuenta su estatus como Habsburgo y que fue regente de España entre 1554 y 1559, su compromiso con la nueva Compañía de Jesús, fuera cual fuese su implicación, representaba un enorme beneficio potencial.
En fin, señalar, al tiempo, que “Al celebrar la eucaristía, los tapices celebran un aspecto de la fe fundamental en el imaginario católico y Habsburgo. Encargados por un Habsburgo en un dominio Habsburgo para ser mostrados en otro, representan los hilos ideológicos y dinásticos con los cuales la dinastía intentaba unir Europa”.
Poder e ideología, poder y elevación: símbolo inequívoco de una grandeza representativa, deseada.
Otros soportes son de carácter idealizado y religioso en el sentido de que vinculan la ganancia material a una especie de designio divino, explicando con más detalle las circunstancias que se trasladan a la vida real de la Corte en forma de riqueza, poder así como creencia en victoria, figurado.
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