Lírica y épica en Toledo
ESPAÑA EN SORDINA
LÍRICA Y ÉPICA EN TOLEDO
A mí siempre me da miedo la épica. Comprendo que alguna vez es necesaria, pero me da miedo. Siempre amenaza con eliminar lo privado, la personalidad de cada uno, el interior. Y las dudas y las incertidumbres creativas.
El alcázar en lo alto sugiere hazañas militares, resistencias inquebrantables por una ideología, fuerza y austeridad. Pero abajo, junto al río, uno piensa en las ninfas de Garcilaso que bordaban manteles bajo el agua y contaban historias. Uno piensa en los silencios del agua, en los encuentros de cualquiera apasionados consigo mismo.
Para mí los mejores momentos de “La Odisea” son aquellos en que Ulises se encuentra en casas, habla con Circe, cuenta historias, recuerda momentos. O cuando casi cede a las sirenas. O cuando observa de incógnito la vida cotidiana en su propia casa, mientras Penélope lo espera tejiendo y destejiendo.
Y El Cid tiene sus momentos líricos, los mejores. Casi diría que el Poema del Cid es más lírico que épico. Cuando entra llorando en Burgos, cuando se siente solo por las calles, cuando habla con una niña. Anthony Mann recogió esos momentos en su versión del héroe contradictoria y tan humana.
Y en Toledo hubo mucha épica y mucha lírica. Pero yo prefiero la lírica. En la lírica se desarrolla cada persona tal como es, sin uniformarse, se desarrolla el interior que no cabe en proclamas. Prefiero a Rilke alucinando en la ciudad del Greco, me prefiero a mí mismo viajando allí la primera vez porque allí estuvo Rilke. Y la calle del Pozo Amarga que desciende callada hacia el río, y las sombras de Bécquer. En España hubo muchos alineamientos forzosos, pero también hubo muchos castillos interiores. Y especialmente en Toledo, inasible.
ANTONIO COSTA GÓMEZ FOTO: CONSUELO DE ARCO