El TeatroscopioEscena

Hacedora de placeres absolutos, «La Celestina» se colma de gloria, nostalgia y muerte

Horacio Otheguy Riveira.

Estamos en el 1500 y hace unos 20 años que los Reyes Católicos crearon la Santa Inquisición, institución desde donde observar, detectar, perseguir y mutilar cuanto se aparte de las reglas del dogma, al margen de los judíos y musulmanes, a favor de la Cruz y la Espada, el Terror y las Cenizas de una sociedad insolidaria. En este ambiente, un hombre de leyes, un jurista que no puede hacer más que aceptar las condiciones impuestas, se permite escribir una obra que es prosa dialogada para dar vehemente testimonio de la Tragedia de Calisto y Melibea a través del desarrollo de una «puta vieja», una brillante alcahueta «gran cosedora de virgos y forjadora de enlaces prohibidos», conocida como La Celestina.

Única obra de un personaje fiel al orden establecido, que pone sobre las cuerdas la inmoralidad de cuando rodea al pérfido personaje, sus meretrices, y la «maldita» voluptuosidad de los jóvenes amantes. Sin embargo, dentro y alrededor de los diálogos aflora la lujuria imperante en el hipócrita universo católico, tan evidente en los maestros del Siglo de Oro (circa 1492-1650), de allí que la obra goce de numerosas versiones que le dan vida en el siglo XX y lo que va del nuestro, como si se tratara de un Frankenstein al que hay que resucitar con voluntades propias.

El adaptador de esta versión, Eduardo Galán, aprovecha el caudal de talento poético-social-testimonial del texto y su época y no necesita modernizar para proponernos un ambiente dislocado en el que prolifera la espontánea necesidad de amor ligado al deseo sexual, y la propia Celestina, ya retirada del oficio de puta, se permite acariciar el cuerpo de una de sus discípulas, semidesnuda, en un arrebato de nostalgia, de cuando la dicha de acariciar y ser acariciada parecía durar eternamente.

Para ello, el autor de La profesora y adaptador de La Regenta —entre muchas otras creaciones—, ha enriquecido el texto, forjando a «una mujer llena de fuerza y vida, una mujer seductora con la palabra que a las piedras movería a la lujuria…» A lo que se suma la hechicería del personaje, tan cara a la época en manos de un pueblo que confía en la magia ante los rigores inquisitoriales, pero también prisioneros todos del carácter de prisión de una sociedad de la que, a ratos, puede escapar la vitalidad de algunas almas con sus cuerpos ardientes, pero que, en definitiva, siempre se vuelve al terror inicial que obliga al moribundo a gritar «¡Confesión, confesión!» por muy rebelde que haya sido en su vida.

El director Antonio C. Guijosa (Jerusalem, Tito Andrónico…) aporta su propio lenguaje escénico con el que ilustra y coescribe el texto, de manera que aporta una mirada historicista de gran plasticidad, ya que los dobles personajes de algunos intérpretes ofrecen nueva perspectiva a la dinámica, a menudo estrambótico marco, lindando con el grotesco, de otras visiones. Aquí, por ejemplo, José Saiz es el criado feliz de yacer con Areusa, y a su vez el rígido padre de Melibea. Es decir, dos clases sociales fielmente representadas por el mismo actor. Otro tanto sucede con la virginal muchacha, cuya actriz también se ocupa de una experimentada meretriz, y Elicia, hábil en las artes amatorias, es la sumisa criada Lucrecia. Una idea que simplifica necesidades de producción al tiempo que enaltece la fascinación del espectáculo de un mundo de contrastes donde la avidez de amar y de vivir con holgura ha de convivir con la vileza, la explotación y el cinismo imperantes.

 

Todo se aborda desde la memoria del padre de Melibea y Celestina, ya muertos… Un recurso que permite a Eduardo Galán jugar con los tiempos con la brillantez de un teatro psicológico de hoy.

 

Arriba, Claudia Taboada (El tiempo de un café) y Víctor Sáinz (Bitch Coin) antes del encuentro tan deseado que se exhibe en la foto de abajo, en una escena que se une a otras donde el placer sexual forma parte de una fluidez humanista desenfadada muy bien exhibida en escena, ya que los intérpretes bordan el brío y la frescura de jóvenes que se revelan únicos, apasionadamente únicos en el mundo con la fuerza de grandes amantes de la historia del teatro.

 

La singular escenografía de Mónica Teijeiro es acariciada por la pictórica iluminación de José Manuel Guerra para entregarnos un paisaje metálico con ráfagas de mágico colorido. Prisiones tremendas por las que escapan temporalmente aromas y esperanzas…

 

Gran trabajo de Anabel Alonso cuyo talento humorístico convive con la penumbra interior de un personaje complejo, los dramas que le rodean y sus propios temores. Versátil composición de una actriz que, entre otras, fue admirable comediante con Flotats en El enfermo imaginario, y gran dramática en El crimen del cine oriente, película de 1997, basada en hechos reales…

 

Éride ediciones presenta la publicación completa de la obra.

 

Autor: Fernando De Rojas
Adaptador: Eduardo Galán
Dirección: Antonio C. Guijosa

Reparto

Anabel Alonso: Celestina
José Saiz: Pleberio / Sempronio
Víctor Sainz: Calisto
Claudia Taboada: Melibea / Areusa
Beatriz Grimaldos: Elicia / Lucrecia
David Huertas: Parmeno

Diseño de escenografía y vestuario: Mónica Teijeiro
Diseño de iluminación: José Manuel Guerra
Música original y espacio sonoro: Manuel Solís
Producción ejecutiva: Secuencia 3
Dirección de producción: Luis Galán
Coordinación técnica: Luis García Sánchez
Coordinación de construcción: Luis Bariego
Comunicación y producción: Beatriz Tovar
Ayudante de producción y comunicación: Borja Galán

Una producción de Secuencia 3, Pentación Espectáculos, Saga Producciones y Teatre Romea.

TEATRO REINA VICTORIA, MADRID. DESDE EL 18 DE ABRIL 2024

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *