Escribir «como si todo se fuese apagando»: Sobre el nuevo poemario de Ana Belén Jara
Por Alicia Martínez.
En una época marcada por la inmediatez, la velocidad y el futuro, la argentina Ana Belén Jara desafía a la corriente con su último poemario, recientemente publicado en Ril Editores, Con dos pesos ya no alcanza. En esta entrevista dialogamos con la autora para conocer cómo, a través de su poesía, nos habla de la crisis económica de su país natal, la pérdida de la memoria y la muerte. Desde la desaparición de los billetes de dos pesos hasta el desvanecimiento de los recuerdos de su abuela, la transformación de su ciudad de origen y los duelos pendientes, Ana nos lleva en un viaje crítico y emocional hacia la esencia misma de la existencia.
Ana, tu nuevo libro de poesías se llama Con dos pesos ya no alcanza. ¿Qué es lo que no alcanzas con dos pesos?
El título lo elegí para simbolizar el paso del tiempo, pero con algo tan común en mi infancia como un billete de dos pesos, un papel que ya ni siquiera está en circulación en la actualidad. Antes de la crisis del 2001, con dos pesos hacías maravillas, o al menos esa era la percepción que tenías. Incluso existían unos negocios que se llamaban “Todo por dos pesos”, unos bazares donde encontrabas de todo, seguramente productos de China o Taiwán, y te llevabas desde artículos de librería, decoración, golosinas, juguetes. Quiero decir, vivíamos en una ficción en la que teníamos acceso a muchas cosas por muy poco. Pero bueno, esa burbuja explotó y repercutió obviamente en la economía de los siguientes años.
Sin embargo, volviendo a lo que yo percibía en esa infancia, este libro me ayuda a proteger algo que ya no existe, un pasado común con mi abuela, mis tías, mis viejos, mi hermana, para que no me lo quiten, para que habite en la supervivencia del papel. Algo que obviamente está superexagerado, friccionado e intervenido, y es ese asunto de la memoria.
Al leer estas poesías parece que se sumerge al lector en pequeños flashes de recuerdos de tu infancia y juventud en Jujuy. ¿Qué es lo que te ha inspirado a nivel personal a la hora de escribir este libro?
La culpa. Cuando yo era chica, mi abuela me prestó un álbum de fotos familiar que guardaba con mucho recelo. Yo se lo devolví después de escanear algunas fotos, pero a los días desapareció, nunca más supe qué pasó con ese montón de recuerdos. La cosa es que siempre que volvía a Jujuy lo primero que hacía era ir derechito a la casa de mi nona y en nuestras conversaciones para ponernos al día nunca faltaba la mención a este objeto tan importante. Ella me recriminaba, de una forma u otra, esa pérdida, claro, yo era la última que lo había tenido en las manos.
Hoy en día, mi abuela ya no se acuerda de ese álbum, ya ni siquiera sé si se acuerda de mí… está perdiendo su memoria, y en ese proceso nos diluimos nosotros, su familia, haciéndonos espuma que da vueltas hasta escaparse por el fregadero. Por eso este libro, por una necesidad de encontrar las fotos del cuaderno.
¿El toque de nostalgia que hay en tus versos es fruto de la distancia con tu tierra natal?
Creo que es un libro que es más bien hijo de mi miedo. Lo que pasó con el álbum de mi abuela no deja de ser anecdótico y metafórico. Yo siempre digo que no escribo poesía, sino que enumero cosas y esas cosas pueden ser recuerdos, temores, imágenes. Bueno, lo que intenté hacer fue un poco eso, anotar todo lo que no me quiero olvidar, como si fuese ese álbum que me prestaron y se perdió. La diferencia es que lo puedo encontrar porque alguien más lo vive desde el momento en que lo lee. O al menos eso quiero creer.
Eres una persona joven ¿por qué has decidido tocar la muerte?
Porque la conocí desde muy chica, y es una señora que desde entonces me cautivó bastante, en muchos aspectos, quiero decir, además de hacerme sufrir y llorar como loca, me obsesionó a lo largo de la vida. Por otra parte, mientras escribía el libro tenía un duelo sin resolver. Durante la pandemia lamentablemente perdimos a un miembro de la familia. Mi tío Marcelo, un tipo muy divertido y bastante joven. Creo que fue en ese momento en el que la memoria de mi abuela comenzó a desprenderse del presente. A mí me tocó vivirlo de lejos, así que hasta que no fui a Argentina fue como si no pudiera terminar de despedirme de él ni aceptar todo lo que había pasado. Fue bastante extraño porque de una forma u otra entendía lo que atravesaban en mi casa, pero como que yo no lo terminaba de aceptar. Así que aquella vez que la muerte nos visitó tan pronto, yo no podía tocarla, sentía que la tenía lejos, que se me negaba la posibilidad de llorar, de consolar, de hacer todo lo que se supone que tenés que hacer para superar un duelo y supongo que lo que hice fue escribirlo.
Tu vida es tu inspiración, pero ¿tienes referentes a la hora de escribir?
Últimamente, mi altar literario lo constituyen autoras que escriben mucho cuento, entre ellas, la más destacada es Mariana Enríquez, y hace poco se sumó Samanta Schweblin, no la conocía y me fascinó un libro que me dejaron de ella. En lo que es poesía no puede faltar Idea Vilariño, y en ese componente fantástico y mágico está Liliana Bodoc. Otra enorme referente para mí es Marjane Satrapi, me encanta su tono, su sentido del humor y su forma de contar el mundo cuando se pone en los zapatos de su yo de la infancia.
De cara al futuro, ¿has pensado en probar la prosa o seguirás con la poesía?
Actualmente, estoy intentando escribir mi primera novela, pero esto es más una declaración de intenciones que una realidad, el día a día me consume y no puedo dedicarme como me gustaría a escribir. Lo bueno es que estoy con otros proyectos, pequeños, pero relacionados con la literatura y la escritura y eso se agradece.
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Dos poemas de Con dos pesos ya no alcanza
1.
Ya nunca se acordará de mí.
Apenas vive los momentos
que compartimos
porque la memoria, de a poco,
deja de ser para ella el desván
donde puede amontonar con seguridad
las anotaciones del día a día,
lo que viene
después de mirarse al espejo
a primera hora de la mañana.
O la sala seca donde entrar a llorar
sin perecer al rocío,
sin salir con las patas
mojadas por el peso
de la falta.
Ya nunca,
nunca recordará
esta casa cuando hace 30 años
las paredes le parecerían
estúpidas así decoradas
y las caras de unos payasos en papel crepé
cubrían el deterioro del cemento
en aquel patio rajado al medio
y yo lloraré y preguntaré ¿qué viene ahora?
y me secaré y seré consciente de que es ella
y no otra
la que ya nunca
nunca más
se acordará de mí.
2.
Tengo la edad
de los perros,
cada año
me pesa por 7,
y se me hunde en la frente
una runa antigua
que hace de honda
para la guerra.
Cada día
mis ojos
se caen en el peso
de las bolsas de té
que heredé de la madre
del tedio
y yo me pregunto
¿Me haré árbol
o animal?
¿Temeré a la sombra
o me ocultaré del sol?
todos los surcos
de este viaje
me saben a
a la hierba fresca
que dejé atrás
cuando, casi por herencia,
salí a rebuscar
en la parte herida.
Pero tengo la edad
de los perros,
cada año
lo vivo
7 veces
Y 7 son las veces
90
que miro
hacia atrás.