‘Crónica personal’, de Joseph Conrad
EDUARDO SUÁREZ FERNÁNDEZ-MIRANDA.
Para Conrad, la imaginación era la verdadera fuente del arte, y por imaginación no entiende ‘invención’: la imaginación es fundamentalmente reconstrucción, de hecho, reimaginación. Crónica personal constituye una visión, si no de cuerpo entero, sí muy de cerca, del hombre que está detrás de las narraciones que han cautivado la imaginación del lector a lo largo de todo un siglo. Miguel Martínez-Lage
Estas palabras de uno de los mejores traductores españoles, que vertió al castellano las grandes novelas de Joseph Conrad, forman parte de la introducción de Crónica personal, una “hermosa, templada colección de recuerdos elaborada con la complejidad y el elevado criterio del arte novelístico conradiano, y dedicada especialmente a los acontecimientos e impresiones que se produjeron en el umbral de lo que él llamó sus ‘dos vidas’: la vida en el mar en la que pasó veinte años y la vida de las letra a la que se consagró hasta su muerte”.
Nacido como Jozef Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski en el seno de una familia de la nobleza polaca, las ideas de su padre, un revolucionario nacionalista, le llevaron al exilio desde muy joven. Con dieciséis años abandonó definitivamente Polonia y recaló en Suiza. Otros de sus destinos fueron Italia o Francia, antes de embarcarse en el Mont-Blanc y viajar por el Caribe.
Ese viaje sería el comienzo de una errante vida en el mar: Bombay, Singapur, Sidney o el Congo. Años después Conrad confesaría que “hasta el momento de su viaje al Congo había vivido en plena inconsciencia y que sólo en el África había nacido su comprensión del ser humano”. Y esa experiencia quedó magistralmente plasmada en El corazón de las tinieblas, un relato “poseedor de un misterio inagotable”.
Crónica personal surge de la proposición del escritor Ford Madox Ford para que Conrad escribiera sus memorias. El texto sería publicado en la English Review. El autor de Nostromo contaba, entonces, cincuenta y cinco años. Así lo recuerda el propio escritor: “Este librito es el resultado de una sugerencia amistosa, e incluso de una cierta presión por lo demás también amistosa. Me defendí con algún denuedo, si bien, con su característica tenacidad, la voz del amigo no cejó en su empeño”.
Este año conmemoramos los cien años de la muerte de Joseph Conrad, un narrador que se sirvió del mar como escenario para plasmar los insolubles asuntos morales y de conciencia de sus personajes.
Alba Editorial, EDHASA, Ediciones Atalanta, Pre-Textos o Valdemar, cuentan en sus catálogos con las novelas fundamentales de este narrador genial. Obras como El corazón de las tinieblas (1899), Lord Jim (1900), Tifón (1902), Juventud (1902), El agente secreto (1907) o La flecha de oro (1919) marcan “uno de los momentos inolvidables que puede registrar un lector. Volver a él es, ciertamente, una experiencia de mayor resonancia. Significa poner los pies sobre una infirme tierra de portentos, perderse en las varias capas de significación que esas páginas proponen, postrarse ante un lenguaje construido por una retórica soberbia, agitada por ráfagas de ironía corrosiva”, como recuerda el escritor y diplomático mexicano, Sergio Pitol.