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‘El gánster de Olabeaga’, de Juan Infante

JOSÉ LUIS MUÑOZ.

A raíz de los asesinatos de la hija de un industrial francés y de un joven ingeniero, Tomás Garrincha, el gánster de Olabeaga, que se retrata a sí mismo— Mido un metro noventa, soy flaco, desgarbado, y dicen que cuando me enfado se me dibuja un cuchillo en la mirada. Tampoco es para tanto y, además, no me enfado con frecuencia. Eso sí, estoy gastado por la vida, como mis vaqueros. —, viejo conocido de su padre, el escritor y abogado Juan Infante, y de los lectores de este autor bilbaíno, se olvida de su retiro y se mete de nuevo en una trama criminal compitiendo con los ertzainas Sara Cohen, la policía judía — Enseguida se fijó en que no quitaba la vista de la bandera de Israel que tenía sobre la mesa y de una foto con sus dos hijos en Jerusalén junto al muro de las lamentaciones. —y Miguel Fabretti que, además, quieren echarle el guante: Para mí es evidente que la forma de actuar recuerda a otras acciones del gánster de Olabeaga: limpieza, rapidez y eficacia; disparos certeros, siempre dos en la cabeza y dos en la zona del pecho.

El autor se desenvuelve con soltura en una trama compleja en la que detrás de ese doble asesinato está un programa nuclear iraní para enriquecer uranio y almacenarlo para producir la bomba atómica. La acción de la novela, por sus implicaciones internacionales, se traslada del País Vasco a Francia, con lo que la pareja de ertzainas tendrá que trabajar estrechamente con la policía del país vecino.

Juan Infante prescinde de florituras estilísticas, domina a la perfección el ritmo narrativo y consigue que una novela voluminosa en páginas no lo sea tanto, porque es un verdadero maestro en pergeñar diálogos que hacen que la narración sea todavía más ágil. El autor de Asesinato en Santurce y El precio del silencio describe sucintamente a sus muchos personajes que se integran en su trama criminal — Entonces caí, era un hombre de un Gorostiola que ejerció de subalterno de lujo en sus mejores años. De eso hacía ya mucho tiempo. Estaba muy cambiado. Recordaba que lo llamaban el militar por su gallarda y elegante figura, así como por haber llegado a brigada justo cuando lo expulsaron del Ejército de Tierra por traficar con droga. —, es lacónico en el uso de la violencia — Solo les dio tiempo de girarse y ver como cuatro proyectiles se incrustaban en su cuerpo, dos en la zona del corazón y otros dos en la cabeza. — y dota de humanidad a su entrañable protagonista delincuente, lo que hace que el lector empatice con él: Una semana sin pesca para mí era demasiado, el cuerpo me pedía bajar con la caña. Y es que Tomás Garrincha, el gánster, en competencia directa con los ertzainas, nos demostrará que con astucia de perro viejo es capaz de llegar más lejos que esos dos policías que, aunque lo persigan, porque es su obligación, lo respetan.

El gánster de Olabeaga es una novela canónica más próxima al género negro americano que al europeo que se lee a velocidad de crucero sin que la acción decaiga. Juan Infante es un escritor con oficio y además, por su profesión de abogado penalista, sabe muy bien de lo que habla y conoce los ambientes de la delincuencia y a sus protagonistas. Y Tomás Garrincha, que tiene mucho que decir, nos advierte:  La gente de apariencia respetable solía ser la peor.

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