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«Menhir», de María Antonia Ricas

MENHIR, DE MARÍA ANTONIA RICAS. LA SANTÍSIMA TRINIDAD.
Por Teo Serna.
María Antonia Ricas nos hace su última entrega poética: Menhir.
Como lector, me asomo al universo que María Antonia me propone como un explorador que fuera a buscar las fuentes del Nilo.
Menhir no es un libro, son tres. No es un libro en tres partes, son tres libros unidos por un estilo peculiar, por una manera de mirar. Tres: “Inútil”, “Museo” y “La luna se aleja”. Tres: segundo número primo, trinidad sagrada, triángulo, quinto término en la serie de Fibonacci, regla de tres, símbolo de la infidelidad o del poliamor, matemática, fulcro en su médula. Tres puntos definen un plano. Número perfecto para el cristianismo, que simboliza el movimiento continuo y la perfección de lo acabado. Número celeste. Oro, incienso y mirra. Tres.
Como poema-prólogo abre el libro de libros, un poema-declaración de intenciones, en la medida poco frecuente de eneasílabos. Piedra, verticalidad, magia, permanencia. Menhir: “…soy vertical/ lunar, resisto, observo, soy/ un aflechado verbo: acoge/ la seducción de los sentidos”.
Los 44 poemas de “Inútil”, están construidos con 14 versos que alternan pentasílabos con decasílabos (María Antonia tiene querencia por los pentasílabos). Si dividimos 44/14, el resultado es 3,1428, número muy cercano al mágico Pi; si lo hacemos al revés 14/44, el resultado es 0,3181, número cercano al tercio. El tres. ¿Casualidad? Quizá la parte más “confesional” (¿se puede decir así?), en «Inútil» la emotividad y la reflexión aparecen con pinceladas impresionistas, reflejando un mundo íntimo, cotidiano, en lo que lo extraordinario puede aparecer de una manera natural, en forma de gato, en forma de pájaro, de sonido de campana, de balcón abierto, de planta cuajada de flores. Tiempo. Caravaggio, Cézanne, Rothko, Wyeth, Durero, Caspar Friedrich. Ver para vivir, ver para que nos veamos allí, en el pigmento.
“En la costumbre/ de hablar con lo invisible, en perder/ el tiempo caminando a ninguna/ parte o girar/en soledad/ con el lujoso/ silencio que siembra una palabra”. Allí estamos, allí queremos estar. La poeta ejerce de chamana, ¿qué otra cosa hace quien escribe, sino tratar la magia de lo sencillo, la magia de lo vivido, la magia de la memoria?
El último poema cierra un círculo que había empezado: “Ahora hay tiempo/ para detenerse ante el espejo”. Todo está colocado donde debe estar. María Antonia ha colocado el escenario, la sucesión de sonidos y luces. Leemos para ver y para escuchar las campanas, mientras algún pájaro canta sin saber solfa.
“Museo”, el segundo libro, es una delicia para gourmets. Aconsejo buscar los cuadros a los que se hace referencia para completar una fina experiencia sensorial. Las pinturas, esculturas y objetos, dejan su carnalidad aparte para hacerse transcendencia. No vemos los óleos, las piedras: vemos lo que hay detrás, más allá. 43 poemas en prosa (alguno más cercano a la prosa que a la poesía) que rompen la forma del anterior libro, pero no su tono intimista, profundamente poético. Titulados los poemas como si fueran cartelas de un museo, su tono aséptico, impersonal, deja paso a una emoción contenida, pero profunda, que nos lleva a parajes insospechados muchas veces (véase “Menhir. 3500 a. C. Granito”). Poesía de tono cultista, pero no elitista, la sencillez nunca deja sitio a lo alambicado ni a lo banalmente pedante. Hago mía esta última parte de “Brocal de pozo con decoración estampillada. Siglos XV-XVI”: “Cuando toser indicaba la señal terminante, cuando la sed no podía apaciguarla pozo alguno y la resignación era un tormento. Me asomo y nadie responde.”
En el último libro “La luna se aleja”, el más variado en cuanto a formas y métricas, asistimos a la pura magia del satélite nocturno que tanto ha influido en poetas y nigromantes. No es esta una luna lánguida, tópica, ajada de tanto ser manoseada. La Luna no es aquí “la Luna”; son “las Lunas”. La Luna entendida como parte de universo, como influencia en las mareas, como elemento perpetuo en determinadas pinturas (otra vez la pintura): Nolde, Freidrich, Homer, Kuindzhi, Turner, Kandinsky. La Luna como objetivo de la ciencia: misión Artemis, nave Orión. Hasta llegar a la propia poeta, hasta llegar a la lunática María Antonia Ricas, que se ha deshecho ya ante nuestros ojos varias veces y ha reaparecido convertida en nube de gas, en ojos de gato, en fondo de un espejo en el que mirándose, nos mira (y nosotros nos miramos al mismo tiempo, haciendo del viaje por este libro, un paseo por jardines llenos de lunas, llenos de arte, llenos de una sensibilidad que nos alumbrará, que nos pondrá una luz de luciérnaga y nos guiará en desiertos inútiles y en oasis profundos).
Tres en uno: Santísima Trinidad para quien guste de paladear una poesía tallada como joya delicadísima, necesaria (la belleza lo es). Para escapar de toda fealdad. Para saberse más humanamente completo. “Seguro que aún viven allí las liebres mágicas”, leemos en el verso final del último libro. Seguro que esas liebres, como criaturas del reverendo Dodgson, tienen prisa siempre, siempre caen por pozos de tiempo sin tiempo, como agujeros negros que comunican otros mundos con este. Quizá con tres mundos a la vez. Espero ya el sexto término de la serie de Fibonacci: el 5.
MENHIR
María Antonia Ricas
Celya Editorial, 2024

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