El problema de los tres cuerpos
Viendo El problema de los tres cuerpos en Netflix, me pregunto: ¿Hasta qué punto debe ser creíble una ficción?
No, no he leído la novela… aún. Pero, de forma recurrente, resulta que llevo un tiempo observando una cierta tendencia en las series y novelas actuales (en las películas menos, aunque también; supongo que es una cuestión de espacio): las tramas se sobrecargan de método con el único fin de que el espectador/lector se las crea. Como un caramelito para ganarse su confianza. Y suele funcionar.
El problema de los tres cuerpos me está encantando, conste. Como aficionado tengo un cierto conocimiento de las teorías que presenta. Me gusta por dónde se mueve, aunque solo llevo tres (tres, tres, tres) episodios. Ya de primeras nos encontramos con las profesiones alucinantes de los protagonistas. Es ciencia ficción, así que perfecto. Una grandísima parte de las obras que explotan el fenómeno ovni o de «Guerra de los mundos» utilizan personajes llanos para empatizar con el espectador, que suele ser aquel que, como yo, prefiere descansar las neuronas delante de la caja boba. La documentación proporciona dos inputs: un halo de novedad, al romper el paradigma; y otro de seriedad.
No, señor, no es otra de aliens. Esta podría ser real, porque, verá, según la teoría de la relatividad…
En términos de ciencia ficción lo entiendo. Obviar la parte científica o reducirla al absurdo convertiría la serie en otra cosa: un drama con tecnología imposible, una de aventuras, de terror… Lo que me escama es que cada vez lo veo más en otro tipo de ficciones.
Pongamos las policiacas. Estoy leyendo una novela fabulosa y divertidísima en la cual, aunque el escritor es más listo que el hambre y domina exactamente lo documentado, es, ante todo, eso: un escritor. No ha escrito un ensayo. En su novela prima la literatura. Y, si tiene que saltarse la realidad a favor de la historia, que le jodan a la realidad. Permítanme la expresión. Luego ahondaremos en ello.
Es una estrella brillante, de infinito éxito, en las frías profundidades del espacio. El resto de literatura policiaca actual parece una exposición de pruebas sacadas de un manual o de una entrevista con un forense. Muere Don X, se realizan Y pruebas, se investiga a Doña Z, las pruebas Y arrojan YA resultados, con lo que se interroga a Míster B, y así.
Incluso en la fantasía tiende a sobreexplicarse la magia. Ya no puede ocurrir porque sí, porque lo hizo un mago, como Gandalf plantando cara al Balrog de Moria. Eso es para los pobres de espíritu. La magia actual es una fórmula alquímica y, sus adeptos, realmente creen que, si siguen el método, hallarán la Piedra Filosofal.
Claro que en el extremo opuesto tenemos aberraciones como la película esa en que viajan al núcleo terrestre. De nuevo, blanco, sin nombres. Para el espectador no docto, el abuso de terminología rimbombante, ergo de cariz científico, puede ambientar. Hasta que busca en internet. En cuanto rasca en la superficie, a tomar vientos la ilusión.
Así pues, ¿qué es lo correcto? ¿Dónde está el límite?
Como siempre, en hacerlo bien. Si hasta ahora podía parecer una pataleta, giro de guion, no lo es. Las historias, todas, se fundamentan en sus personajes: relaciones entre ellos y el entorno, crecimiento, conflictos. Lo demás es atrezo. Determinadas historias requerirán revestirse de uno u otro para enganchar al espectador o poder avanzar. El escritor, guionista o novelista, debe manejar con la suficiente soltura los elementos que conformaran la narración como para ir diseminándolos por la trama mientras los personajes se mueven de un lado a otro. Nosotros haremos el resto.
Quizá, en El problema de los tres cuerpos, la ciencia pura abarque un sexto o menos de los diálogos y escenas. Incluso un décimo. Pero cuando mueve la trama deja su impronta en los espectadores, que pensamos: si un colisionador de partículas bla, bla, bla, entonces… Cuando en realidad nos está hablando de que Fulanita de Tal y su exnovio pasaron por esto, la madre de Menganita por aquello y, en las miserias del tiempo, fueron dando los pasos los pasos que construyeron la trama. Quizá, hacerlo bien, consista en dar un rodeo y jugar a la prestidigitación: hacer que la historia se convierta en un ente orgánico del cual, cada uno, extraiga aquello que le mueva.