Macpherson no era Ossian ¿Y qué?
Por Antonio Costa Gómez.
En el siglo XVIII James Macpherson apasionó a toda Europa con supuestas traducciones del bardo Ossian, sobre las aventuras de los feniamos. Más tarde se descubrió que el libro lo había escrito en parte el propio Macpherson refundiendo baladas gaélicas.
¿Y qué coño importará quién lo escribiera si los poemas son maravillosos? Los académicos se pusieron con disquisiciones eruditas en lugar de apreciar los poemas. Esos poemas sedujeron a toda Europa y trajeron el romanticismo. Incluso fascinaron a Napoleón tan poco romántico y tan poco dado a la poesía. El clásico Ingres pintó un cuadro muy poco clásico. Se sintió seducido y nos sedujo a todos con el reflejo de los poemas. Con su atmósfera y su temática. Pero los académicos lo resecan todo con sus datos secos. Solo saben de datos, no saben nada de poesía. Ya lo decía Nietzsche: solo tienen polvo de datos. No les sedujo la poesía de Macpherson- Ossian, ellos se quedaron como hormiguitas con sus datos, sin ver otra cosa.
El poema “Berrutha” cuenta una expedición de Fingal, padre de Ossian, a Escandinavia. Lamenta así la muerte de Malvina, la novia de Oscar:
Malvina ¿dónde estás con tus canciones, con el suave sonido de tus pasos?
Hijo de Alpin ¿estás tú cerca? ¿dónde está la hija de Toscar?
Yo pasé, hijo de Fingal, por los muros cubiertos de musgo de Turlutha.
El sentimiento misterioso de la naturaleza habita siempre los poemas célticos. En eso Machpherson conecta con el poema de Talisein y con las Triadas Anónimas de Gales. Con todos esos poemas que comenta Robert Graves en “La diosa blanca”. Con los poemas que tradujo Julius Pokorny con Celestino Fernández de la Vega al gallego en su “Cancioneiro da poesía céltica”.
El humo de la sala había cesado, el silencio estaba entre los árboles de la colina.
Vi a las muchachas en el arco.
Les pregunté por Malvina pero no respondieron.
Se volvieron sus rostros, fina oscuridad cubrió su belleza.
Eran como las estrellas, en una colina cubierta de lluvia por la noche,
cada una mirando débilmente a través de la niebla.
La poesía de Machpherson, como los poemas célticos de otros siglos, conecta con el firmamento, con la inquietud cósmica de la cultura céltica. Con los torbellinos y las espirales. Lo mismo pasó con Chaterton que escribió unos poemas geniales él mismo y dijo que eran del siglo XV. A los eruditos solo les quedó que no eran del siglo XV. El que está en sus datos no sale de sus datos. No supieron apreciar los poemas. Los eruditos miran las migas pero no ven el pan. Ni siquiera saben lo que es el pan. Ni saben lo que es la poesía, aunque se lo pongan delante.
Pero lo que hizo Macpherson era un recurso literario. Lo mismo hizo Cervantes, dijo que se había encontrado un manuscrito con la historia del Quijote. E imitó el estilo de la novela de caballerías o de otros tiempos. Y Homero refundió cantos de muchos años atrás. Y Elías Lonnrot hizo lo mismo con el “Kalevala” en Carelia.
Luego otros vieron la genialidad de ese poeta que se suicidó a los 17 años. Porque la sociedad no sale de sus encierros, solo mira una cosa. El genio rara vez se percibe, si no está en la onda de una época. O en los prejuicios de una época. Alfred de Vigny le dedicó un poema. Otros pintaron cuadros sobre él.
Ahora pasa lo mismo. Cuántas cosas valiosas dejamos escapar con nuestros tópicos. Pero Macpherson incendió una época. A pesar de la mezquindad de los eruditos. La poesía siempre se mueve “a pesar de”. Y la vida entera.