Antonio Ríos: “Un buen poema no es sino un diálogo del poeta consigo mismo”
Antonio Ríos (Málaga, 1987), en la actualidad, reside en la localidad de Estepona. Economista de profesión, su perenne pasión es la poesía. Así, gusta de hallar un hermoso equilibrio entre la lírica de los números y la geométrica belleza de las palabras. En noviembre de 2021 publica su opera prima Horizontes Verticales (Editorial Algorfa). En mayo de 2022 varios poemas contenidos en dicha primera obra son publicados en la antología Raíz de verso (Editorial Imagenta) y, ese mismo mes, consigue obtener el primer premio en el «I Certamen de Poesía en Vivo Manilva Metáfora» con su poema «Tan cerca, tan lejos». En enero de 2023 consigue el premio al mejor poema colaborativo con Hemisferios, otorgado por la plataforma de literatura «Letras & Poesía». En abril de 2023 participa como poeta invitado en MARPOÉTICA. En noviembre de 2023 obtiene el XI Premio Internacional de Poesía Covibar-Ciudad de Rivas con su segundo poemario, La ingravidez que somos (Ediciones Vitruvio, 2024), el libro del que hoy tendremos su Primera Impresión.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Antonio Ríos: Causalidades de la vida, la Poesía anidó en mis manos hace muy pocos años (de múltiples formas, siempre había estado aleteando a mi alrededor, pero no fue hasta la gran parada ─la pandemia─, que su vuelo halló reposo ante mi mirada) y, si bien en un principio pensé que su perfume, ese bello y nuevo aroma que se desnudaba ante mí, sería tan efímero y fugaz como una flor, la primavera quiso seguir imperando, estación tras estación.
Y así, tras Horizontes Verticales, libro que, como digo y pretendía, pensé que sería mi primera y última obra, apenas un paseo gratificante y breve por el mundo de las letras, de repente, brotó un nuevo poema, que dio paso a otro y este a otro y aquel a otro más, y entendí entonces que aquello de lo que quise dejar testimonio en los primeros versos del primer poema de mi opera prima se estaba materializando ante mí: “Yo no busco al poema, es el poema / quien me busca y me encuentra / en las esquinas / de las horas”. Asumí que la Poesía había dejado de ser un paraje pasajero y extraño para devenir en raíz, en venas y pulso, hasta convertirse en aquello a lo que hoy puedo ─gozoso─ llamar hogar.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Tras la publicación de Horizontes Verticales, durante el año 22 y como génesis de todo el proceso que daría a luz un segundo libro, quise tomarme muy en serio un hábito que realmente no había cultivado hasta entonces: leer poesía, comenzar activa y conscientemente a leer poemarios, conocer nuevas voces, desconocidos estilos.
Siempre he reconocido que escribí mi primer libro de poemas desde la más absoluta de las ignorancias, con lo vagamente recordado de cuánto aprendiera en el colegio y los ingredientes poéticos que los cantautores y trovadores (desde Paco Ibáñez a Tom Waits, pasando por Nacho Vegas) me habían logrado transmitir, pero sin haberme adentrado jamás en autores y libros propios del género literario. Por lo tanto, es así como surge la idea, no ya de este libro en concreto, sino de cualquiera que pudiese haber brotado, pues mi primera intención era (y es y siempre seguirá siendo) formarme, lectura tras lectura, para poder escribir con mayores recursos, mejor (o acaso intentarlo).
Dejé que los poemas fuesen germinando de forma orgánica y natural, sin saber a qué dirección concreta apuntaban y cuando reuní algo más de una treintena de ellos, me detuve a observarlos con perspectiva, desde la lejanía. Quería que, de alguna forma, todos pudieran quedar unidos por alguna suerte de hilo invisible, de una voz en off que los atravesase y hermanase y, entonces, como una aparición, se manifestaron ante mí dos nuevos versos: “La ingravidez que somos: / el peso con que cargamos”. Y supe que por ahí debía continuar caminando y me crucé con Bob Dylan y me dijo que “las personas no viven o mueren, las personas sólo flotan”, y pensé entonces en qué fuerzas, qué elementos nos condicionan, con qué circunstancias (que diría Ortega) debe el Yo compartir asiento, y seguí y seguí caminando y recordé que los alquimistas revelaban los designios de la Naturaleza a través de una serie de elementos (cinco, o cuatro más uno, según se mire) y aprendí que los físicos teóricos explican hoy que todo lo que es, todo lo que somos ─a nivel atómico y cósmico─, está regido por una serie de fuerzas o, técnicamente hablando: interacciones fundamentales (de nuevo y curiosamente cinco, o cuatro más uno…) y así, divisé el final del sendero, la meta, la intrahistoria unificadora que quería encontrar: dividiría el poemario en cinco capítulos (uno por cada elemento, por cada interacción fundamental) y cada uno englobaría una fuerza, una circunstancia que, ya no a la materia, no a la Naturaleza, sino a nosotros mismos, a las personas, nos obliga a permanecer en un estado de ingravidez permanente, flotantes, como hojas sometidas a la voluntad del Viento.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
En primer lugar, he de confesar que soy un enamorado de las matemáticas y sus infinitas aplicaciones, algo que está muy presente a lo largo y ancho de todo el poemario. Los títulos de todos los capítulos (incluyendo el premeditado proemio: “Teoría del Todo”) aluden a conceptos procedentes de la Física, si bien les agrego una suerte de subtítulo (siempre coincidente con algún verso del propio capítulo) con el que pretendo conjugar una determinada fuerza (o elemento o interacción fundamental que gobierna toda la materia) con una circunstancia, acaso un viento, que nos hace flotar hacia una dirección u otra a nosotros (las personas de las que Dylan me habló).
Y, en segundo lugar, el número de capítulos y el número de poemas por capítulo no es casual. Sin contar el proemio (Teoría del Todo), en el que trato de anticipar cuáles son esas fuerzas, esos vientos sobre los que versará cada capítulo, y sin contar el poema introductorio (que conforma una suerte de capítulo o Momento Cero) que, además de incluir el verso que da título al poemario, lo concreta y resume siendo, en su brevedad, uno de los poemas más importantes y definitorios del libro; sin incluir lo anterior, cinco son los capítulos oficiales y cinco el número de poemas que cada capítulo contiene. ¿Pero por qué tanto interés en el cinco? Pues bien, como comenté anteriormente, los elementos de la alquimia o las interacciones fundamentales de la física son cinco o, siendo puristas, cuatro más una. Ese quinto elemento, el éter, la energía oscura, no dejo de concebirla como una aproximación científica a Dios (o a su concepto).
Y sí, soy una persona de fe, una persona que ante la bella absurdidad de existir ha elegido aferrarse a la esperanza de una quinta esencia, alguien que, en cualquier caso, piensa que, tanto el más autómata de los creyentes como el más convencido de los ateos, cuando esté presta su hora, alzará la vista al cielo, por si acaso…
¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?
Considero insobornable la huella que cualquier autor debe (a mi juicio) dejar sobre su obra. El acento, el color con que cada poeta dibuja sus poemas son señales de identidad, pistas de una voz vernácula y hermosamente única… Eso, también como lector, gusto de hallar.
Dicho lo cual, mi deseo, mi efecto esperado, sería que, desde mi voz poética propia con que he tratado de barnizar todos mis poemas, el lector encuentre una rama a la que asirse y posar, desde los míos, sus propios asombros. Que en toda la colección de imágenes y reflexiones que desfilan página tras página encuentre lumbre y reposo la mirada del lector, pues es ahí donde termina de escribirse un poema (o eso quisiera), en los ojos de quien, al leerte, hacen del brillo en sus pupilas su culminación.
Un buen poema no es sino un diálogo del poeta consigo mismo en el que el lector siempre debiera tener la última palabra, acaso el más bello verso. Si esa conexión existe, si se logra alcanzar, deviene entonces en eternidad el instante, el poema.
¿Qué importancia tiene la estructura o la disposición de los poemas en este libro? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?
Considero muy importante y conscientemente orquestada la disposición, ya no solo de los poemas, sino de los propios capítulos. Así, por un lado, he querido tratar que el orden de los capítulos atienda a un sentido cronológico lógico: al principio, la oscuridad (capítulo primero), de la que deberá brotar una brizna de esperanza, acaso a través del arte, de la poesía (capítulo segundo), esperanza que hallaría su más excelsa corporeidad en el amor (capítulo tercero) y que tras alcanzar las personas la madurez, la plenitud, la experiencia, habremos de asumir como una realidad cada vez más cercana la muerte ─así es la vida─ (capítulo cuarto), aunque, como acostumbran a hacer las cucarachas, y creamos o no en Dioses o Diosas, habremos de morir mirando al cielo (capítulo quinto).
Asimismo, por otro lado, respecto a la disposición de los poemas dentro de cada capítulo trato que tiendan siempre hacia la luminosidad, desde una posición oscura, de negación, de desorden, hacia la esperanza, hacia la posibilidad, hacia la delicia.
Como ya apunté en una pregunta anterior, que exista un capítulo quinto dedicado a la fe, metáfora de la quintaesencia, del éter alquímico, de la energía oscura que según los científicos alcanzaría a explicar todo lo inexplicable, no es baladí. Tampoco que sea hacia los astros donde, a pesar de la noche y su lienzo de negruras, quiera dirigir mi mirada poética, invitando así al lector a acompañarme, ingrávidos pero apuntando nuestros ojos hacia la luz titilante de las estrellas, asumiendo que muchas de ellas, aunque podamos verlas, aunque queramos tocarlas, ya ni siquiera existen, pero no así su belleza, su sueño todavía.
¿En qué medida veremos en él —o no— al Antonio Ríos de tu obra anterior?
Sin menospreciar ni renunciar en absoluto a Horizontes Verticales, mi primer y anterior poemario, sí quisiera que se apreciase un cambio (espero que a mejor) en cuanto a la forma, a la estética. Como ya comenté anteriormente, escribí mi primer poemario sin un hábito lector en poesía, sin formación, por lo que muchos de los recursos poéticos y estilísticos que conocí a posteriori y que he dejado expuestos en La ingravidez que somos quisiera fueran llamativos y apreciados para aquellos lectores que surcasen ambas obras y las comparasen desde este prisma.
Además, Horizontes Verticales, más que un poemario, conceptual y concreto, resultó ser una antología o libro de poemas, una colección que reuniese lo que, por entonces, pensé iba a ser lo único que iba a llegar a escribir y que, por tanto, debía tocar en tantas puertas y temáticas como lograse alcanzar, pero sin una unicidad, todo lo contrario, pretendiendo una sucesión de voces, de paisajes, de estaciones aisladas e independientes. Por su parte, La ingravidez que somos, como ya he detallado previamente, sí está concebido bajo un denominador común, un discurso narrativo unificador que aportase mayor coherencia y pretensión a la obra en su conjunto.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘La ingravidez que somos’, ¿cuáles serían?
Esta es una de las preguntas más complicadas de responder, pero no me dejas otra opción… Confieso que le tengo un especial cariño a dos poemas en concreto (los únicos que están dedicados en el poemario, precisamente, a dos poetas granadinos que admiro y abrazo ─¿qué tendrá esta tierra que alumbra tantas maravillas?─) y, si tengo que pensar en un tercero, rápidamente se me viene el señor Leonard Cohen a la cabeza. Así pues: “Y supimos del fuego”, “Orografías”, “I´ve seen the future…”.
¿Qué ha supuesto para ti que La ingravidez que somos venga con un premio debajo del brazo? ¿Supone este poemario un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿A partir de ahora, qué?
La inmensa alegría de recibir un premio diría es una de las experiencias más hermosas y satisfactorias que la Poesía ha podido brindarme. Si bien mi intención era acabar publicando este libro en alguna editorial que aceptase el manuscrito, sí que antes quise probar suerte durante algo más de un año en diferentes concursos (así, mientras los iba perdiendo, iba escribiendo nuevos poemas y, a la vez, tratando de pulir el poemario gracias a los siempre provechosos puntos de vista de amigos poetas que quisieron adentrarse en él y regalarme sus puntos de vista ─como autor, qué importante es dejar que otros ojos surquen nuestros manuscritos, nuestros borradores… su generosidad y su talento siempre nos deleitarán con una palabra, un verso que repensar, una coma que añadir, incluso un poema que sacrificar y que hará que mejore y transmute el poemario a una mejor versión de sí mismo─). Y de repente, una tarde de noviembre del año 23 recibo una llamada desde Madrid en la que un señor me pregunta si soy Antonio Ríos quien, tras mi confirmación, me indica que «La ingravidez que somos» ha resultado ganador del XI Premio Internacional de Poesía Covibar-Ciudad de Rivas, añadiendo un enhorabuena del que aún no he logrado despertar.
Desde luego, como experiencia extraordinaria, supondrá un punto de inflexión, ya que (y ojalá esté equivocado) será muy complicado que la diosa Fortuna vuelva a ofrecerme un Premio. Lo intentaré, por supuesto, siempre con esperanza pero con la más absoluta humildad, asumiendo lo complejo del asunto, la subjetividad de los jurados y, sobre todo, la cantidad de talento que, ya no solo en España, sino en todo el panorama hispanohablante, abunda (y que nunca falte).
Por todo ello, mi plan presente y a futuro es seguir escribiendo, sin prisa y sin pausa (mandan las musas, no yo), y cuando crea que ha llegado el momento tratar de conformar un nuevo poemario, probar suerte durante un tiempo prudencial en concursos y, si finalmente no hay éxito, publicar con alguna buena editorial que quisiera apostar por él. Y así sucesivamente.
Aunque quiero dedicar los próximos meses a promocionar debidamente el poemario que ahora me ocupa La ingravidez que somos, con presentaciones y recitales allá donde me sea posible, sí añado a modo de spoiler que tengo muy avanzado el que podría ser mi tercer poemario. He sido recientemente padre y esto da muchos frutos inspirativos: la idea de familia, la paternidad y la maternidad, crear vida… En fin, he encontrado (o mejor dicho, me ha encontrado) un caldo de cultivo que, espero, pueda ir tomando forma más temprano que tarde.
Por último, como lector, ¿quién te gustaría que nos diese su “Primera Impresión”?
Me gustaría mucho que mi querido tocayo y paisano Antonio Díaz Mola fuese el siguiente invitado. Con su primer poemario, Apostasía, resultó ganador del Premio de Poesía Joven RNE, y recientemente, con su segunda obra, El aire dividido, ha sido galardonado con el Accésit del Premio Adonáis en su última edición. Más allá del cariño y el aprecio que le tengo a Antonio, por la gran persona que es, mi admiración hacia su poética y su obra es incontestable, considerándole uno de los mejores poetas españoles de su generación (a los premios me remito pero, sobre todo, a cualesquiera de sus versos).
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Y SUPIMOS DEL FUEGO
A Olalla Castro,
antes de que acabe el mundo
(otra vez).
Chasquido de rocas:
el primer incendio.
Nuestra historia es una herida
que no sabemos cerrar.
Más allá de nuestros ojos,
bajo las prepirenaicas líneas
de nuestras manos,
tras nuestra huella,
el viento observa paciente y mudo.
Pero una tarde cualquiera
se curvarán los abedules,
la niebla pastará
libre
en las costas,
brotarán los juncos en la avenida gris,
será el gorjeo de una alondra
la última canción del mundo.
OROGRAFÍAS
A Javier Gilabert,
generosa la sombra de su árbol.
La belleza
es
la imposibilidad de lo imposible,
me dices
y en tu mano anidan, ligeros,
varios pétalos de jazmín
blancos
como lágrimas de nieve fresca
que aproximas, sin mácula, a mi rostro.
Inhala su aroma fractal,
que repose su sexo invisible en tus labios.
Desnúdate,
me dices
y sé que un poema no es
sino la pira funeraria del lenguaje,
exequias,
la orilla última a la que acuden
—oh, solemnes cetáceos—
a desangrarse y morir
de tanta vida las palabras.
Y ahora, tú, que conoces
de las galaxias su anhelo,
su luz irreversible,
dejaré que me devores,
dejaré que me conviertas
en tu más fiel espejismo,
me dices
y, en silencio,
las montañas
se han comenzado a mover.
I’VE SEEN THE FUTURE, BROTHER: IT IS MURDER.
Mientras buscas aparcamiento piensas
cuándo fue la última vez que viste la nieve,
que tocaste el blancor de ese agua cristalizada.
En la radio del vehículo un señor especula
con la posibilidad, cada vez más violenta,
de que un tsunami sin precedentes anegue
las costas occidentales andaluzas;
no le prestas atención
-como a todo lo que supones ajeno, lejano-
pero en su tono de voz pausado y subterráneo
parecieras oír al mismísimo Leonard Cohen.
Y sonríes
y comienzas a tararear The Future y es entonces,
después de varias decenas de vueltas a la manzana,
cuando adviertes que no tienes coche,
siquiera sabes conducir.
Vivir
es inventar finales
alternativos
a la muerte.
ENTREVISTA REALIZADA POR JAVIER GILABERT
Granada, 1973. Maestro avemariano, es autor de PoeAmario (2017), En los Estantes (2019), Sonetos para el fin del mundo conocido (2021) junto con Diego Medina Poveda, Bajo el signo del Cazador (2021) junto con Fernando Jaén, Todavía el asombro (2023). Copromotor, antólogo, coeditor y periodista cultural.
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