«Después del pop», de Elisa Fernández Guzmán
Por Jorge de Arco.
Hay veces, “cuando llueve en el corazón, y llueve en el alma”, como dejó escrito Mario Benedetti, en las que pareciera que tan sólo fuimos ave pasajera en la vida de alguien. Momentos, al cabo, que fueron dicha o error, entrega o desamparo, y de los que incitan, después, a alzarse y hacer mudanza lo vivido. Al menos, lo que más tarde sale a flote, lo que acontece cercano a esa acordanza, puede tornarse materia inspiradora para reescribir aquello que fuese plural anhelo.
La memoria, sí, en estado puro, esa fragmentación sucesiva del deseo y de la posibilidad es lo que Elisa Fernández Guzmán relata en Después del pop (Rialp. Madrid, 2024), el primer poemario de la autora onubense (2000) -accésit del premio “Adonáis”-, donde revindica la correspondencia sensitiva y amatoria de lo común:
Y puedo con un hilo y dos yogures hablarte al oído
ver desde la ventana del salón tu terraza
(…)
esta casa no es muy grande pero puedo conseguir
que se parezca a la infancia que tuviste
te prometo que aquí siempre hará calor
y cabe toda la gente a la que quieres
El volumen converge hacia una estela que aúna el espacio, el cuerpo y el lenguaje, y en el que el sujeto lírico repasa con voluntad esclarecedora las formas de la rebeldía, las maneras de la nostalgia, los símbolos de lo biográfico. Porque es la síntesis de la rubia ceniza, del cálido reflejo del ayer, lo que aquí y ahora se hace palabra, sólita extensión de una época donde el vivir fue desafío y riesgo, poema y libertad:
Lo siento de verdad me gustaría
seguir siendo adolescente
pero crecer es olvidar
y olvidar solo es
dejar al amor en su sitio
Articulado como un canto único, indivisible, los poemas se unifican en una suerte de recuperación y duelo, de activa participación en un periplo donde lo que fuera perdurable es espiral al descubierto, temblor pretérito que horada la ausencia, su intermitente latido. Esa escisión entre la piel y el alma viene corroborada por un ímpetu juvenil que sabe de su primera derrota y que, sin embargo, sigue alimentando las horas, los años, la harina de ese pedazo de pastel que ahora se derrama y se deshace por entre los dedos de la melancolía:
Se tardan tres horas en llegar de tu casa a la mía
eso significa que cuando el bizcocho cuaje
se enfríe y lo decore con azúcar y cerezas
tú podrías abrir la puerta decir sorpresa
cortarte un trozo sentarte conmigo decir
existo porque esta tiene mi nombre
porque es mediodía y el sol se refleja en tu pelo
En suma, si como dejase anotado Frida Khalo, madurar es aprender a querer lo bonito, a memorar sin rencores, Elisa Fernández Guzmán ha sabido y querido tomar nota de tal aserto, pues en este puñado de bellos poemas, de emotivos y límpidos textos, su recuerdo y su aprendizaje se hacen mensaje íntimo y común en nombre de la existencia, en nombre de la aspereza del desamor, en nombre de todo cuanto vale, duele y cuesta querer.
Después del pop, un poemario para leer despaciosamente y, donde nada es producto del azar, sino consecuencia de un tiempo múltiple que convierte la humana cotidianeidad en trascendente aventura:
Te digo que sí
que toda pasión visceral
es necesariamente femenina
que amor mío yo te elegí
(…)
Yo igual que dios
te creé con las manos
yo igual que dios
te perdono todo
lo que aún
no me has hecho
Después del pop
Elisa Fernández Guzmán
Rialp. Madrid, 2024
Accésit del premio “Adonáis”