El TeatroscopioEscena

«La lucha por la vida» de Pío Baroja en un carrusel teatral distante, doloroso y divertido

Horacio Otheguy Riveira.

Los tres elementos escénicos se desarrollan en  distintos tiempos, todos muy creativos, con ocho actores jugándosela con numerosos personajes. Hay dos actos: el primero con exceso de caricatura que deforma el realismo de los miserables del Madrid de finales del XIX, el segundo con una cercanía al realismo que creo más cercano a las tres novelas de Pío Baroja.

De cualquier manera, grandes logros en la difícil empresa de llevar a escena la trilogía homónima de 1904, que acaba trágicamente con el auge del anarquismo en busca de una revolución social. La pobreza de un país dirigido por ricos corruptos no desaparecerá en un contexto de sordidez imparable. Presente teatral y pasado histórico en una función muy recomendable con música de un hombre de teatro como Adrián García de los Ojos que crea una melodía que va de la obertura al final recorriendo diversas tonalidades, pero con un leitmotiv encantador, propio de un contador de historias, de cuentos en cálida reunión de amigos…

 

Presentamos una mezcla de estilos no naturalistas —vodevilescos, zarzueleros, melodramáticos, esperpénticos— sirven de presentación para analizar con la distancia suficiente a los personajes y sus peripecias. Ritmo cinematográfico para una narración teatral nada maniquea, que no nos deja empatizar con el héroe, porque el héroe no es ejemplar ni dueño de su destino, y tiene que tomar decisiones que no siempre son las políticamente correctas. El espectador se coloca en el brete de observar activamente a los personajes. Tres novelas río para un espectáculo río, habitado por multitud de seres en un trepidante juego de actores, casi fregolismo. Diez intérpretes para casi 100 personajes. En la trilogía se quedan no menos que otros tantos para quien quiera conocerlos. No nos cabían en el escenario. Ramón Barea.

 

Sobre esta base conceptual trabajó muy duro Barea con su equipo de muy buenos intérpretes, capaces de mostrarse distantes o muy cercanos —cuando toca alguna emoción—, y lo cierto es que el gran actor dirige con múltiples detalles e interpreta sin énfasis al propio Baroja, una invención del adaptador Juan Ramón Fernández muy acertada, ya que don Pío deambula por el escenario, guiando, colaborando, comentando, leyéndose a sí mismo… el gran escritor que no llevó a escena las novelas —por aquel entonces muy cercano a la ira anarquista frente a la bárbara España monárquica que aumentaba su miseria al perder Cuba— y que aquí es un febril mensajero de una avidez revolucionaria entre pícaros supervivientes.

 

 

Puede discutirse, y es bueno hacerlo, si esta versión transmite adecuadamente el espíritu barojiano de su trilogía, pero en todo caso es una experiencia teatral muy bien elaborada, con el poderoso encanto de la fiesta del teatro, incluso para comunicar una tragedia como la presente. Falta, lógicamente, el pausado tono del escritor que puede recuperarse en otra experiencia valiosa: leer o releer sus textos originales, del que, por ejemplo, surge este extracto de la última novela, aquí último acto, Aurora roja

«El día era de otoño, húmedo, triste. A lo lejos, asentada sobre una colina, se divisaba la aldea con sus casas negruzcas y sus torres más negras aún. En el cielo gris, como lámina mate de acero, subían despacio las tenues columnas de humo de las chimeneas del pueblo. El aire estaba silencioso; el río, escondido tras del boscaje, resonaba vagamente en la soledad. Se oía el tintineo de las esquilas y un lejano tañer de campana. De pronto resonó el silbido del tren; luego, se vio aparecer una blanca humareda entre los árboles, que pronto se convirtió en neblina suave. -Vámonos ya -dijo el más alto de los mozos. -Vamos -repuso el otro. Se levantaron del pretil del camino, en donde estaban sentados, y comenzaron a andar en dirección del pueblo. Una niebla vaga y melancólica comenzaba a cubrir el campo. La carretera, como cinta violácea, manchada por el amarillo y el rojo de las hojas muertas, corría entre los altos árboles, desnudos por el otoño, hasta perderse a lo lejos, ondulando en una extensa curva. Las ráfagas de aire hacían desprenderse de las ramas a las hojas secas, que correteaban por el camino».

 

Un equipo con mucho talento que cambia de registro y vestimenta en el abundante arraigo de personajes. Abajo, protagonista Manuel, un antihéroe a cargo de Arnatz Puertas, eje de la trama,  que llega del campo a la ciudad en busca de cobijo. Un gran trabajo al alrededor del cual, todos los demás entregan lo mejor de sí en situaciones de tensiones envolventes, a veces con el característico humor de los que nada tienen pero se apañan para no desfallecer.

 

 

 

 

De Pío Baroja

La lucha por la vida: trilogía compuesta por las novelas: La busca, Mala hierba y Aurora roja.

Adaptación José Ramón Fernández

Dirección Ramón Barea

Con Ramón Barea, Aitor Fernandino, Olatz Ganboa, Ione Irazabal, Itziar Lazkano, Sandra Ortueta, Alfonso Torregrosa, Leire Ormazabal, Diego Pérez y Arnatz Puertas

Diseño de espacio escénico José Ibarrola

Diseño de iluminación David Alcorta

Diseño de vestuario Betitxe Saitua

Diseño de espacio sonoro Adrián García de los Ojos

Audiovisuales Ibon Aguirre

Fotos E. Moreno Esquibel

Una producción del Teatro Arriaga 

 

TEATRO ESPAÑOL. HASTA EL 14 DE ABRIL DE 2024

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Otras creaciones de Ramón Barea:

Montenegro (Comedias bárbaras de Valle Inclán)

El viaje a ninguna parte, de Fernán Gómez

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