Lo que viaja en el aire
Ricardo Álamo.- «La aforística […] es una disciplina peligrosa por muchas razones, pero sobre todo porque no hay nadie que sea tan torpe como para no urdir un gran aforismo, o incluso dos. Lo difícil empieza a partir del tercero». Estas palabras son de Carlos Marzal y están espigadas de su libro Nunca fuimos más felices, que el lector avisado sabrá que no es un libro dedicado a teorizar acerca de los aforismos, pero que, sin embargo, contiene unas breves y sugerentes reflexiones sobre los mismos. En ellas, dice Marzal, además, que el género aforístico tal vez sea, dentro de la variedad de la literatura, el que más anónimo vuelve a sus autores, por aquello de que «parezca que los aforismos los haya escrito nadie (no que nadie los haya escrito)», ya que «la brevedad ayuda a que suceda así, como ocurre con los refranes, con los chistes, con los epitafios», que obviamente tienen detrás a un autor, pero que «al instante de existir dejan de tenerlo y pasan a ser voces, lo que viaja en el aire [… porque] tal vez los aforismos se escriben para eso: para que nadie se los pueda atribuir del todo, y para sustentar la idea que algunos defienden, según la cual la literatura carece en el fondo de autoría». Entre esos algunos a los que no nombra Marzal, se encuentran Shelley, Paul Valéry y Borges, entre otros.
Indudablemente, las palabras de Marzal acerca de la no-autoría no dejan de ser una bonita entelequia, pues en los tiempos que corren nada le gustaría menos a un escritor que su nombre se perdiera en el anonimato, y que su voz o su singular lenguaje literario quedaran enmascarados detrás de un solo caballero omnisciente que algunos de esos algunos también llamaron Espíritu. Porque si así fuera, poco o nada tendríamos que decir de este primer libro de aforismos de Javier Recas, en el que precisamente lo que más sobresale es su propia voz, concisa y clara, lúcida y coherente, sin apenas manierismos ni vacuas retóricas. Dividido en ocho apartados, Un viento propicio está planteado como una suma de reflexiones y de pensamientos sobre los grandes temas que deberían de importar a cualquier ser humano: el tiempo, la amistad, el amor, la muerte, la felicidad, la belleza, etcétera. De manera lapidaria la mayor parte de las veces, pero también de un modo insinuante, incluso turbador, en otras, los aforismos de Recas vienen a ser como relámpagos de clarividencia cuando tratan de captar lo que hay dentro y fuera de nosotros y de las cosas. En general, no suelen moverse en el pantanoso terreno de las dudas ni buscan sembrar en el lector la semilla de la perplejidad. Se diría que estos aforismos huyen de vacilaciones y de titubeos, pero no por ello pretenden ni mucho menos ser aleccionadores. No. Recas no es un sermoneador. Más bien es un pensador, alguien a quien el mundo, la vida, la realidad, le hacen reflexionar para extraer conclusiones que le sirvan de apoyo para no sucumbir a los estragos del tiempo y sus miserias. Y, aunque es un pensador, no por eso claudica ante los discursos filosóficos que a lo largo de la historia han querido subsumir el mundo en una serie de teorías reductoras a nuestra comprensión. De ahí que pueda decir sin complejos que la reflexión filosófica paga en perplejidad su osadía por agitar las aguas. Esas “aguas” son el mundo, todo lo que nos concierne, próximo o lejano, y que, por mucho que la filosofía haya tratado de encapsular para hacérnoslo comprensible, siempre hay algo en él que se nos escapa, quizá porque, como primero pensaron Schopenhauer y Nietzsche, nuestros recursos lingüísticos y conceptuales no alcanzan a penetrar debidamente lo que son esas “aguas” o este mundo profuso y complejo, siempre atravesado por los dientes del tiempo.
El tiempo. El paso del tiempo es uno de los temas sobre los que medita Recas. Y como no podía ser de otra manera, el olvido, la memoria o el halo sublime e ilusorio que el paso del tiempo otorga a los días remotos, son aspectos concomitantes que no pasa por alto, porque como él mismo dice «Si convocas al olvido, acude la memoria» o porque «Ni siquiera nuestro pasado está a resguardo de mudanzas». Y al hilo de esto, la pregunta que nos podríamos hacer (que Recas también se hace) es si en esta vida de constantes mudanzas a la que nos arrastra el tiempo cabe o no la felicidad. A tenor de lo que afirma en el aforismo que dice «La felicidad demanda presente» se diría que sí, pero sin perder de vista que «El presente no es más que el delgado filo del tiempo» y que la felicidad —sea un viento propicio o un calmo remanso— «es un cóctel de trago corto con ingredientes desconocidos».
A José Luis Morante, que prologa este libro, los aforismos de Recas le parecen amparados en las razones de la filosofía. Y así es. Ahora bien, esa filosofía no es la filosofía de las grandes teorías ni de los elevados conceptos que pretenden clausurar la realidad de una manera definitiva, ya que el proyecto de Recas aboga por una filosofía minimalista de huidizos atisbos. Y esos huidizos atisbos son sus propios aforismos que, en lugar de aumentar la complejidad de la realidad, intenta reducirla lo más posible, ya que «Como todo arte minimalista, el aforismo es una forma de poda». Y sí, los trescientos aforismos que conforman Un viento propicio son, a mi modo de ver, una de las mejores expresiones literarias de esa forma de poda.