“Azul, y me dejo caer”: delirios cotidianos en una ciudad sin nombre
Horacio Otheguy Riveira.
Podría ser Madrid… o cualquier otra ciudad con Metro o meros trenes que llevan y traen a gente que avanza atropellada, con los dedos cruzados para que todo salga bien, o regular, vamos, incluso mejor que bien, mal no, eso no, eso nunca, pero nada se puede asegurar en una urbe que todo lo devora, aunque in extremis siempre puede haber un lugar donde dejarse caer sin las presiones que tanto abundan momento a momento.
De tres mujeres una es la que comanda la vorágine y dos las que asumen diversos personajes acompañantes: un trío de ingeniosas, audaces, febriles mujeres interpretadas con notable entrega, sentido del humor, y mucho talento en una creación de encadenadas situaciones en torno a Andrea, que sale de casa autoconvenciéndose —bien pergeñada de amuletos emocionales— de que “Hoy va a ser un gran día”.
Tiene una entrevista de trabajo en una prestigiosa empresa. Una oportunidad que no puede dejar escapar. Todo está bien. Su aspecto es inmejorable, se ha levantado de muy buen humor, y ha salido de casa con tiempo de sobra para recorrer un itinerario en el que planificó hasta el más mínimo detalle. Allá va, hacia su destino, un futuro sin sofocos económicos. Y allá vamos, desde la butaca, dispuestos a acompañarla en su recorrido. Y lo haremos, hombres y mujeres, identificándonos, tanto si nos acomodamos en su cabeza como en los intrincados pasos de su deambular en una ciudad donde a menudo las sorpresas son golpes bajos.
La empatía por miembros de ambos sexos resulta inevitable, ya que la historia de Andrea habla sobre el aturdimiento en el que vivimos la mayoría, rendidos a los frenéticos ritmos de producción, sobre nuestra falta de conexión con el cuerpo y con los verdaderos deseos, sobre el modo en que la mente puede boicotearnos, elaborando discursos que siempre nacen del miedo, sobre la imperiosa necesidad de parar y de escuchar para tomar conciencia, tanto de nuestra propia realidad, como de la de los otros. ¿Quién soy? ¿Qué deseo? ¿Y qué hago para conseguirlo? Si muriese mañana, ¿me iría satisfech@ con la forma en la que he gastado mi vida? Y si llego al límite de no poder parar… ¿Podré dejarme caer?
Si bien las constantes del personaje son femeninas, así como el galope alocado de sus emociones, en el mismo círculo sobrecargado de ansiedad y compromisos agobiantes pueden encontrarse muchos tipos humanos del género masculino. De ahí la mayor virtud ideológica de esta función de envolvente interés y gran capacidad de seducción con su variedad de estímulos desde el humor, el drama… y la imponente calidad actoral con que todo se transmite sin fisuras.