‘Baumgartner’, de Paul Auster
Baumgartner
Paul Auster
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
Seix Barral
Barcelona, 2024
261 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Lo que define nuestro paso al mundo adulto son las cosas en las que dejamos de creer. A fuerza de realidad, entendiendo por realidad lo más tangible, sustituimos la idea de volar por la de subirnos a un avión, la de hablar con los animales por domesticarlos o la del puro amor eterno por el sexo y algo de compañía. Pero si uno es medianamente imaginativo, sustituirá esas fantasías proyectadas sobre la vida cotidiana por una imaginación que se conjuga con las herramientas de eso que en narrativa se conoce como realismo: puede que no seamos capaces de respirar bajo el agua, pero sí de descubrir cómo podemos colaborar para mitigar el sufrimiento de un niño en un campo de refugiados. Hace falta mucha imaginación para seguir charlando con los amigos, para cambiar los pañales a un bebé o para cuidar de los enfermos.
La transición que han ido viviendo los lectores de Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) tiene bastante de reflejo de este fenómeno: sus novelas que reflejaban tanto azar —El palacio de la luna, La trilogía de Nueva York, Brookly Follies— han sido una compañía semejante a la de los sueños de la infancia y adolescencia, y por eso mimo nos han resultado tan memorables, tan sanas, tan acogedoras. Pero ahora llega el momento de la realidad, de lo tangible, entre lo que se encuentra el paso del tiempo que es, por definición, la antítesis de lo que se puede tocar. Pero es lo mas real que sucede si nos atenemos a sus efectos en nuestro organismo. Es imposible que el cuerpo vuelva a ser el mismo. Auster ya no volverá a cumplir setenta y cinco años y se plantea qué es la vejez, eso que, a juzgar por las páginas que componen este Baumgartner, está sintiendo. Como en cualquiera que tenga por tentación y talento la fábula, será a través de la ficción como mejor pueda reflexionar acerca de este tren que nos arrolla.
Lo primero que uno identifica es la soledad. La mayoría de los personajes centrales de las novelas de Auster se han movido solos, siendo la soledad una forma no elegida de vivir. En este caso, Baumgartner, que es el apellido de nuestro intelectual protagonista, se ha visto abocado a esa soledad durante los últimos diez años de vida, desde la muerte de su mujer. En todo este periodo de duelo, ha vivido con el recuerdo de ella como quien sufre el síndrome del miembro fantasma, ese que nos hace creer que todavía existe el miembro que nos han amputado. Pero ha llegado el momento de volver a enamorarse, y pone su atención en alguien que es dieciséis años más joven que él. La sensación que da es que Baumgartner se enamora por inducción. Y, mientras tanto, asistimos a algo tan propio de la vejez como es la duda: cuando uno es joven está demasiado seguro de saberlo todo. Aquí sucede todo lo contrario, y ni siquiera sabe si lo adecuado es publicar la obra poética de la mujer difunta. Ni cómo debe afrontar la declaración ante su nuevo amor. Auster se entretendrá explicándonos de donde viene nuestro querido protagonista, hablando de la sociedad de patriarcado en la que habitaron sus padres, que contrasta con esta en la que uno está obligado a definirse en cada momento. Con estos mimbres, construye una novela que mantiene su estilo, su fluidez, su encanto. Resultará complicado valorarla, si es que la valoración supone poner nota, por todo lo que uno quiere a este escritor. Lo que es seguro es que sentirá, al final, que ha hecho muy bien en elegir leerla.