«Dolls», muñecos rotos.
Por Paco Martínez-Abarca.
Con su sentido del ritmo tan particular, el cineasta japonés Takeshi Kitano (Japón, 1947) cuenta en Dolls (2002) tres historias paralelas sobre el amor y la fuerza de este para superar cualquier impedimento, a la vez que pone la vista en la sociedad y cultura japonesas desde una perspectiva muy crítica. Tres hombres deberán tomar una dura decisión para así poder estar con la chica a la que aman: un empleado que va a dar un braguetazo a costa de romper con su verdadero amor y causarle un intento de suicidio; un jefe de la yakuza que abandonó a su amada décadas atrás para así entrar en el mundo del crimen; y un fiel seguidor de una cantante de J-pop que compite por su atención con otros fans.
Kitano utiliza un tono melodramático para contar unas historias que discurren, sin embargo a un ritmo bastante impropio en un melodrama. El cineasta logra plasmar toda la carga emocional de sus personajes y sus dilemas en planos de una extensa duración, imbuidos de la música de Joe Hisaishi, su compositor habitual, que confiere toda la fuerza dramática a través de sucesivas repeticiones, y que contrasta enormemente con una contención emocional de sus personajes. Marcando distancias evidentes, en el cine de Yasujiro Ozu, a menudo la música establece un contrapunto dramático con las acciones y diálogos de sus personajes. Otra forma de contraste musical hay en el cine de Kitano, donde estos temas de marcado carácter tecno y muy propios de los 90, nos remiten a emociones más propias de lo exaltante que de lo contenido. A través de la incesante repetición de la misma música Kitano “insiste”, una y otra vez, en un estado de ánimo.
A través de su propia percepción del tiempo, Kitano emplea tomas de larga duración que muestran a menudo la travesía completa de sus personajes (de un margen al otro del encuadre), haciendo énfasis en un recorrido, no solo emocional, sino también físico. Algo muy ilustrativo de esto ocurre en el mismo comienzo de la primera de las historias (la más importante de todas). En ella, una cuerda roja roza incesante y aparatosamente la hierba de un jardín, en lo que se traduce como una representación muy corpórea del viaje en el que se embarca su pareja protagonista. Esta cuerda es la representación física de la creencia oriental del “hilo rojo del destino”, una unión irrompible que tenemos todos con nuestra alma gemela. Este concepto de la filosofía japonesa lo utiliza Kitano en forma de elemento narrativo, dispuesto por su protagonista, quien experimenta remordimiento por haber causado la pérdida de cordura a su amada al abandonarla para casarse con la hija del jefe.
A menudo reducidas a las mínimas acciones, las interpretaciones son lacónicas, encerradas en un mundo que aparentemente se antepone formalmente a ellas, por medio, por ejemplo, de unos personajes secundarios más excesivos, o de una paleta de colores saturados. El característico azul kitano está muy presente también en una película como Escenas frente al mar, obra también atípica de su filmografía, y que de nuevo pone en primer lugar una historia de amor. Existen vínculos inequívocos entre ambas películas, como pueden ser los paraguas azules. En contraposición a todo este azul está el rojo, de una presencia total en la película. Los momentos de mayor fuerza dramática son precisamente los que están imbuidos de esta tonalidad.
En esencia la primera historia es una tragedia sobre la diferencia de clases, donde su personaje protagonista, Matsumoto (Hidetoshi Nishijima), deja plantada en la boda a su prometida, la hija de su jefe, para así volver con la chica a la que realmente ama, Sawako (Miho Kanno). Ella, al no tener estudios universitarios fue rechazada por sus padres, quienes le buscaron a una chica de otra clase social con la que casarle. Kitano critica la enorme presión por casarse a la que aún están sometidos algunos sectores de Japón; comparándolos con marionetas y titiriteros, describe cómo sufren los jóvenes, amados, la presión de los padres. Este Japón menos conocido es el punto de mira en Dolls. Es el personaje de Matsumoto, quien en ese acto de rebeldía abandona su propia boda en busca de Sawako. El coche que conduce, de un exuberante amarillo es el símbolo de la disgresión. En Japón y otros países asiáticos, los colores de los coches vienen determinados por la clase social: los negros para los jefes, los grises para los puestos intermedios y los blancos para los empleados de menor rango. Así, Matsumoto no pertenece a este contexto y su coche está fuera de la norma. Este braguetazo al que renuncia él mismo puede recordar a la fabulosa secuencia inicial de la boda de Los canallas duermen en paz, de Akira Kurosawa.
Takeshi Kitano también refleja el mundo de la yakuza (su tema predilecto en muchas de sus películas) y del J-pop en sendas historias. De alguna forma, intenta aportar una perspectiva desde el punto de vista del amor, puesto que en cada uno de estos temas estrictamente japoneses hay una dificultad para amar: la imposibilidad de amar al ser un jefe de la yakuza, la artista inalcanzable para un simple fan y de la presión familiar por casarse. Estas tres historias, a su vez, conforman un poliédrico retrato del Japón contemporáneo, nada bucólico, donde como ya sabemos conviven tradición y cultura pop, pero que aún tiene mucho que mejorar. Sus tres hombres protagonistas van a sacrificar algo muy importante para así conseguir lo que es sin duda lo más valioso, no sin sufrir las enormes consecuencias del peso de la moral de la sociedad japonesa. Sin embargo, eso por lo que sacrifican todo, el amor, es quizá, suficiente para salvarles, como bien refleja la críptica escena final: el hilo rojo que los une les salva del abismo.
Qué bonito lo del hilo rojo.
El cine oriental está lleno de signos, pero hay que saber verlos. Me ha gustado mucho la crítica.
Tendré que ver la película: sé lo que significa conducir un coche amarillo en la sociedad japonesa, tan rica (no solo por su PIB, también por su cultura) y tan encorsetada. Es sugerente encontrar nuevos símbolos para expresar lo que el amor puede tener de transgresión. Leyendo el artículo, tan vívido en su recorrido, me he querido sentar ante la pantalla: drama de amor, ni más ni menos, sintiendo el roce incesante de la cuerda roja del destino. ¡Vaya que sí!
Muy buen articulo, independientemente de lo que nos parezca a cada uno la representación del»hilo rojo», que ata de forma irremediable las vidas de personas a otras vidas o destinos.
Gracias por la recomendación
He visto la película y agradezco tu crítica pues me ha ayudado a comprender muchas cosas que se me escapaban.
Gracias por hacernos comprender