‘La conejera’, de Tess Gunty
JOSÉ LUIS MUÑOZ.
Cuando se escribe una novela se hace con el ánimo de contar algo interesante. Interesante sobre todo para el que lo escribe, porque si es un muermo puede que el autor se duerma, el relato se quede a medio camino y se mande el texto a la papelera. Hay quien escribe, y es muy respetable, para sus lectores, para conservarlos, para no perderlos. Hay quien escribe para sí mismo, y probablemente su onanismo literario no le interese a nadie más que a él y a unos pocos. Hay escritores que siguen un mandamiento de Manuel Vázquez Montalbán: “Escribo lo que me gustaría leer”. Hay gustos para todos. En las novelas lo de planteamiento, nudo y desenlace saltó hace muchos años por los aires. Se puede escribir correctamente, tener un buen redactado, y no tener ni pajolera idea de escribir una novela. Se puede tener entre manos una buena historia y no saber cómo desarrollarla. Los tiempos también tienen su importancia. Y los personajes, esos son fundamentales en una novela. Y luego está lo que se pretenda con la novela.
Todo esta parrafada viene a cuento de La conejera, la primera y muy aclamada novela de Tess Gunty (South Bend, Indiana, 1993), aunque en la actualidad vive en Los Angeles, que estudió Literatura en la Universidad de Notre Dame y obtuvo una maestría en escritura creativa por las universidades de Nueva York. La conejera es su primera novela y recibió el National Book Award, el Barnes and Noble Discover Price y el Waternstones Debut Fiction Price, además de ser finalista del Premio Nacional de la Crítica en la categoría de primeras obras. Un currículo impresionante para una jovencísima escritora.
Tess Gunty escribe una novela abultada de páginas, mas de cuatrocientas, en las que prácticamente no se cuenta nada, o tantas cosas que aturde, y por donde pululan, eso sí, un sinfín de personajes estrambóticos de conductas igualmente estrambóticas a los que no se consigue poner nombre ni visualizar a lo largo de tan extenso texto. No se le puede negar originalidad a la autora, diría que esto, el ser original, y moderna, es lo que la ha movido a escribir una obra como La conejera. Ser moderno y original no siempre es positivo. Hace muchos años un escritor español llamado Julián Ríos escribió una novela muy moderna llamada Larva, y ahí se quedó. Porque Tess Gunty, que escribe muchas veces bien, engarza con gracia frases, algunas muy ocurrentes —Su voz es como una hostia sacramental: insípida, ligera.—, y desliza en sus páginas un peculiar sentido del humor y hasta cierta dosis de crítica hacia la sociedad norteamericana, se olvida, o no sabe, exactamente lo que es una novela y se esmera en una redacción provocativa, acertada a veces, pero casi siempre impostada por ese deseo de ser a toda costa original. Los dolores del posparto fustigan el cuerpo de la madre como centellas de rayos divinos cada vez que da de mamar. Dar de mamar no es algo intuitivo, y las bombas extractoras hacen que se sienta como una vaca cíborg. Cada vez que estornuda, se mea. Para evitarlo, se supone que tiene el que hacer Keger, un ejercicio infernal.
La acción, si la hay, sucede toda en un lugar llamado Vacca Vale, y se puede decir que la ciudad es uno de los principales personajes de la novela, al menos es el que más definido está: En febrero, Vacca Vale se vio obligada a declararse en bancarrota y la ciudad se enfrentó a la desaparición. Vacca Vale no es un sitio muy divertido, en realidad no se puede hacer gran cosa en esa ciudad salvo aburrirse: Ampersand es el único establecimiento de Vacca Vale que se parece algo a una cafetería sin ser una franquicia. Lo abrieron un par de hipsters optimistas y atrae a un número desproporcionado de personas con boina. Una ciudad del Medio Oeste que ha perdido sus ganas de subsistir: Este año Vacca Vale ha encabezado la increíblemente descorazonadora lista de Newsweek de las diez ciudades más agonizantes. Una ciudad en donde antes había industria y en donde ahora hay decadencia y ruina: Antes de que la denuncia llegara a la oficina de salud, el benceno ya había alcanzado el aire de Vacca Valle en forma de gas, contaminando casas, lugares de trabajo, escuelas e iglesias. Una ciudad que no tiene en cuenta, como casi todas en Estados Unidos, el elemento humano: Vacca Vale es una ciudad diseñada para los coches, no para las personas. La arquitectura es barata, estrictamente utilitaria y levantada para ser temporal. Y que se apodera de su personaje principal, la joven Blandine: Blandine sospecha que, si unos estudiantes de medicina la abrieran en canal, encontrarían un Vacca Vale en miniatura. Ningún órgano. Una red de autopistas, conatos desechables de dominación humana, un lugar saqueado que existe a pesar de su pose de inexistencia.
Los personajes de la novela son muy jóvenes, tanto como la autora, que parece escribir, con un sinfín de guiños, para ellos. ¿Tres tíos salidos de diecinueve años detrás de la misma chica de dieciocho en un apartamento tórrido, con la maría bajo mínimos, curros mal pagados y dolores de espalda? Y la heroína de esta historia es esa tal Blandine, una especie de listilla que hace girar sobre sí misma todo lo que sucede en esa colmena humana de Vacca Vale: Hacía mucho tiempo que el sexo había desalojado mi cuerpo, y, aun así, cuando él avanzó hacia mí me respingaron los ovarios. Una teenager —Tiene diecisiete años; siente que tiene setenta. Tiene diecisiete años; siente que tiene siete.— que trabaja como camarera poco ortodoxa —El padre que otra vez le mira los pechos, y Blandine se alegra de haber echado un gargajo en los huevos—, bajo la tutela de unos padres de acogida —Los actuales padres de acogida de Tiffany son amables pese a estar agotados. Y empantanados en deudas. Es su cuarta familia de acogida, la mejor de todas.—, que practica el sexo solitario con las almohadas —A las tres de la mañana, ahoga sus gritos en la almohada, obscenamente viva — y con algunos chicos del entorno —Pegada contra el algodón azul marino de sus calzoncillos, vio una erección que era de él, pero para ella, para ella y por ella, y el asombro la llevó a desplegar su cuerpo, ardiente y turbulento y alquímico. Estaba desvestido, pero no estuvo desnudo hasta que no se quitó las gafas y muy despacio las dejó en la mesita de noche.— y que viene de otro personaje por transmutación: La joven antes conocida como Tiffany Jean Watkins eligió a Blandine como tocaya en un esfuerzo por trascender la corporeidad problemática en la cual había nacido y alcanzar la intangibilidad. Que la mañana del miércoles 17 de julio, quince horas antes de abandonar su cuerpo como Blandine camina desde La Lapiniére en dirección al valle.
Abundan las frases de retorcido sentido, o sin sentido directamente: Al final, había una mujer y un hombre. Pero el hombre era demasiado hijo y la mujer no era lo bastante madre. Sin él, ella moriría. Ella lo necesitaba todo, y al hijo no le gustaba mirarla. Él también lo necesitaba todo. Las descripciones físicas son brillantes: Pecas salpicadas por la nariz a causa del sol, asimetría facial, puntitos de acné, la dentadura brillante y apelotonada de un modo encantador. Los músculos se le han definidos más desde la primavera, tiene el pecho más ancho, la ropa más ajustada. Y no están mal las que hacen referencia a actos sexuales: La combinación de sus manos y su boca elevaban su cuerpo de las sábanas como si una marejada la poseyera, la sobrepasara, y al poco estaba rogándole que la follara, casi sin habla, y por fin él la complació, y cuando la penetró Hope pensó que el placer iba a partirla en dos. Como tampoco las reflexiones sobre el sexo que se hacen algunos de sus personajes: ¿Y por qué para ti respetar a una mujer y follártela son mutuamente excluyentes? La lucha constante entre puritanismo y permisividad.
Hay crítica social, especialmente contra el trumpismo, que se agradece: Mosses escrolea por los resultados del motor de búsqueda y valida su sospechas de que Vacca Vale no es más que otro churrete estadounidense, una de esas ciudades desechables, caducadas, responsables de las victorias electorales de demagogos que reduce en el país a basura incendiada. Y contra la plaga de las redes sociales, lo que está muy bien teniendo en cuenta que en La conejera hay emoticones, literatura de móvil y otras moderneces: Sinceramente, en ese sentido, las redes sociales se parecen un montón a la Iglesia de la Cienciología. O a QAnon. O a Charles Manson; por si fuera poco, lo de convertir en armas la soledad de la gente, convencer a cada usuario de que es una celebridad menor, te obliga a comisarias una muestra chispeante y artificial de tus mejores experiencias, exige una actuación social sin tregua que poco tiene que ver con tu vida interior, intensifica tu narcisismo, multiplica tus ansiedades, estrecha tu visión del mundo.
Hay en el texto alguna que otra declaración de principios que podría extrapolarse a la misma autora: Vamos a invadirnos con toda nuestra nada, dicen las fábricas, porque es lo único que nos queda. Una confesión de que La conejera (ah, sí, al final matan a unos conejos) es la nada más absoluta. Tess Gunty es tan buena escritora —Una cara sin gritos, sin cumpleaños, sin peces naranjas, y chistes, sin vuelos. Cuesta imaginar a un hombre así disfrutando de las pequeñas cosas, de una mecedora, por ejemplo.—como pésima novelista. ¿Los premios? Todo a la vez y en todas partes, película que tiene bastante que ver con La conejera, se llevó los Oscar del año pasado y para un servidor es una película sencillamente infumable. ¿Novela La conejera? Para mí un ejercicio académico de fin de curso de estilos literarios, una dodecafonía literaria.