«Los endemoniados» de Mattias Köping: pedofilia, incesto, tortura y asesinatos en la Francia de hoy
Horacio Otheguy Riveira.
Dominación total de cuerpos de niñas a partir de 12 a 15 años —quizás 16, «cuando estamos a punto de ser viejas»— para regocijo de gran diversidad de hombres, muchos de ellos padres de familia, lo mismo leñadores que alcaldes, jueces o jefes de policía. Las drogan y ellas mismas permiten toda clase de violencias con tal de volver a recibir el preciado veneno.
Tal el marco de esta novela que transcurre en una pequeña ciudad de provincias plagada de vicios, codicia y ambiciones políticas. Un libro que no se priva de nada a la hora de exhibir situaciones descarnadas desde las primeras líneas:
«Todos gritan a coro:
—¡Cumpleaños feliz, perra! ¡Cumpleaños feliz, zorra! ¡Cumpleaños feliz, puta! ¡Cumpleaños feliz!
La rodean en pelotas, partiéndose el culo de risa. Allí están todos junto a su padre y su tío… Ella está a cuatro patas en medio de la manada, frágil y desnuda, deshecha en sollozos. su padre la sujeta por el pelo. Se llama Kimy. Esa noche cumple quince años».
Con muchas situaciones que se suponen propias de criminales de bajos fondos, los morbosos señoritos se dejan comandar por un tipo enriquecido con la prostitución y el narcotráfico. También él necesitado de grandes dosis de coca. Pero la historia cuenta con su hija, una muchacha que, contra todo pronóstico, se convierte en un personaje fuera de molde, y gracias a ello la novela se desarrolla a través de una vertiente que evita concentrarse en los distintos grados de violencia, pues se introduce en una relación insólita en la vida de la joven, donde predomina la ternura y los libros: una afición literaria gobernada por cuentos de Maupassant, que le abrirá nueva fortaleza… Aprovechará muy bien su profunda rabia; su dureza va admitiendo otras emociones a través de las cuales la venganza sobre los hombres-bestias le permitirá entrar de lleno en una trama de vertiginosa aventura.
«[…] ya había probado a Alizée. La había esposado antes de violarla por todos lados. Por unas cervezas y dos miserables canutos la niña se dejaba hacer de todo. ¿Qué no haría por éxtasis o algo de coca? Con la otra, Anastasia, todo lo que tenía que hacer era ponerle algo de dinero delante de la nariz para que se pusiera manos a la obra… Por el momento, Waldberg y su esposa mantenían a la pequeña Marie en secreto. Muerto de risa le habían contado al Oso cómo la habían disfrazado de Primera Comunión con su velito, su vela, el rosario y toda la parafernalia religiosa. Luego, tras la violación, la habían golpeado como a una bola de harina…»
*** *** ***
«[…] Kimy se sentó en el ordenador y conectó el disco de memoria externa:
—Te lo diré en dos palabras: mi padre filma a todos los cabrones que se tiran a las chicas. Lleva años haciéndolo. He sacado los archivos de su ordenata. Se les reconoce a todos. ¿Vas a querer verlo?
Henri asintió como un sonámbulo.
Los vídeos lo espabilaron violentamente. Apartó la mirada cuando Kimy abrió un vídeo en el que ella misma era la niña abusada. Sintió una puñalada en el corazón.
—Por favor, Kim, tú no…
—Como quieras… ¿Y ahora me crees? Cerró el archivo.
—Con estas películas hay suficiente para que caigan todos. Dime, ¿me ayudarás?…»
Esta situación se produce por la mitad del libro. Punto de partida de un nuevo ciclo en el que la brutalidad y el negocio de la trata presentará más áreas peligrosas. El autor domina gran capacidad de síntesis y hace un buen uso de testimonios reales dentro de una progresión ficcional que no da respiro.
Kimy y su insólito amigo Henri, profesor de literatura capitanearán una trepidante trama llena de sorpresas. Se les sigue con interés hasta un final por demás impactante.