“El Libro de las siete puertas”, de Yves Namur
La espera ante el umbral de los límites.
Por Ana Isabel Alvea Sánchez.
Publicado originalmente en 1994, El libro de las siete puertas de Yves Namur -médico y poeta belga- se ha editado por la Fundación Ortega Muñoz en 2023 en edición bilingüe de francés y castellano, traducido por la poeta Emilia Oliva García. La hermosa portada del poemario es de Ortega Muñoz. La colección está dirigida por Jordi Doce Chambrelan y Álvaro Valverde. A su autor le concedieron por este libro el premio Jean-Malrieu.
El revelador prefacio de Oliva García nos ilumina la ruta trazada entre los poemas, ese moverse en el límite del decir, al borde de un lenguaje despojado, esencial, elemental y material que nos ofrece una poesía de belleza enigmática, llena de sugerencia y misterio, cuyo significado reverbera dentro del lector, oscilando en el péndulo de los contrarios, profundizando y matizándose el pensamiento en el ejercicio de las variaciones que realiza en sus poemas -en los que predomina la estructura sintáctica del paralelismo- con el fin de “Atravesar la apariencia del ser para alcanzar la revelación del ser: desvelar lo oculto, ese misterio que alumbra en todo lo que existe y que le da sentido”, como bien nos dice Emilia. Búsqueda, desconcierto, revelación, epifanía, lirismo ante ese muro de los límites que intentamos atravesar.
Su poesía nos plantea cómo habitamos las preguntas universales, cuyas respuestas no parece que estén en nuestra mano alcanzar, viviendo en una absoluta incertidumbre, donde no hay nada asentado ni seguro y todo el camino nos parece un desierto; pero no desistimos de nuestra constante búsqueda.
Su traductora nos aclara que este poemario consiste en un viaje por la existencia a través de la muerte, el otro, las palabras, lo impronunciable, lo imposible, la desaparición y la luz. Estos son los apartados en los que se estructura el libro. El libro enlaza sus diferentes partes por el hilo común de la mirada, en el hombre y en el artista, otorgando unidad y coherencia. El poema se anuncia, como nos indica la cita de Edmond Jabés que abre el texto: “La mirada no es el saber, sino la puerta. / Ver, es abrir una puerta.” Tal vez nos quedemos siempre en el umbral y este sea el lugar del que nace el poema, pero nunca logramos adentrarnos en lo desconocido.
Una poesía reflexiva y trascendental que se expresa de un modo minimalista con la intención de acercarse al misterio, plantearse los temas palpitantes y eternos de nuestro vivir, en torno al lenguaje y la escritura, a la poesía, queriendo alcanzar lo profundo, el saber, la luz.
Empieza con el tema del Otro, se presenta como el otro que hay en sí mismo, pues siempre “Ye est un Autre” que nos embarga de cierta extrañeza, ese otro que somos y que ronda a la muerte acechante -una idea muy existencialista- y que llevamos dentro, la arrastramos desde el origen. Percibe la muerte como un límite, un círculo no revelado. Persigue la Unidad referida por Heráclito: Lo que nos separa consiste en pocas palabras / y consiste en pocas cosas. Y el poeta, en constante búsqueda de la transparencia, la alcanza cuando le llega un nombre, ese lenguaje donde esté el canto inaudible; pero ¿acaso no está la escritura nombrando siempre la muerte? La muerte, su significado, el canto que se alza de él, el origen de todos los comienzos, estos son los tanteos de su primera parte, La puerta de la Muerte.
En La puerta de la Travesía nos describe la vida -y la escritura tal vez- como un trayecto de árida soledad en el que todo desconocemos y nada podemos comprender. ¿Cuánto tiempo es preciso para conocer la luz? Largo e inquietante resulta el recorrido hacia lo profundo y el nombre profundo de las cosas. Un sendero de palabras hacia las cosas y el mundo. Sin embargo, el camino hacia nuestro propio interior no puede realizarse siguiendo las huellas, tal vez solo quien se mire dentro se encuentre. Buscar el canto del origen en el vacío y la muerte. ¿Seremos capaces de oírlo?
Ese otro que llevamos y ese deseo de ser también lo otro, lo lejano, está pendiente de lo que no puede ser dicho ni franqueado. No podemos llegar a conocer nuestra propia identidad. En La puerta del Otro impera la extrañeza e incomprensión. “Y no veo nada de las cosas que nos rodean / a uno y otro.” Como indica un aforismo Florencio Luque Alfonso: Mi doble tampoco me conoce.
En su cuarta parte, La puerta de las Palabras y de lo Impronunciable, se recogen reflexiones sobre el lenguaje y la imposibilidad de este para aprehender la realidad. La palabra siempre crea distancias con lo nombrado, separa el nombre de aquello que nombra, y en todo momento nos topamos con lo impronunciable. Está en lo profundo de nosotros. La palabra es hueco, vacío, ausencia. El escritor crea un tiempo infinito, sin embargo, pues la escritura otorga eternidad a todo lo que no podemos decir: Somos el tiempo infinitamente repetido / de lo que no puede ser dicho, / de lo que no podemos decir. Será en el silencio donde esté lo inmenso y la palabra dada, que es un canto de la nada, el nombre de lo impronunciable, en un continuo nacer y renacer. En la escucha y en el silencio la poesía se anuncia. Como decía José Ángel Valente, la poesía es un prolongado acto de escucha y anida en el silencio. Para Namur es el lugar donde nacen las palabras que nos aproximan sólo a las apariencias.
Todos anhelamos coger con nuestras manos lo imposible, lo esperamos, nos atraen sus fugaces destellos como rayos de sol. Tal vez esté a nuestro alrededor, cuando calla en silencio lo posible, el imposible conocimiento, la imposibilidad de pronunciar, lo imposible del poema. En esta cima nace el deseo, el canto, lo Único, y mira infinitamente al Ser, viene a decirnos en La puerta de lo Imposible.
Se plantea en La puerta de la Desaparición cómo el tiempo todo lo borra y lleva de su mano la desaparición, esta brota desde nuestro propio origen, nos muestra el Manantial de las cosas que no vemos y se convierte en poema que abriga la nada, aquello que el poema nombra.
En su última puerta, La puerta de la Luz, el autor la halla en la oscuridad, en la lejanía, pues son más visibles las cosas siempre cuando nos alejamos, y allí Permaneces en el indicio del poema siempre inacabado. La luz será un estrecho pasaje entre las cosas. Nuestro despertar estará en lo lejano que no se oye. En lo profundo de la luz nacerá la ignorancia y la duda.
El poeta se encamina en la carencia y en el vacío hacia el poema, en la espera siempre, y solo le llega un eco de la luz, y una vez pronunciado, vuelve al territorio de lo impronunciable, dejando solo un vacío.
Una poesía de pensamiento, de extrema condensación e intensidad, en la que se repite una serie de vocablos o símbolos, y que ronda la idea de nuestros límites, de lo indecible, lo imposible de conocer y pronunciar, la muerte, y acierta a expresarlo con belleza, nos hace tomar conciencia de la crisis del lenguaje y del conocimiento; sin embargo, no por ello dejamos de escribir, tal vez a pesar de todo, podamos dar pequeños pasos, como decía T.S. Eliot: “Además de placer, la poesía proporciona la comunicación de una experiencia nueva, o de una expresión renovada de lo familiar, o la expresión de algo que hemos experimentado y para lo cual carecemos de palabras, que nos amplía la conciencia y nos refina la sensibilidad”. Y esto mismo logra Yves Namur con su poesía esencial, hace temblar al lector, lo despierta.
El libro de las siete puertas
Yves Namur
Edición bilingüe
Traducción y prefacio: Emilia Oliva García
Fundación Ortega Muñoz, Badajoz, 2023
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