Sanzol reinventa “Bernarda Alba” sin cambiar una palabra
Horacio Otheguy Riveira.
Mi primera reacción fue “Uff, otra versión” —en mi caso, séptima, incluida la película de Camus—. Ya puestos, todo fue seducción, con diálogos que no repetían nada conocido, que escuchaba como si fuera la primera vez, como siempre que ocurre con los clásicos, aunque en este caso, entre demasiadas lecturas y visionados prometía llover sobre mojado.
Dice Sanzol que se dejó guiar por una conversación con su octogenaria madre acerca de la sexualidad de las mujeres en los duros tiempos vividos desde que Federico articuló esta obra. Y a partir de esa intimidad madre-hijo en torno a temas sacrosantos, tan reprimidos en nuestra historia, y aún en países ferozmente represivos, brota, libre y gozoso, el tan personal Sanzol autor-director de muchas historias de familia, porque lo más grande, imaginativo, emocionante de esta puesta en escena de La casa de Bernarda Alba es la intimidad que flota en el aire, comunicándose con soberana tranquilidad con la que dirigiera Calixto Bieito hace 25 años con el debut de María Jesús Valdés y Julieta Serrano —como Bernarda y Poncia— y una trapecista desnuda. La áspera, dura protagonista que ha de gobernar hijas y tierras cargada de prejuicios, víctima a su vez de reglas asfixiantes, se mostraba entonces con ahogos de sexualidad reprimida, tanto calor, tanto sudor bajo los pechos de la hasta entonces fría jefa de familia…
Aquella experiencia comunica con esta en cuanto la exhibición de otra mirada sobre la extraordinaria obra, pero esta vez se sustituye el esbelto desnudo de la mujer aérea-puro símbolo, por el fugaz de la abuela trastornada que ansía casarse para disfrutar la alegría del amor a la orilla del mar… Lo demás no hace falta subrayarlo, está en los ensueños susurrados y en los deseos gritados, también en el espacio, en la negra ropa y las piernas sueltas, y sobre todo en el despertar de madrugada con todas las “feas hijas” que tendrán difícil encontrar marido sin siquiera buena dote, vestidas con ropa de dormir blanca, de repente hermosas a nuestros ojos en sus pantalones cortos, sus ligeras camisetas; una intimidad que la Bernarda no censura para la nocturnidad de su sueño, y que se ofrece al público como si fueran niñas tan atrevidas como ingenuas, blancas criaturas cuya sexualidad será capaz de las peores consecuencias en torno a Pepe el Romano, un tipo que nunca se ve, un personaje ausente que monta a caballo, portador de una belleza viril que busca hembras como presas en la noche.
Cuanto ocurre en el María Guerrero consolida una mirada nueva en tres actos bien delimitados a golpe de telón. Y muchas son las escenas que conmueven con una escenografía que va de la claustrofobia a una ruptura jamás imaginada, con detalles sutiles dentro de un marco realista en el sonido del mundo exterior donde ladridos y caballos forman parte de una corte de cotidianos quehaceres, acompañantes del drama terrible de ahogar impulsos a golpe de prohibiciones. Y tras tantos elementos en juego, todos admirables, ver llorar a la feroz madrísima corona de gloria un espectáculo en el que no hay emoción de años 30 venida aquí a golpes de ruidos extemporáneos: todo es Lorca, aquel último y este de ahora, el pasado y el futuro de un mensaje atemporal, de Federico García camino de su propia muerte, con este morir de ficción como válvula de escape, como gesto mayúsculo de una desesperación que no encuentra salida, y a la vez resulta capaz de forjar una nueva obra de arte.
El reparto “ejecuta” sus personajes como muy amadas criaturas. El desamparo y fortaleza, el odio y la búsqueda desesperada de amor se distribuyen con minucioso espíritu coral, e injusto me parece destacar a unas sobre otras, donde protagonistas y secundarias aportan una medida musicalidad actoral que se agradece profundamente porque hacen posible que La casa de Bernarda Alba resucite como si nunca antes hubiera estado aquí.
Texto Federico García Lorca
Dirección Alfredo Sanzol
Reparto por orden alfabético
Ester Bellver (María Josefa), Eva Carrera (Amelia), Ana Cerdeiriña (Mujer 2), Ane Gabarain (La Poncia), Claudia Galán (Adela), Belén Landaluce (Magdalena), Patricia López Arnaiz (Angustias), Chupi Llorente (Mujer 1), Lola Manzano (Mujer 3), Inma Nieto (Criada), Celia Parrilla (Mujer 4), Sara Robisco (Martirio), Isabel Rodes (Prudencia/Mendiga), Ana Wagener (Bernarda) y Paula Womez (Muchacha)
Voces actores: Elías González, Javier Lago, Jaime López, Daniel Llull, Carlos Serrano y Jaime Soler
Escenografía Blanca Añón
Iluminación Pedro Yagüe
Vestuario Vanessa Actif
Música Fernando Velázquez
Sonido Sandra Vicente y Pilar Calvo
Movimiento Amaya Galeote
Caracterización Chema Noci
Ayudante de dirección Beatriz Jaén
Ayudante de escenografía Cristina Hermida
Ayudante de iluminación Eduardo Berja
Ayudante de vestuario Sandra Espinosa
Ayudante de movimiento José Luis Sendarrubias
Realización de escenografía Espacio Odeón, Gerriets, VNG led y Moquetas Roldán Telón de encaje: Sfumato
Fotografía y tráiler Bárbara Sánchez Palomero
Diseño de cartel Equipo SOPA
Producción Centro Dramático Nacional
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