“El automóvil Club de Egipto” magnífica novela de Al-Aswany durante la última etapa británica
Horacio Otheguy Riveira.
El Egipto actual en una literatura fluida, por donde circulan personajes históricos con la comodidad de andar por casa, es decir con una libertad que el rigor institucional no permite. Una sociedad con prejuicios y conflictos diferentes a los nuestros, pero muy alejada de la parafernalia —propia y hollywoodiense— mítica de su historia. Aquí y ahora, como Naguib Mahfuz (la figura más representativa en Occidente, primer escritor en lengua árabe ganador del Premio Nobel en 1988), sus hombres y mujeres luchan por ser ellos mismos en una búsqueda al margen del rigor socio-religioso imperante.
Alaa Al-Aswany (El Cairo, 1957), miembro de una familia amante de la literatura, el joven Aswany asistió al Liceo Francés en El Cairo y se graduó (1980) en odontología en la Universidad de la misma ciudad. Recibió una maestría en odontología de la Universidad de Illinois en Chicago, que terminó en sólo 11 meses. Más allá del tiempo y el espacio, ya con una sólida carrera literaria con asuntos contemporáneos ligados a su propia experiencia, lo que ahora nos ocupa es una novela fabulosa cuyo mayor acierto radica en el fresco histórico que presenta, a través de personajes de alcurnia bien agitados por gente de otras clases, nunca gente corriente, ya que El Automóvil Club de Egipto enamora con la densidad y riqueza de matices de todos sus personajes a lo largo de más de 500 páginas que se leen participando activamente de sus conflictos y ansiedades, tan nuestros como si deambuláramos por sus calles…
Ya desde el comienzo invita a seguirle sin demora…
«1. La novela comenzaba cuando un hombre Karla Benz se unió en matrimonio a una mujer llamada Bertha. En la única foto de que disponemos de él, Karl Benz parece un hombre algo enigmático, distraído y aparentemente poco atento a los detalles de la vida cotidiana, hasta el punto que olvidó abrocharse los botones de su levita al posar ante la cámara.
Su rostro refleja una profunda tristeza, un arraigado desasosiego producto de una infancia amarga. Su padre, maquinista, murió en un terrible accidente cuando él apenas tenía dos años, y su pobre madre tuvo que luchar con denuedo para poder proporcionarle una buena educación. Karl se vio obligado a trabajar desde muy joven para ayudar a su madre a mantener a sus hermanos. Su mirada en la fotografía refleja una viva inteligencia y una firme voluntad, pero también transmite un arrobamiento borroso e indefinido, como si contemplara algo en la lejanía que solo él podía ver…»
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«—Odette, no te burles de mí. Es verdad que gozo de muchos privilegios en mi trabajo, pero si no fuera por eso, no podría soportar la vida en este país ni un solo día.
—No comprendo por qué los europeos vienen aquí a expoliar el país y chupar la sangre de los egipcios, si los desprecian tanto. Hablas como Winston Churchill, que consideraba la ocupación británica de Egipto como una obligación moral —exclamó Odette con amargura.
El rostro de Wright enrojeció de ira. Apoyó si espalda en el cabecero de la cama y encendió su pipa, completamente desnudo. Con voz enfadada, dijo:
—… estoy completamente de acuerdo con sir Churchill. Gran Bretaña, o cualquier país europeo civilizado, realizada un verdadero esfuerzo al enviar sus soldados a países retrasados como Egipto o la India. No sé hasta cuándo los británicos seguirán considerando que es su obligación extender la civilización entre los pueblos salvajes.
—Me molesta de verdad que un hombre noble como tú se autoengañe de ese modo. Los británicos están saqueando y expoliando la riqueza de Egipto. Esa es la realidad. Los británicos son unos ladrones. Unos salteadores de caminos con todas las letras.
—¿Vas a negar que la ocupación británica ha impulsado la modernización de Egipto?
—Cualquier modernización impuesta por la ocupación solo tiene como fin facilitar el saqueo…»
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El último rey de Egipto Faruq I murió el 18 de marzo de 1965, tras una opípara cena en un restaurante romano. Había cumplido 45 años y llevaba 13 en un exilio dorado. Rey sin reino, Faruq aún era el “monarca corrupto y pendenciero” que aparece en El Automóvil Club de Egipto, fiel a sus prepotentes 140 kilos… [En la foto con una de sus hijas, la princesa Farial].
Una novela coral con una familia protagonista que cuenta con dos hijos que adquieren perfiles sensibles a lo largo de varias historias cruzadas. Ambientada a finales de los años cuarenta, desarrolla brillantemente un fresco del Egipto previo a la independencia real de los británicos, cuando los egipcios eran siervos en su propio país y el miedo imperaba sobre cualquier intento de justicia.
Un reino corrupto donde un monarca títere dominado por sus pasiones –la comida, el juego, los coches de lujo y las mujeres– regala cargos y prebendas a la elite que cada noche se deja ganar al póquer en el Automóvil Club, en partidas que solo terminan cuando su majestad bosteza.