Rosalía de Castro en Tel Aviv
Por Antonio Costa Gómez.
Estábamos en la antigua estación de tren de Tel Aviv, ahora hay allí un grupo de tiendas y bares, y es un lugar muy animado y sugerente. Era el anochecer y las figuras se veían vibrantes y atractivas, uno no se fijaba si eran israelíes o palestinas. Poco antes habíamos estado en la playa y las siluetas se dibujaban contra el mar, misterios vivos sin mostrar su raza.
En Jerusalén pasábamos de los barrios judíos a los musulmanes por las callejuelas pulidas en penumbra y tampoco se separaban rígidamente las siluetas. Estuvimos en un bar árabe muy conocido y tomábamos cerveza como sombras. Contratamos a un taxista palestino que nos llevó a Belén, una ciudad palestina, y a Jericó, la ciudad más antigua del mundo, donde se inventó la escalera. En la penumbra poco agresiva todos tenían algo en común, resultaban similares, Sin ser iguales, ni falta que hace.
Recordé el poema de Rosalía de Castro, “Campanas de Bastabales”: “Cuando os oigo tocar /me muero de saudades”. Esas campanas eran como las llamadas del muecín que oíamos en Estambul. O como las lecturas oscuras del Talmud que escuchamos en una sinagoga en Safed cerca del lago Tiberíades.
Y también el poema “Negra sombra”. Rosalía está en la claridad pero la persigue la sombra. La sombra es la saudade, es lo desconocido. Es la nostalgia de todo lo que es ella misma. Y todo lo que es la vida entera, sin cuadriculaciones. Y en la sombra todos se comprenden un poco, incluso de culturas enemigas. En la sombra todos son figuras enigmáticas.
Como cuando Robert Frost en Vermont ve un camino amarillo que se bifurca en dos direcciones. Y lamenta no poder seguir las dos direcciones. Si sigue una lamenta no haber seguido la otra. Del mismo modo, Pessoa cuando va por la carretera de Sintra siente nostalgia de Lisboa. Y si va por Lisboa siente nostalgia de la carretera de Sintra. La vida es esa contradicción, esa plenitud imposible. Como insinúa la mística de Jakob Böhme. Y como insinúa Rosalía de Castro con su saudade desgarrada.
Y en aquel atardecer en sombra y misterio yo sentía: Por qué no pueden integrarse todos. Por qué no puede alcanzarse eso imposible y recomendable. Todos tienen sus razones. Todos defienden su vida y su personalidad. Por qué no consiguen una paz apasionada, un acuerdo asombroso y vivo. Todo en esa saudade de que hablaba Rosalía de Castro. En esa sombra que la perseguía y en la cual podría integrarse todo. Esa sombra que era ella misma y era el completarse imposible de la vida.
Carl Gustav Jung habló de la Psicología de la Compensación. Si haces demasiado una cosa sueñas con la contraria. Y viceversa. Porque somos una contradicción y una paradoja. Como decía también Balzac en “Serafita”. Los contrarios tienen que complementarse en el Anochecer de Noruega.
También en Palestina cada uno puede ser el sueño del otro. Se podrían complementar todos. Todos tienen sus razones. Y es lo que sentía Rosalía de Castro en “Campanas de Bastabales”. Ese poema que estudiaron filósofos y compararon con la Senshucth, el ansia de plenitud de los poetas románticos alemanes. Y en su “Negra Sombra”
Estábamos en la antigua estación de tren y yo que soy de Lugo llevaba el anochecer de Lugo a Tel Aviv. Me acordé de la novela Una historia de amor y oscuridad de Amos Oz. Habla del amor a su madre, en la oscuridad de lo que no se dice pero se siente, y en la pasión profunda de lo que se sabe oscuramente. Lamenté que esa oscuridad no hiciera que otros judíos vieran a los árabes como seres de la misma especie, como humanos igual que ellos.
Se dice que los gallegos son indefinidos, no se sabe si suben o bajan en una escalera. Bendita indefinición en este mundo de definiciones metálicas y asesinas, de rigideces cegadoras. Defendí esa supuesta vaguedad. Y la saudade, por la que el gallego añora lo que está más allá de los límites, de los trazos implacables. Bendito anochecer gallego en Tel Aviv. Lo cual no significa que los gallegos no se maten unos a otros. Y en la guerra civil muchos fueron feroces también. Yo resalto lo que más me interesa.
Pero un poco de saudade gallega y de indefinición, pensé, no vendría mal en esta tierra. Un año antes iba a ir a Israel pero aquel verano saltaron montones de misiles de Hamas contra Tel Aviv, tuve miedo y me fui a Chipre. Pero aquel año me decidí y no pasó nada.
Y pensé en aquel anochecer gallego: por qué no pueden organizarse en paz ahora mismo, sin maximalismos ni rígidas reivindicaciones históricas. La Historia es un coñazo y un encierro, una sucesión de tiranías y de mentalidades estrechas. Si uno se remite a la Historia no acabará nunca. Por qué cada uno no cede un poco al otro y lo respeta, para organizar una paz. Todos en la oscuridad que deja ver mejor que los conceptos implacables del día. Mejor en la saudade gallega de Rosalía que en la Historia Implacable. Todos cerca tomando cerveza al anochecer en una antigua estación de tren. Con la “Negra Sombra” que es lo complementario de nosotros.