‘Montevideo’, de Enrique Vilas-Matas
JOSÉ LUIS MUÑOZ.
No parece agotarse nunca la fórmula literaria que mantiene Enrique Vila-Matas en sus últimas novelas, la de la autoficción en torno a la creación, la de indagar una y otra vez en los mecanismos literarios rechazando la narración tradicional en un deseo de reiventar la novela. Es algo que en Montevideo resulta recurrente y en lo que el protagonista, y autor, incide constantemente: Me convertí en un virtuoso de las narraciones en las que deliberadamente no se narra nada. ¿Es autocrítica esta confesión / constatación? Para nada. Vila-Matas ha encontrado una zona de confort literario y a ella sigue apegado.
Es Montevideo un cuaderno de bitácora que recorre el autor en una sucesión de viajes que le llevan a París, Cascais, Montevideo, Reikiavik, St. Gallen y Bogotá a cuento de conferencias y actividades literarias. Es como si el barcelonés rentabilizara sus viajes convirtiéndolos en piezas en donde ficción y narración libraran su particular batalla. La autorrepresentación, la no ficción, que tampoco existe porque cualquier versión narrativa de una historia real es siempre una forma de ficción, ya que desde el instante en que se ordena el mundo con palabras se modifica la naturaleza del mundo.
Hay menciones a sus inicios como escritor, cuando estuvo en París y conoció a Margarite Duras: En febrero del 74 viajé a París con la anacrónica intención de convertirme en un escritor de los años veinte, estilo generación perdida. Continuas son sus referencias al cine, teniendo en cuenta que Vila-Matas estuvo muchos años como colaborador en la revista Fotogramas en donde coló una falsa entrevista a Marlon Brando que hizo historia: De aquellos días que yo había pasado en Melilla jugando a sentirme Gary Cooper en “Marruecos”, de Von Stenberg, aunque me faltaba todo para serlo, para empezar Marlene Dietrich.
Abunda Vila-Matas en el carácter onanista de toda su literatura obviando al lector que, sin embargo, lo tiene y muy fiel, porque somos multitud los vilamatianos: Quedé fascinado por esa idea de dar la espalda al público y me cobijé en ella para justificar que mi segundo libro diera la espalda a todos y, por si no fuera suficiente, buscara la muerte del lector. Tiene recuerdos para sus amigos desaparecidos: Me persigue la muerte de Tabucchi, tanto que ahora recuerdo su viaje a Corvo, la isla más remota de las Azores. Y está presente, como no, el miedo al bloqueo literario: Pensé: ahora mismo debería ponerme en pie, es decir, elevarme y escribir al menos una línea, aunque fuera la primera frase de una carta; si no puedo dormir, al menos escribir algo sublime, por mucho que yo ya no escriba… Ironiza, porque siempre, en cada párrafo, se atisba un humor subterráneo solo detectable por sus más fieles lectores, sobre los maestros del género de terror: Y el tono en el que había formulado su pregunta aquel barcelonés en la estación de Austerlitz fue tan tenebroso que decidí transformarme en Lovecraft.
Es hacia el final de la novela, cuando esta se centra en la ciudad de Montevideo, cuando entran en tromba los elementos fantásticos y un Enrique Vila-Matas mitómano conecta con Julio Cortázar a través de una serie de puertas y hoteles misteriosos: Cuando hace unos años leí que Beatriz Sarlo señalaba a esa puerta condenada como el lugar exacto en el que irrumpía lo fantástico en el cuento de Cortázar, sentí que reforzaban mi interés por viajar algún día a Montevideo y situarme ante aquel lugar exacto. E indaga en los misterios que se ocultan tras las puertas cerradas, que son el paso a otra dimensión: Preguntaríamos qué cuarto era el que ocultaban aquella puerta condenada que, tapada por un armario, tenía interés en inspeccionar. Los fans de Roman Polanski establecemos una relación con La semilla del diablo y ese armario que tapona la puerta que comunica con los vecinos brujos. En este tramo de la novela se permite jugar con las palabras (en el sentido lúdico de la literatura Enrique Vila-Matas se emparenta con Julio Cortázar) y consigo mismo: ¿Estaba yo en el cuento? ¿Tenía esa impresión? Bueno, me dije, estoy en el cuarto. Y se deja cautivar por una atmósfera surreal e inquietante en donde reinan los fantasmas: Pero, al sentarme sobre mi cama, oí que en el cuarto en tinieblas caía un objeto, seguramente mínimo, que rodaba, tres interminables segundos, por el suelo. Si allí había alguien, no iba a poder dormir tranquilo. Y si no lo había, tampoco. Y todo eso, poniendo distancias literarias con respecto a Julio Cortázar: No era un fanático de Cortázar, aunque tampoco un detractor. A su pesar: No era para nada yo un experto en el escritor argentino, aunque en los últimos tiempos parecía vivir en la atmósfera de sus relatos.
Trata el barcelonés el tema de la ambigüedad, la percepción de la realidad, a través de sí mismo como personaje de su autoficción como conferenciante: Cuadrelli era como la personificación misma de la ambigüedad, ese componente tan básico, tan imprescindible, para quien quiera comprender cuál es uno de los principales rasgos del mundo, y más aún, como había ya dicho precisamente en mi conferencia, desde que la teoría cuántica cuestionada incluso lo que veíamos y lo que entendíamos por realidad.
Y tras ese periplo literario y geográfico del que sale con más dudas que certezas, vuelve a su ciudad: Al día siguiente, dejé Colombia, dejé Sant Gallen, dejé Rosenberg, dejé Frankfurt, dejé el Littré, dejé París, y hasta me dejé a mí mismo olvidado por alguna oscura zona de mi inmerecido infierno, y fui a Orly para tomar el vuelo a Barcelona. Una Ciudad Condal que puede ser observada como una fantasía lisérgica, a la que nuestro personaje regresa como zona de confort: La Avenida Diagonal es un paseo con árboles cuando en realidad, si tomas tu ácido, puedes ver que es un zoológico atiborrado de fieras y de cotorras con vida propia, todas sueltas, algunas subidas a las copas de los árboles.
Te has convertido en los últimos tiempos en un escritor al que las cosas le pasan de verdad. Ojalá comprendas que tu destino es el de un hombre que debería estar deseando elevarse, renacer, volver a ser. Te lo repito: elevarse. En tus manos está tu destino, la llave de la puerta nueva, se dice a sí mismo el autor de Bartleby y compañía. Toda una paradoja, porque Vila-Matas hace de la ligereza y la levedad literatura y sigue abduciendo a sus lectores a pesar de que sus libros (me resisto a llamarlos novelas) giran siempre sobre lo mismo, él y su relación con la escritura, y lo hace tan endemoniadamente bien que no importa que en sus 300 páginas no nos lleve a otra parte que no sea la gratificante de su literatura. Caso insólito, notorio y único el de Enrique Vila-Matas.