‘Lectura fácil’, de Cristina Morale

DANIEL GONZÁLEZ.

El contexto no es otro que la Barcelona inmediatamente anterior al procés, cuando Ada Colau acababa de entrar en la alcaldía, una Barcelona que no reniega ni de la CUP, ni de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, o lo que es lo mismo, una Barcelona actual, si bien muchas observadoras dicen que el conflicto que viven estas cuatro chicas con diversidad funcional o discapacidad intelectual parte de la muy anterior fecha de 2007.

Se trata de una novela radical, feminista y poderosa, que no reprime lo asqueroso de una realidad asquerosa y que parte de cómo este colectivo —también aparecen hombres como Ibrahim, a los que se suman las de las cuatro primas Patri, Nati, Marga y Ángels— pasa de ser denominado el de las «sunormales» oficiosas e institucionalizadas, que por orfandad recibían su pensión no contributiva, repartida por sus familiares o entre ellos, al de discapacitadas del 33 al 66% con piso tutelado por la Generalitat y, en concreto, por la psicóloga Laia y una trabajadora social sin escrúpulos —o con pocos— que pretenden someterlas al proceso judicial de esterilización de incapaces.

La novela es un mosaico de declaraciones ante una jueza, un fanzine elaborado en un Ateneo anarquista, un diario sobre unas sesiones supuestamente terapéuticas de danza y una novela escrita con la técnica de la lectura fácil, proveniente de esas programaciones ingenuas centradas en la persona. Y si en La verdad sobre el caso Savolta era todo para el esclarecimiento de un crimen, aquí lo es para desbaratar en clave realista tanto al macho neoliberal —ya iliberal— como a todo un sistema que lo sigue protegiendo en exceso. Una vez desmantelada esta verdad y bien comprendida por quién demanda esta atención, la novela podría considerarse gozosa en tanto hace vivir la sexualidad de estas cuatro primas, al menos desde la autenticidad de sus inconformistas voces.

«Podría decirse que el bastardismo es mi ideología, a pesar de que la acuñadora del concepto abomina del mismo por lo que tiene de vanguardia» nos dice Patri, que es una de las voces preponderantes. Las cuatro, como decíamos viven en un piso asistido de la ciudad del Raval al que llaman RUDI, si bien vienen de sendas instituciones o CRUDIS situadas en dos pueblos imaginarios llamados Somorrín y Arcuelamora. Por ello, nos damos cuenta de que ciertas partes de España están siendo igualmente vaciadas y que existen vivos aún dos tíos: Joaquín y José, con los que mantienen algún contacto.

Según la novelista Nati «en la lectura fácil tiene que parecer que las frases son hierba o montañas o edificios de una gran ciudad como los de las películas», en este sentido realidad y verdad son construcciones bien delimitadas. Existe también una crítica nada soterrada a la okupación sistémica que está empezando a poblar las calles, y que para nada justifica su presencia como personajes, por muy amparadas que se vean por la Constitución, la Declaración de Derechos Humanos o las leyes europeas al respecto. Todo ello deviene en un desánimo nada alegórico por el que se afirma que «el espíritu de superación es el espíritu de la mediocridad» y que «la fe en la espontaneidad suele dar pie a que reproduzcamos las relaciones de dominación de las que estamos contaminadas y de las que queremos huir» como bien dice Patri.

Ya en el fanzine se asegura: «No hacemos actos heroicos, sino que tendemos emboscadas, no actuamos para visibilizar la causa de nuestra opresión, queremos ser invisibles para que nuestras opresoras no puedan señalarnos».

A fin de cuentas, así es como Morales, que contó con el apoyo de las becas de escritura Montserrat Roig de Barcelona, y que obtuvo el distinguido Premio Herralde de novela 2018 de la editorial Anagrama, consigue reivindicar a través de lo humano, cuatro voces que buscan amparo en una sociedad que las ningunea, atrapa y las deja sin escapatoria ni lugar. Este microcosmo no es agradable, como ya la lúcida autora de Malas palabras nos hace ver, y en él se fuerza no solo a que el típico sálvese quien pueda predomine, sino a cuestionar y tratar de hacernos empatizar, por más repelús que nos dé.

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