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«El óxido de la luz», de Pablo Malmierca

ACONTECER EN EL INSTANTE

Por Luis Ramos De La Torre.

Si como decía el gran filósofo Spinoza en su Ëtica, II, XI: “Lo primero que constituye el ser actual del alma humana no es más que la idea de una cosa singular existente en acto”, en la reflexiones que van a aparecer en este ACONTECER EN EL INSTANTE, sobre un hecho poético concreto como es El óxido de la luz, de Pablo Malmierca, debemos estar y estamos obligados a dar cuenta, no sólo de forma poética y literaria sino necesariamente ética, de lo que en ello observamos, para poder caminar acompasados con las preocupaciones que en sus versos definen al autor; y más aún cuando se trata de un concepto como la luz que según aparece de forma contundente y clara en el Diccionario de símbolos de Juan-Eduardo Cirlot: “Es la manifestación de la moralidad, de la intelectualidad y de las siete virtudes”.

Conocer la obra de un poeta, bien por cercanía, bien por amistad, o simplemente por el placer de haber disfrutado de la génesis de sus versos, puede llevarnos a confundir la interpretación que hagamos de sus poemas o de la reflexión sobre ese libro concreto; por ello, es conveniente no dejarse influir por las apariencias y caminar lúcidamente hacia las claves de su hechura. En la reseña que también hiciéramos en en este mismo medio sobre Las Estremecidas, su libro anterior, y que titulábamos con uno de sus versos “AÚN QUEDAN VÁSTAGOS DE LUZ”, se intentaba dejar clara la presencia, la importancia y la existencia de la luz entre la herida, la oscuridad y la grieta que definen lo humano. De igual modo, y desde otro de su versos, contenido en el apartado EPÍLOGO, leíamos: “Existimos entre cuerpos heridos pese a la arrogancia del pasado”, en el que se marcaba la posibilidad de llegar al final del camino propuesto en torno a la consecución de una salvación moral, que vendría a ser a la postre un final de apertura y entrega desde aquella voz estremecida y aquel tacto estremecido necesarios hasta llegar a conseguir: “Dar un abrazo / como quien da la vida”.

Concluíamos, allí, que Las estremecidas, suponía un paso necesario para avanzar desde la palabra y el pensamiento, y caminar, a partir del estremecimiento y de la herida salvadora, hacia el análisis poético de otra de las preocupaciones de nuestro autor: la grieta personal y social, la herida y la confusión que a todos nos envuelve, nos provoca y nos acucia; y desde esa grieta poder buscar, como siempre ha pretendido el poeta, una salida en pos de la mejora. Esa salida, ese LUGAR, se nos aventuraba y proponía con la reflexión: “En la simetría de la grieta se rescatan las formas”, y por ahí, pensábamos, habría de continuar, como de hecho ha ocurrido, el viaje po-Ético de Pablo Malmierca.

Pues bien, estamos aquí ante su nueva propuesta poética, El óxido de la luz (Lastura, 2024) en la que además de recogerse las preocupaciones que hemos comentado más atrás, aparecerá ahora la necesidad de salida, el “yendo” continuo que va desde la presencia de la luz hacia un camino construido necesariamente entre aquellos “vástagos de luz”, y la búsqueda o la presencia esencial de la oscuridad reveladora, pero entendiendo, y sin olvidar con Hegel, que: “el concepto de luz puede determinarse a priori como la idealidad de la materia, a diferencia de la gravedad, la cual representa la realidad de la materia; es el “poder de ocupación espacial” y “la actualidad como posibilidad transparente”. Por medio de la luz se hace vivible lo que hay”. Esta búsqueda o concreción de ese “poder de ocupación espacial” hegeliano, de ese lugar transformado en acto, es el camino que se plantea nuestro poeta en este libro necesario.

Camino que, como veremos, quiere resolverse y sentirse no sólo desde lo personal y lo cercano, sino desde lo social y comunitario necesitados siempre de un punto de vista común y solidario. Una marca clara de esto que venimos diciendo es la carencia casi total de aquellos posesivos continuos tan característicos en sus libros anteriores. Se trata pues de un libro de poemas con una preocupación continua por la decisión de conocer y analizarlo todo desde la preocupación por las cosas, por lo inmediato elevado a trascendente desde un punto de vista siempre ético y moral.

Antes de pasar a analizar alguna de las claves de este libro, conviene recordar que la luz de la que se hace mención aquí no es única y que, como iluminación del conocimiento (“En el desconocimiento / está la causa de la materia” escribirá en el poema “Separación”) siempre será interna y puede presentarse, según José Ferrater Mora de diferentes formas: “como la luz de la percepción sensible, como la referida a las religiones, la luz del arte mecánica, la luz de la filosofía racional, la luz de la filosofía natural o la luz de la filosofía moral.” Todas ellas, de alguna manera, y en diferentes momentos, son aludidas en el contenido conceptual de estos poemas.

Vemos así, que este libro aparece estructurado en forma de triada (bendito número 3) con un primer apartado encabezado por la reveladora frase, verso o aforismo: “Navegan los cielos del otoño en catafalcos de piedra” en la que la contundencia crítica sobre la solemnidad aparente nos abre el camino a una reflexión poética sobre el cuestionamiento de los valores éticos que vendrán después. La segunda parte, aparecerá encabezada con el pensamiento: “Regresar a la esdrújula luz de la noche” y afianzará el camino del poeta en la huida de esa “luz oxidada”, sobre la que poéticamente reflexiona en su búsqueda de una oscuridad acogedora y sin mácula. La tercera parte se nos muestra, casi a modo de conclusión reveladora, ofrecida y abierta al lector entregado, como habrán de ser la poesía y los poetas que nos avivan; será allí donde se observa la gran preocupación que mantiene Pablo Malmierca en este libro: la urgente y crucial: “Búsqueda incesante de la luz en la oscuridad” y que tiene que ver también con la necesidad que se marca en el título de nuestras reflexiones ACONTECER EN EL INSTANTE (“Todo es ahora, nada mañana,”, escribirá en el poema “Fracaso”).

Si como Sartre escribía en Situaciones I, 3: “Conocer es “estallarse hacia”, arrancarse a la húmeda intimidad gástrica para escaparse, más allá de uno mismo, hacia lo que no es uno mismo, irse allí, junto a un árbol y sin embargo fuera de él, pues se me escapa y me rechaza, y ya no puedo perderme en él, de igual forma que él no se puede diluir en mí: fuera de él, fuera de mí”; esa será aquí la búsqueda de ese lugar crucial donde encontrar la salida que se pretende ya desde los primeros versos de “Poema de amanecida”: “Todo recuerda / el ansia de seguir unos pasos”, o en los poemas siguientes donde conecta con sus preocupaciones anteriores sobre el estremecimiento o el tacto, en versos como: “Hay un momento / para la convergencia del tacto y el ocaso”; “Camina en el aleteo, / se estremece”; “El regreso se abre a cada amanecida”. Y esto ocurre porque en este libro va a seguir con sus preocupaciones de “nombrar”, sustantivo tras sustantivo siempre relevantes, al igual que los verbos continuos y las acciones claves que van definiendo reacciones necesarias para darle a la oscuridad y a las sombras el sentido y el contenido que merecen frente al excesivo deslumbramiento de la luz manipulada por los creadores (“cuervos”) de conciencia moral mal dirigida.

Estas preocupaciones recuerdan por su insistencia y relevancia aquellas reflexiones de Nietzsche en Ecce Homo, Por qué soy un destino, 8” cuando aclara que: “Todo lo que hasta ahora se llamó “verdad” ha sido reconocido como la forma más nociva, más pérfida, más subterránea de la mentira; el sagrado pretexto de “mejorar” a la humanidad, reconocida como el ardid para chupar la sangre a la vida misma para volverla anémica. Moral como vampirismo…”. Algo similar o al menos cercano a eso lo vemos en el poema “Vivir de la mentira” en el que aparece la referencia a conceptos contundentes y reconocibles en nuestra dañada cultura occidental como: monstruos culturales, dudas, ignorancia, culpa, desasosiego, lo siniestro, la pérdida de la verdad…; así leemos: “Crear monstruos / a nuestra imagen y semejanza, / […] / Vender pureza, / las dudas que corroen / son la seguridad del ignorante: / el vuelo de la mirada / […] / en la destrucción y la deriva / observar el pálpito de la mentira.”. Todos ellos, conceptos capaces de denunciar y demostrar el interés de los poderes culturales, políticos, religiosos, sociales y morales de cualquier escuela o facción, por reforzar los falsos brillos de una luz cada vez más “oxidada” entre los diferentes lugares falsos creados y recreados de los que no nos queda más remedio que nombrar y decir para no perdernos en la grieta y en la herida que generan sus verdades falsas o al menos cuestionables.

Para aclararnos aún más en los planteamientos que pretende Pablo Malmierca en El óxido de la luz, conviene que recordemos las palabras certeras del filósofo Spinoza cuando en su Tratado breve, II, XVI, expone que: “Conocer es un cerciorarse de la existencia y esencia de las cosas”, porque esta problemática que aparece entre sus versos quiere ser anunciada y denunciada en los versos de poemas como “Sed”, donde se reivindica la razón poética y la verdad frente a las mentiras creadoras de miedos y de ruinas ajenas y propias: “La miseria es confesar / la sed de luz, / cuando es la oscuridad / a la que imploran los deseos”. Pero siempre, y como se pretendía desde el principio del libro, hay un lugar, un camino, una salida posible a tanto deslumbramiento por los falsos brillos, y así aparecerá en poemas como “Ulular”: “Hay tantos caminos sin recorrer, / tantas espinas donde aposentarse, / un lugar sin habitar, / el ulular de las lechuzas.”

Conectando con lo que decíamos al principio sobre la influencia y la huella de los libros de poemas anteriores de Pablo Malmierca, y a pesar de los cambios actuales respecto del contexto poético o en su nueva forma de decir: carencia de posesivos, utilización de los reflexivos para objetivar los versos y otras situaciones, vemos que las claves para enfrentarse a los conceptos culturales de los que quiere huir, y que nos presenta como un lugar y una salida urgente y necesaria, serán de nuevo la voz, la mirada y, sobre todo el tacto aún estremecidos, ingredientes necesarios para sobreponerse a ello; porque no se puede callar más, no se deben silenciar estas rémoras conceptuales y hay que “decirlo”, como nos recuerda el querido filósofo y poeta zamorano Agustín García Calvo en su libro DE DIOS: “Pues entonces, “existe querrá decir algo como “está ahí” para que se diga de él alguna cosa”; así, la condición de existencia de una cosa consistirá en que pueda hablarse de ella; y existe, sencillamente, aquello de lo que se habla.”, y añadimos nosotros, sea esto lo que fuere.

Así, escribirá Malmierca en poemas como el ya citado “Sed”: “Sin saber qué somos / sólo las caricias consiguen emanciparnos de los barros que pisamos”; también en “Precipicios”: “En el tacto / el reducto de la felicidad pasajera. // En los ojos el fondo de un precipicio”, o la necesidad de ambos y de forma conclusiva en “Paternalismo”: “Nada es peor: / la ceguera en las yemas de los dedos”; o en el poema crucial “Repetición” que inicia la segunda parte del libro y que es donde aparece el título ACONTECER EN EL INSTANTE que le hemos dado a esta reseña: “La transversalidad del tacto: / el quejido de los capilares / al contacto con la yema de unos dedos. […] // Acompañan señales y signos / escarificados sobre la piel, / cicatrices del amanecer”. Cicatrices generadas por el exceso de brillos falsarios investidos de verdad acomodaticia por aquello que llama Malmierca “el lenguaje de los cuervos” constructores y generadores de ciertos valores sociales y culturales falsos y altamente peligrosos.

Por todo ello sucede en el recuerdo de esa amanecida inicial y la búsqueda de la oscuridad y las sombras conciliadoras en muchos poemas de esta segunda parte del libro donde se ensalzará ese lugar germen, esa oscuridad como en “Ingrávido”: “Dichosa la oscuridad / que se refleja en el rocío de la madrugada / […] / Buscar en la miseria de la oscuridad / un resquicio en el que aposentarse.”; también en poema “Huida”: “Falla la luz, / ceguera, / ver a través del murciélago que acompaña”; o en el poema “Aguijonean tus ojos”: “En la noche / las luces dejan su olor a fracaso / […] / En la noche / buscar el principio de la luz cegadora”. Porque de seguir así, en ese mundo de conceptos falsos o falseados sobre la luz como iluminación sesgada, ocurrirá lo que nuestro autor, -desde la oscuridad, desasido de toda certeza y aborreciendo toda creencia- indicará en el poema “Comprensión”: “Se acaban los lugares / […] / La vida se encamina hacia la nada”; y la única manera de que no ocurra, de que “todo no quede expuesto al amparo de la mentira”, además de la comprensión ética y poética de nuestra realidad, será de nuevo la recurrencia necesaria al tacto, según leemos en el poema “Mística”: “La luz muestra el contorno de los cuerpos, / sólo el tacto contempla / aquello oculto a la oscuridad”; y así, con esta recurrencia, terminará esta segunda parte crucial: “La resurrección de una caricia / nos devuelve la dicha / en la oquedad del silencio.”

Desde estos parámetros, desde la amanecida obtusa hacia el crepúsculo revelador transitan los versos de El óxido de la luz, de Pablo Malmierca: “Ausencia y pertenencia, amanecer y ocaso.”

El camino está abierto. Sean bienvenidos.

                                                                                    En Zamora, 4 de febrero 2024

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