Un homenaje al género más breve

 

Ricardo Álamo.- A Josep Pla le gustaba repetir que, a la hora de escribir, había que poner dentro de cada palabra una cosa. Con ello quería decir que las frases que se hicieran deberían de remitirse lo más exactamente posible a lo concreto, evitando lo abstruso y lo incomprensible, en aras de facilitarle al lector no sólo la claridad de pensamiento de quien escribe sino también de brindarle la posibilidad de acceder a un marco de representación del mundo bien definido. Así, en lugar de disparatar con conceptos, palabras o términos oscuros en enunciados y proposiciones profundamente abstractas, el escritor, para Pla, tendría que ser aquel que tiene que decir lo que hay que decir de la realidad con precisión y justeza. Digo todo esto porque el aforismo es un género que por su carácter breve, sentencioso o lacónico, se presta, en algunos casos, a ser usado como un experimento narrativo en el que, como en la evolución del arte figurativo clásico al arte abstracto contemporáneo, las formas que se pretenden representar a través del lenguaje ya no se corresponden claramente con los objetos de la realidad o estos no son reconocibles como partes del mundo real, y debe ser el lector quien interprete a su manera lo que no se sabe muy bien qué haya querido decir el aforista. Por eso, quizá, el subtítulo que lleva este libro (El trueno es cosa del lector) no sea ni mucho menos casual, sobre todo si nos detenemos en lo que concierne a uno de los seis autores que participan en él, Daniel Rivallo, quien, como bien se nos dice en su semblanza, «cultiva un aforismo híbrido, que incorpora neologismos y nuevas formas narrativas y ensayísticas pertenecientes a otras disciplinas». Esas disciplinas, aunque no se nos diga cuáles son, están básicamente relacionadas con la filosofía, con la música, con el cine, con la pintura, pero principalmente con la biología, con la física y con otras muchas más especialidades de la ciencia. Dado que en algunas de esas mismas disciplinas podemos encontrar un nutrido ramillete de ejemplos de enunciados sentenciosos —entre otros, «Pienso, luego existo», «E = mc² », «La suma de las masas de todos los reactivos que intervienen en una reacción, es igual a la suma de las masas de todos los productos que se obtienen», «El Arte es “yo”; la Ciencia es “nosotros”», «No basta con oír la música; además hay que verla» o «En un medio isótropo, el flujo de transferencia de calor por conducción es proporcional y de sentido contrario al gradiente de temperatura en esa dirección»—, la propuesta de Rivallo de hacer frases que incluyan nociones filosóficas o científicas no debería suponer ningún inconveniente a la hora de asumirlas como parte de nuestro legado cultural, pues no en vano, como pensaron los humanistas del Renacimiento o también los primeros filósofos, el saber es uno y sólo uno, aunque se pueda compartimentar en distintas materias. Lo que ya es otro cantar es que los aforismos de Rivallo, con su mezcolanza de nociones científicas entreveradas de neologismos, tengan visos de erigirse en verdaderos enunciados de naturaleza filosófica o científica, pues más parecen una broma o una humorada revestida de tintes pseudocientíficos que unas proposiciones cabalmente racionales y razonables.  Lean si no: «Que el cruasán, debido a su composición de masa de hojaldre fermentada en una hipérbole asintótica, pone en práctica la conocida función de Riemann (ζ) al calcular el valor del área bajo la curva que deja el mordisco de un molar», «Que el estilo es la ontología de la construcción del pensamiento, mientras se resiste al lixiviado de la forma», «Que la inconsutilidad del hilo es como el motor inmóvil de Aristóteles; que pespunta sin pespuntarse» o «Que en las arrugas de Beckett cabe La fenomenología del espíritu de Hegel». A tenor de estos ejemplos, no me parece descabellado pensar que en este tipo de aforística hay como una línea de continuidad con lo que Alan Sokal y Jean Bricmont denunciaron en su célebre libro Imposturas intelectuales, y que Gonzalo Menéndez Pidal resumió de manera impecable advirtiendo  que esa clase de textos «resultan, en el mejor de los casos, confusos y vacíos de sentido, [ya que] nunca parecen intentar comunicar algo concreto a los lectores. [Y] acaba uno sospechando que lo que se proponen es asombrar a sus públicos con una jerga incomprensible».

Por fortuna, en El aforista brinda el relámpago, que viene a ser una celebración de la publicación número cincuenta y uno de la colección de aforismos de la editorial La isla de Siltolá, hay otros cinco aforistas (Miguel Agudo Orozco, Jaime Fernández, Tomás Rodríguez Reyes, Benito Romero y Javier Sánchez Menéndez) cuyos aforismos se mueven dentro de los cánones más acrisolados del género, menudeando en todos ellos la ironía, las paradojas críticas, los juegos de palabras, los golpes de efecto, las definiciones sorprendentes o las reflexiones profundas sobre los temas más comunes, y puede que también más odiosos, como la muerte, la soledad, los totalitarismos políticos, la vejez, la mentira, la explotación, el lucro, etc., etc. De cada uno de estos seis autores se exponen cincuenta aforismos inéditos con los que se quiere homenajear al género y, de paso, servir como «bella introducción para todos aquellos que deseen adentrarse en este fascinante mundo de la literatura de la brevedad». Como no podría ser de otra forma, esta iniciativa de La Isla de Siltolá es bienvenida, y no nos podríamos dar por más satisfechos si, pasados unos años, nos encontrásemos con un nuevo libro que esa vez conmemorase sus cien publicaciones.

Mientras aguardamos la llegada de ese tiempo, aquí les dejo algunas muestras de lo que contiene este libro y que más caracteriza el estilo, el tono o la voz de sus autores:

«El pesimista ve la realidad miedo llena» (Miguel Agudo Orozco)

«Cuidado con la himnorancia» (Miguel Agudo Orozco)

«La soledad es no tener a quien contársela» (Jaime Fernández)

«Podemos abrigar las esperanzas que queramos. Lo que nos falta es el tiempo suficiente para seguir esperando» (Jaime Fernández)

«La música es el envés de la poesía; infinito sentido a la huella verbal de los humano» (Tomás Rodríguez Reyes)

«La ilusión de la falsedad que culmina en verdad es la literatura» (Tomás Rodríguez Reyes)

«Democracia: confortable hotel que aloja a pequeños dictadores» (Benito Romero)

«Pregunta: Cúter con el que abrimos la caja de los problemas» (Benito Romero)

«La muerte de un político es el inicio de nuestra salvación» (Javier Sánchez Menéndez)

«Perdemos la verdad cuando no la buscamos» (Javier Sánchez Menéndez)

 

 

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