«Vermin, la plaga», de Sebastien Vanicek
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Lleva años buena parte de la cinematografía gala centrándose en la banlieu con historias duras ambientadas en esos barrios de la marginalidad protagonizadas por quienes no tienen ocho apellidos franceses, así es que casi simultáneamente al estreno de Rodeo llega esta película no apta para aracnofóbicos, hasta el punto que podríamos hablar de un subgénero.
En un bloque de viviendas pobres a las afueras de París a un coleccionista de insectos y especies exóticas que sueña con montar un terrario, se le escapa una peligrosa especie de araña capturada en el desierto del Sahara (una de las escenas más impactantes, al inicio de la película, es su captura con consecuencias letales para uno de los cazadores). La araña burla su encierro, se reproduce y muta provocando el terror entre los vecinos del inmueble a los que la policía no deja salir para que no se descontrole la situación.
Hay en Vermin: la plaga un maridaje entre cine social (comunidad marginada, corrupción policial) y de monstruos que no acaba de cuajar. Sebastien Vanicek describe las tensiones entre el variopinto vecindario de ese bloque de viviendas del que prácticamente no sale la película y nos habla de la solidaridad necesaria para solventar una situación estresante como es esa plaga de arañas que tejen sus redes incansablemente y resultan ser fotofóbicas. El director modula bien la tensión de la película, que va in crescendo, dirige un buen elenco de actores desconocidos que interpretan sus papeles con naturalidad, se sirve de buenos efectos especiales y hasta hay algún conato de humor (la mujer de la limpieza oriental bien pertrechada con frontal e insecticidas que se enfrenta a la plaga) pero hacia el final de la película desbarra en ese enfrentamiento absurdo entre policías antidisturbios (que utilizan sus armas de fuego en vez de los más pertinentes lanzallamas) y arácnidos que han multiplicado por mil su tamaño. Eso sí, al espectador le pica el cuerpo todo el rato, así es que misión cumplida.