ColumnistasTierra de paso

Forma y Fondo

Quiero empezar matizando algo que dije la semana pasada. A pesar de existir un grupúsculo de lectores hijos de puta, en el sentido peyorativo del trío de palabras y no refiriéndome a aspectos biológicos, la mayor parte de los lectores (de ellos, o ellas, pues una gran mayoría son lectoras) son buena gente. Silenciosos, sí. Pero, como en la mayor parte de los aspectos de la vida, destaca más quien vocifera que quien actúa.

El domingo pasado fui a ver Matilda, El Musical. Me pareció una auténtica pasada. Destaco el trabajo de los niños, actores y actrices de primerísima categoría. Ya quisiera yo, en cualquier tiempo, en cualquier lugar. Una de las narrativas que desmonta es la de los gritos. Sin entrar en spoilers, los padres de Matilda, unos catetos de manual, dicen que leer (que la cultura en general) no sirve de ni para nada. Que ser un cultureta, amigos, es un bodrio. Saber poco, pero decirlo muy alto. ¡eso!

Qué santos cojones. No por ellos que, a fin de cuentas, al igual que en la mayoría de las obras de Roald Dahl, representan un desmesurado papel arquetípico que realza, por oposición, las virtudes del protagonista. No. Los cojones son los que se hinchan al poner la televisión, escrutar ese ambiente selvático llamado discoteca, o buscar tendencias en X/Twitter o TikTok. ¡Gritos, gritos, gritos como los de esos gusanos lectores que confunden letras con cucarachas!

Me ocurre con la escritura. Al abordar una historia, ¿cómo la enfoco? A veces está claro. La cabra y el monte, erre que erre, tira que te tira. Llevo unos meses peleándome con el segundo borrador de una novela muy larga y muy cántabra. El primero rondaba las 250mil palabras. Este espero que se quede en unas manejables 150 0 160; sí, a coste de dividir la novela original en una trilogía. Así puedo ser más pesado con los monólogos internos, la construcción de personajes… Ejercitar los aspectos literarios. Y convertir la idea original, a dos aguas entre la aventura con tintes fantásticos y el terror, en otra cosa. Secuenciar conflictos. Las tramas como los platos: de una en una.

Bien. Casi he llegado a las 120mil. La bomba ha explotado, y mis dos protagonistas están peleando por su vida antes de catapultar al lector a los hechos que inician el desenlace, derivados de los que viven el periodista y la pasiega en la posada, y se cierre el ciclo. Un ciclo. El primero de tres. Y va y me viene el diablillo con otra bomba: «Oye, majo. Acabas de volver a ver las primeras de Star Wars e Indiana Jones. ¿No crees que podrías adelgazar el libro, eliminar unos cuantos temas irrelevantes, y convertirlo en una novela de aventuras comercial?».

Qué cabrón. (Sí, hoy estoy especialmente deslenguado). Mi periodista es un experto boxeador, así que podría justificar una trama más dinámica, aunque surrealista. A fin de cuentas, hay elementos paranormales. Eso sacaría de la ecuación el 95% de la trama de investigación, documentación para un monográfico… Pero tendría lucecitas. Y me encantan las lucecitas. Amo las películas de aventuras donde los héroes, derivados de aquellos surgidos en las novelas decimonónicas, combinan el heroísmo físico con un cerebro científico. La evolución del caballero poeta, vaya.

La novela, tal y como la he planteado, es, a grandes rasgos, una novela de misterio con capítulos costumbristas. El horror está ahí, edulcorando los conflictos internos. Mi hija se quiere ir, me quedaré sola, la vecina esta, dirán lo otro. La religión, con diálogos profundos, de cierta complejidad. El paganismo. Semillas dispersas que germinarán en los dos libros que aún no he escrito (pero cuyo esquema se puede extraer del manuscrito original). Un mejunje menos sesudo vendería más. Hostias por todos los lados, comentarios inteligentes en los momentos precisos, y a seguir.

Pero ¿sería la misma obra?

Huele raro.

El enfoque, que define el estilo plasmado en la obra, marca la hoja de ruta. Se puede hablar de un mismo tema desde enfoques cuasiantagónicos (véase Star Wars y Dune, sin ir más lejos). A la hora de reescribir debía escoger uno de los ramales: la senda del misterio y el horror, o la de la aventura y el humor. Y escogí la primera. La segunda compartiría personajes, un alto porcentaje de escenarios, quizá desenlace… Y ya. Al leer, lo importante, es el camino. El página a página. Amar a esos personajes y querer seguir viviendo en su puñetero mundo aunque rebose arpías.

La escritura de una novela, o de un guion (para lo que sea: televisión, cine, videojuegos…) es un sendero asfaltado sobre posibles. El listado de desvíos es infinito. Forma y Fondo son hermanos del dúo estelar Decisiones y Consecuencias. Y, lo que para don Fulano de Tal es un error de cálculo estratosférico, para doña Mengana de Cual puede ser lo mejor que le ha pasado en años.

Hay quien no lo entiende. Hay quien no entiende nada. Hay quien, a pesar de atisbar el entendimiento, prefiere gritar, y gritar, y gritar desde su repugnante madriguera. Bien. Que griten. Nosotros escribiremos.

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