‘Nada que decir’, de Silvia Hidalgo
MYRIAM RIVAS.
“Nada que decir” es la novela ganadora de la pasada convocatoria del premio de novela de la editorial Tusquets. Bajo la pluma de la andaluza Silvia Hidalgo, “Nada que decir” narra la historia de una protagonista femenina que está divorciada con una niña pequeña y con un padre muerto. A priori, es la historia de una vida más, pero para todos los lectores, leer historias cotidianas y costumbristas sigue siendo un reclamo de lo más universal y es precisamente ese uno de sus encantos, la trama está llena de temas de rabiosa actualidad.
El libro se divide en varios capítulos cortos que tocan diferentes temáticas como la presión laboral para una mujer, la maternidad, el divorcio, todo ello bajo una crisis existencial que se transmite a través de un desasosiego y amargura que traspasan las páginas. La prosa es ágil y visceral, aparece con un ritmo apabullante lleno de imágenes, como si de un vómito emocional se tratase. Pudiera decirse que con un estilo que se separa de las novelas románticas que viran hacía la comedia. Silvia Hidalgo escribe con un tono duro, veraz y desde las entrañas. Sin lugar a duda, no deja indiferente. No posee un tono de “blockbuster” y no es apto para todos los públicos. Lleno de figuras lingüísticas e imágenes visuales gracias al uso de las palabras de la autora.
Silvia Hidalgo introduce en su libro, el concepto de “hombre tumor”. Este concepto pasará probablemente como un elemento muy original a la par que necesario en este siglo. El siglo de las aplicaciones para conocer gente, el catálogo de consumo de personas. La protagonista se verá reflexionando en su coche hacía dónde va su vida y cómo y cuándo va a encontrarse con un hombre que apenas sabe de la existencia de las normas de ortografía y aun sintiendo cierto recelo, miedo y repelús, la protagonista acude a la cita. El sexo furtivo, el sexo vacío o el sexo que única y exclusivamente es un encuentro carnal también es un elemento más en la novela. Porque escribir sobre lo prohibido y las pasiones más bajas, nunca pasa de moda.
Hay que destacar el capítulo dónde aparecen como dos páginas describiendo perfiles de gente en las aplicaciones de citas, es divertido a la par que realista. Asimismo, hay un claro apunte sobre el lenguaje que han creado el uso de las redes sociales, ese intercambio virtual de fotos dónde solo hay carne, lo que siente la protagonista, lo que debe inferir a través de silencios en chats vacíos de sentimientos.
Otros capítulos cómo “La que menos” dónde el personaje protagonista es denostado por ser mujer y las ambiciones laborales tan mal vistas todavía en este siglo, es digno para ser enmarcado.
Es por todo ello que “Nada que decir” tiene precisamente, mucho que decir, es una crítica mordaz y libre a la sociedad y los tiempos en los que vivimos. Es quizás un fiel reflejo de esas mujeres que han sufrido un divorcio, una custodia compartida y luchan por resurgir y reinventarse con lo puesto, con lo que han aprendido y con las rasgaduras de una vida pasada que ya no está. En la protagonista hay muchas mujeres, hay sororidad y hay una voz que clama que la vida no tiene por qué ser sufrimiento, ni convicciones sociales establecidas por leyes no escritas que han de ser seguidas a rajatabla.