«Manual de Anfitriones», de Sergio Artero
Por Noni Benegas.
En este Manual de Anfitriones, el poeta y dramaturgo Sergio Artero pone la mesa en verso para nosotros. Pero antes, dará a conocer en prosa los modos y medios en que va a disponer el banquete, y homenajeará a la musa que le instiló su amor por el arte de la buena mesa.
El “modo” será a la manera de Maimónides, el sabio medieval judío nacido en Córdoba. O sea, con alegorías y metáforas hablará de nuestra hambre y de nuestra sed a través del plato, el vaso, el cuchillo, el tenedor, la servilleta, el mantel, etc.
Y el “medio” por el cual lo hará, será la crónica gastronómica, inventada por el noble francés del siglo XVIII Grimaud de la Reyniére que, falto de dedos libres en las manos (los tenía unidos como un palmípedo: imposible, entonces, acariciar), privilegió los placeres de la mesa por encima de los de la cama. Es decir, los del paladar sobre los del tacto. Y lanzó el término “gastronomía” (del griego gastro: estómago, y nomía: leyes).
Y éste vínculo siempre tenso entre el estómago, que aspira a devorar, y el deseo, que quisiera devorar lo que ve, lo dice muy bien una cita de la filósofa Simone Weil al comienzo del libro: “La gran aflicción del hombre, que comienza con la infancia y lo acompaña hasta la muerte, es que mirar y comer son dos operaciones distintas. La eterna beatitud es un estado donde ver es comer”.
Y ahí está el niño Sergio viendo cocinar a su madre, secreta inspiración de este libro, que “con su comportamiento en los fogones decía todo”. Pero también formulaba perlas como estas: “Incluso comer crudo es una receta y una metafísica”.
O “La vida es eso, eso extraño que se come, para avivar el hambre…”
Así, el primer poema del libro, pone en escena el conflicto entre “ver” y “comer” a través del plato.
El plato es para nuestro autor una suerte de “plató”, como se llama en televisión al escenario acondicionado para la realización de programas, que puesto sobre la mesa se abre como “un claro en el bosque del deseo”, porque “nada huele en la mesa todavía cuando nada hay”. El plato es, así, “un puro deseo, antes del deseo”.
Y sigue con el reloj, que anuncia la hora de comer. Esa hora en que “a la mesa se va como los náufragos, adictos a su isla”, porque “el hambre es un océano que une a los ahogados”.
Y el vaso de vino, que es como el de agua, pero voltáico, pues produce una descarga eléctrica luminosa y calorífica.
O la servilleta: “cuya mancha es el sabor cuando se pinta, pues el alimento escribe…”
Siguiendo en la estela del decir de Maimónides, ese decir figurado que lo caracterizaba y lo obligó a despejar la perplejidad que ganaba a sus lectores en su célebre Guía, Sergio asocia el estómago con la lengua. “El sabor es un tránsito. Toda lengua, lenguaje, es nómada entre el hambre y la saciedad. Que no se acabe el eco, / perplejo todavía /que en lo gástrico canta /qué bosquejo de hambre /es todo hombre”
Y por último, el resumen de esta ofrenda “Tengo un plato caliente que ofrecer este invierno. /Oleré a garbanzos y verduras como único oráculo./ La sopera vierte un sol que va apagándose. /Yo, qué puedo ofrecer sino este humilde convite”.
Manual de Anfitriones
Sergio Artero
Colección Leteo, Ediciones Eolas
Madrid, 2022