“Muestrario”, de Pedro López Lara

Por Pedro García Cueto.

El poeta Pedro López Lara vuelve a sorprendernos en este nuevo libro, ya que lleva una producción muy intensa desde hace unos años; él mismo ha confesado que muchos de los poemas llevaban guardados y ahora han visto la luz. La prestigiosa editorial Huerga y Fierro publica este libro, donde los poemas expresan cierto desencanto vital, como si el poeta, anclado en la niñez, viera el mundo adulto con la melancolía de los que saben que el único territorio feliz fue la infancia.

El título del libro, Muestrario, explica muy bien esta muestra de poemas que expresan la rebelión del hombre ante la vida, la sorpresa que todo depara o la falta de ella, cuando nos enfrentamos a la rutina o la desolación del tiempo. En la primera parte, “Prefacio”, nos sorprende con un poema que se llama “Enloquecidas”:

Enloquecen las palabras, huyen. Consigo que vuelvan
al redil. Me quedo allí con ellas, quiero
apaciguarlas.
Pero no me conocen. Estoy lejos
de la casa, y en sus ojos veo
el brillo carmesí del desvarío.

Las palabras como el alter ego del poeta, que se sorprende al mirarlas, porque surgen como si él las llamara, para congregar la luz cenital del poema. Palabras que vuelan, palabras que se quedan, lenguaje que es altar, donde Pedro López Lara mira el mundo con escepticismo.

En “Vicisitudes y tiempos”, el poeta regresa a la infancia, el edén perdido, el espacio, como diría Francisco Brines, donde todo es dicha, porque es anterior al mundo adulto que deshará su esplendor. En el poema “Ya estaba allí”, nos dice: “Nos llamaban las madres: –Niño, la cena. / No nos importaba: mañana iba a ser otro día / en que jugar sin tasa al juego de la infancia / –con unas cartas que el croupier marcaba–”.

La vida que ya nos señala y nos pone en el juego de existir, de la inconsciencia del niño que es feliz al adulto que arrastra esa culpa secreta de su conciencia, de saberse marcado por la muerte futura. Y hay en el libro ese descenso hacia el aprendizaje, que no es sabiduría, sino desencanto, que no es la otredad, sino el desdoblamiento del ser. Como se afirma en el poema “Cruce de miradas”, uno se sorprende viéndose vivir, mirando en el espejo al hombre que siempre va con uno, como diría Antonio Machado.

Me detengo ahora en Amores, cuando se expresa el extrañamiento del otro ser, la persona que acompaña en el proceso vital, y en el poema “El letrero”:

Hoy no podrás dejarme;
mañana, sí. Y así,
cada día será fuga aplazada.
Leerás ese aviso al despertar,
y te irás poco a poco acostumbrando
a haberte ido mañana, a estar aquí.

Vivimos con alguien, pero estamos solos, nos vemos a nosotros, pero en nuestro espejo nada se refleja, hay una fantasmagoría en el libro, somos seres que se desvanecen, existen, pero dejan de hacerlo, al igual que las palabras, que vienen y van, como la marea. Todo el libro es un desvelamiento, un acercarse a un ser que se desdibuja, con el paso del tiempo, a un hombre ya herido por la vida.

En la sección “Poemas hostiles”, el hombre poeta se ve a sí mismo, como si hubiera existido, pero sin la seguridad de haberlo hecho. Cito “En pie”:

Recóbrate a ti mismo.
Haz un último esfuerzo,
no para erguirte, sino
para ponerte en pie
y confesar que fuiste.
Que aunque nada recuerdes
la acusación es cierta:
te encontrabas allí,
los conoces a todos,
intentaste vivir.

Y es en este poema donde se resume el libro, el intento de existir en un mundo que solo ofrece neblina, donde la infancia constataba nuestra presencia, un edén al que no volveremos, cargados con la culpa de la conciencia, que acumula desencantos. Por ello llevamos con nosotros la acusación, esa que nos hace visibles sin serlo, seres que se van disipando con el tiempo.

Ya en el último apartado, es inevitable citar “Puesta en libertad”, donde las palabras son espejos del ser humano, que se destroza a sí mismo:

Vinieron las palabras hasta mí
y me dijeron:
Estamos fatigadas.
Danos la muerte o bien absuélvenos.
Decidí entonces concederles
la libertad, manumitirlas.
Vi luego cómo
se destrozaban entre sí.

Punto final de ese espacio que es la vida, donde nuestro afán de crear a través del lenguaje es el deseo de permanecer, de existir, pero las palabras, como el protagonista de Niebla de Miguel de Unamuno, se rebelan al autor. Nada existe realmente, nosotros vivimos como espectros en el vacío insondable de nuestro conocimiento.

Gran libro, en suma, que demuestra la extraordinaria calidad de la poética de este autor que nos sorprende cada vez más, porque al mirarse no se ve y al decir no dice, envuelto en la eterna contradicción de nuestra frágil existencia.

 

MUESTRARIO

PEDRO LÓPEZ LARA

HUERGA Y FIERRO (Col. Graffiti), 2023

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *