Entrevista a José Manuel Martín Portales
Por Ana Isabel Alvea Sánchez.
El miércoles, 15 de noviembre del 2023 a las 19 horas, tuvimos un encuentro en el Taller de Poetas de la Casa del Libro ( C/ Velázquez n.º 8 de Sevilla) con el escritor cordobés José Manuel Martín Portales, quien tuvo el enorme detalle y amabilidad de venir para charlar con nosotros de poesía y de sus libros. Estuvo dos horas completas y agradecemos su paciencia, tiempo y esa puerta que nos abrió a otro modo de concebir la poesía y la existencia, os dejamos el resultado de aquella tarde.
¿Cómo y cuándo llegó a ti la poesía?
Sería difícil de precisar. No es algo que ocurra en un momento determinado, sino la intuición de que estás teniendo una experiencia que no sabes lo que es, que no puedes comparar con ninguna otra. Diría que es la manera en que experimenté la conciencia por primera vez: la primera vez que supe que no sabía, la primera vez que la vida se me mostró como un territorio desconocido y abierto. Esta manifestación misteriosa de la conciencia debe ser similar a lo que pudo sentir el primer hombre, si es que pudiéramos hablar así. Y ese sentirme ante lo abierto se produjo tras una experiencia dolorosa, de soledad profunda, que seguramente tuvo que ver con la muerte de mi padre, a los 12 años. La verdadera soledad radical se produce al nacer, sin duda, cuando sales del vientre de tu madre. Pero entonces no tienes conciencia de ello porque no podrías soportarlo. Yo creo que la aparición de la conciencia tiene que ver con la recuperación de esa experiencia radical del nacimiento a la vida, y para mí la experiencia poética tiene que ver con esa ‘conciencia de salida’, por decirlo así, es decir, con la conciencia de que la vida no es un término de llegada, el territorio donde te vas a instalar para sobrevivir, sino el territorio de la salida. Vivir es haber salido. Y esa experiencia primigenia es un misterio inabordable. Porque no sabemos de dónde ni hacia dónde.
Pero la vida es un fenómeno de la naturaleza…
Claro. De hecho puede ser estudiada por la ciencia. La vida, como hecho biológico, es un fenómeno natural que ha aparecido en el transcurso de la existencia del universo. Podemos admitir que por causas exclusivamente físico-químicas. Un fenómeno complejo, pero perfectamente asumible partiendo de la facticidad de lo existente. En un momento determinado se pusieron en marcha mecanismos que no dejan de desarrollarse atendiendo a pautas internas. El azar y la necesidad no son más que las dos caras de un mismo mecanismo de autorrealización de lo fáctico. Podemos entender que la vida aparece como un fenómeno más en ese proceso. Desde mi punto de vista, llamo racionalidad, en general, a la forma en que la vida ha conseguido desarrollarse, expandirse, diversificarse y evolucionar. Es decir, la racionalidad ha permitido la supervivencia: es una cualidad interna de la vida orientada a mantenerse y desarrollarse a sí misma. Una especie de lógica interna de autorrealización. No creo, por tanto, que el hombre sea el único animal racional, como decía la antropología clásica. Todos los seres vivos lo son. Pero el homo sapiens ha desarrollado un sistema nervioso específico que le ha dotado de órganos muy perfeccionados, que son los que le han permitido que la supervivencia de su especie no dependa de un nicho ecológico determinado, sino que pueda expandirse y colonizar de forma prácticamente ilimitada. Pero lo que me interesa pensar desde el punto de vista poético es que precisamente esa racionalidad superviviente ha interpretado desde el comienzo el sentido de la conciencia. Por lo tanto, pensamos que la conciencia es lo que la racionalidad nos ha dicho que es. Y ahí es donde comienza el problema de la experiencia poética tal como yo la entiendo.
¿Pero la conciencia no es una consecuencia de la racionalidad?
En absoluto. La racionalidad piensa la conciencia como un reflujo de sí misma, como un bucle de autoconocimiento, un espejo donde se mira, se reconoce y se autoafirma. Pero desde el punto de vista poético que yo mantengo, la conciencia es todo lo contrario. Después de miles y miles de años de vida biológica, de racionalidad superviviente, aparece en la especie homo sapiens una extraña experiencia de asombro y perplejidad ante la vida y la naturaleza, ante la muerte y el universo. Esa experiencia de asombro y extrañeza es el germen de la gran pregunta por el sentido, una pregunta que no tiene sentido en el orden de la vida biológica y mucho menos en el orden de un universo fáctico. La racionalidad, como digo, es un producto de la biología y se construye intentando resolver los problemas de la supervivencia; pero ocurre algo que no está previsto desde el punto de vista biológico y ese algo es la pregunta por el sentido. La aparición de la pregunta por el sentido es lo que yo entiendo como aparición de la conciencia, que será siempre una conciencia de no saber, una conciencia de que ha aparecido una pregunta sin respuesta en el orden de la existencia, lo que quiere decir que el fenómeno humano aparece como el estadio de la pregunta-conciencia en el devenir de la existencia.
Entonces, desde tu punto de vista poético, ¿la conciencia no pertenece a la vida?
La conciencia es un nuevo estadio de la existencia que aparece a partir del estadio de la vida, tal como la vida fue un nuevo estadio de la existencia que apareció a partir del estadio de la materia. En rigor, desde el punto de vista que mantengo, la conciencia no pertenece al hombre, solo aparece en el hombre. La conciencia pertenece a la existencia. Es el estadio de la existencia donde aparece la pregunta por el sentido, por el sentido no solo del hombre sino de la existencia y de la totalidad.
¿Y esto qué tiene que ver con la poesía?
Desde mi punto de vista, la experiencia poética es la experiencia de la conciencia de la pregunta como pregunta. La experiencia que intenta asumir el sentido de la pregunta. Porque la racionalidad, por su propia naturaleza, va a intentar sofocar el asombro, la zozobra, la incertidumbre, la inquietud, explicar, dar sentido, responder la pregunta de la conciencia, y lo hace desde diversas perspectivas, como la religión, la metafísica, la filosofía, la espiritualidad, creando una serie de relatos de sentido que calmen la angustia, que acallen el no saber con algún tipo de saber. La experiencia poética va a intentar recuperar el sentido de la pregunta como tal, intuyendo que toda respuesta de la racionalidad abortaría, como de hecho hace, el sentido de la pregunta. La racionalidad abordará la pregunta por el sentido como una cuestión a responder, porque ha de calmar la inquietud, favorecer la estabilidad, recolocar a la racionalidad como faro y timón de la supervivencia de la especie. Y esto precisamente es lo que está frustrando que el hombre pueda transitar el horizonte que ha abierto la pregunta por el sentido. Ese horizonte es el que intuyo que intenta recorrer la experiencia poética.
¿Podemos relacionar esa experiencia con la mística, con aquello que decía san Juan de la Cruz de “un saber no sabiendo”?
No. Son experiencias muy distintas. Todas las experiencias que culminen en un sentido, que se proyecten hacia una meta, son deudoras de los relatos de la racionalidad. Uno de los aspectos que más me interesan es comprender que las distintas espiritualidades que han desarrollado las diferentes culturas también son productos de la racionalidad. Solo un pensamiento poético podría pensar la pregunta como pregunta, pero nuestra civilización no puede producirlo. Toda civilización es resultado de un proyecto de supervivencia, crea un mundo de sentido. Dentro de ese mundo no puede darse un pensamiento poético.
Pero entonces, la experiencia poética es imposible, ¿no lo vives con angustia?
Dentro de un `mundo´ no puede darse experiencia poética es sentido estricto, en mi opinión. Pero puede darse una experiencia de salida de ese mundo, con lo cual estaríamos en el horizonte de la experiencia poética. La angustia no es no poder alcanzar el horizonte, sino carecer de horizonte que alcanzar. La angustia es la experiencia de saberse en un espacio fáctico, sin salida. El existencialismo lo puso muy bien de manifiesto.
Sin embargo, el hecho mismo de la muerte es irreversible.
Desde el punto de vista de la racionalidad la conciencia de la muerte es una frustración inevitable, una limitación de la vida, un contrasentido en el horizonte de la supervivencia. Ante ella, la racionalidad se hunde en la angustia o propone relatos sobre otro mundo o sobre la nada. Desde el punto de vista de la experiencia poética, la conciencia de la muerte es precisamente la conciencia de que no estamos aquí para sobrevivir, de que el proceso de la existencia queda abierto, no va a cerrarse cuando termine la vida. Es decir, el estadio biológico de la existencia no es el último estadio. De igual forma que la vida supuso un horizonte de la materia, la conciencia ha aparecido como un horizonte de la vida. Si la vida fuese el último estadio, la pregunta por el sentido no se hubiera producido en el estadio de la vida. El problema verdadero, desde el punto de vista poético, es que ese horizonte abierto por la conciencia ya no es fáctico, es solo posible. No se va a realizar necesariamente. Solo se ha abierto la posibilidad de que se realice. De ahí precisamente que la conciencia sea el estadio de la pregunta. Y de que toda recaída en la creencia en una realización fáctica de lo abierto sea una creencia típicamente racional.
Nunca habrá una respuesta.
La conciencia es el estadio de la pregunta. Debemos vivir la pregunta e intentar pensar la pregunta. Somos los únicos que podemos hacerlo. Porque la pregunta tiene sentido en sí misma. Lo único que la frustra son las respuestas. Esa experiencia de permanecer en la pregunta es lo que yo entiendo por experiencia poética.
Pero todo esto tiene poco que ver con la literatura.
La literatura, en general, es una continua re-significación del ‘mundo’. La racionalidad, en general, se desarrolla y se expande a través del lenguaje. Tanto es así que estamos a punto de habitar un lenguaje que ya no nos necesite, que nos provea de la racionalidad que le hemos dado. La inteligencia artificial es ya la racionalidad sin nosotros, y debemos reconocer que aquello que nos imponga será muy similar a aquello que nuestra racionalidad ha impuesto a la naturaleza durante milenios. Lo que la naturaleza ha sufrido por causa de nuestra racionalidad superviviente, es lo que nosotros vamos a sufrir a causa de la inteligencia artificial. Pero volviendo al lenguaje, tenemos que reconocer que es el lugar donde habitamos, el lugar donde pensamos. Está claro que la racionalidad biológica y superviviente aparece mucho antes que la conciencia, por lo tanto la conciencia aparece en el mundo de la vida superviviente. De ahí que el asombro ante la realidad y la conciencia de la muerte no tengan sentido de aparecer en un mundo de supervivencia biológica. Y de ahí, también, que la racionalidad haya sido la encargada de dar sentido a tales experiencia desconcertantes desde el punto de vista de la facticidad biológica. En mi opinión, el lenguaje podríamos decir que está latente en la estructura de la racionalidad superviviente y aparece desde el momento en que tal supervivencia requiere de la relación de dos o más organismos. A partir de ahí, el grado de complejidad no deja de aumentar y enriquecerse, hasta que un animal determinado tiene capacidad neuronal para articular señales simbólicas que minimicen el esfuerzo y multipliquen la efectividad. En un momento determinado de esa evolución, el lenguaje se autonomiza, por decirlo así, ‘salta’ más allá de la necesidades de la supervivencia, y se pone al servicio de la nueva necesidad de la racionalidad, que no es otra que responder al asombro y las perplejidades de la conciencia creando relatos de sentido. A partir de ahí, la creación de mundos imaginarios y la re-configuración y replanteamiento del acervo no cesa. En todo caso, la experiencia poética supondría un intento de salir de los relatos, de salir del mundo interpretado, como decía Rilke, de salir de la `literatura´.
Sin embargo, no cabe duda de que la poesía es literatura y se alimenta de la literatura a través de la historia.
Cierto. Pero hemos de reconocer que tenemos de la poesía la interpretación que nos ofrece la racionalidad. Para la racionalidad la poesía es una forma, o un subgénero, de la literatura que tiene sus propios cánones, su propio manejo del lenguaje disponible, en función de un interés expresivo o comunicativo determinado. Todas la `poéticas´, comenzando por la de Aristóteles, estudian las formalizaciones y las estrategias determinadas del lenguaje poético como un texto literario determinado. Incluso Cohen, el pasado siglo, centraba la característica del lenguaje poético en su capacidad de ensanchar el horizonte comunicativo del lenguaje común. Es decir, todo lo que pensamos de la poesía lo pensamos desde la racionalidad literaria, por decirlo así. Y a lo sumo que hemos llegado ha sido a reconocer en la poesía una cierta capacidad de re-significación del mundo un tanto especial y desconcertante, a veces útil para indagar en espacios interiores y sacar a la superficie experiencias que no se dejan interpretar por la racionalidad común. Desde mi punto de vista el poema es ya un síntoma de la necesidad de salir del lenguaje de la racionalidad. Pero no para posibilitar una racionalidad ampliada, sino para salir de la racionalidad como interpretación global de la vida. Y la forma de salir del lenguaje es la palabra (poética). Tenemos que tener en cuenta que el lenguaje es anterior a la palabra, de igual forma que la racionalidad es anterior a la conciencia. La palabra poética es la que se encuentra saliendo del lenguaje. El lenguaje manifiesta que estamos en el estadio de la racionalidad. La palabra (poética) manifiesta que estamos en el estadio de la conciencia. Por eso lo que entendemos culturalmente por ‘poesía’, en mi opinión, es un estadio de transición, una transición posible, no necesaria o fáctica, entre la racionalidad y la conciencia, que se hace visible, por decirlo así, en el ámbito del lenguaje. La manera que el lenguaje manifiesta esa especie de malestar que está sufriendo por causa de esa posibilidad de apertura. Lo que ocurre, como es lógico, es que la palabra poética en muy raras ocasiones culmina su salida del lenguaje, porque la fuerza centrípeta del acervo es descomunal. Y entonces la posible experiencia poética se frustra a favor del enriquecimiento de la racionalidad, amplía su territorio, pero no sale de él.
Pero la poesía expresa sentimientos y vivencias concretas del que escribe.
Claro. Eso es lo que digo que hace cuando no sale del lenguaje: lo enriquece con nuevas imágenes, con perspectivas originales, lo ensancha. Y además fortalece la identidad del poeta-escritor, su dominio, su automanifestación, su capacidad de ser diferente, de afirmarse en el ‘mundo’ de la literatura. Esto es totalmente legítimo. Cada individuo construye una identidad en el mundo que le ha tocado en suerte. Es inevitable. Yo entiendo, sin embargo, que la conciencia poética tiende a salir de ahí, hasta el punto de ofrecer la posibilidad de replantear la propia identidad del hombre. Y, desde luego, de poder vivir al margen de ese `mundo´.
Puedes aclarar esto último que dices respecto de la identidad.
La identidad es una cualidad que ha desarrollado la racionalidad superviviente. El conjunto de rasgos específicos que constituyen nuestro valor individual, ya sea frente a los demás o junto a los demás. La racionalidad nos dice que esos rasgos, extraordinariamente específicos y personales, emergen de lo común, están cimentados y como validados por la especie biológica a la que pertenecemos. Por eso cuando queremos saber quién es alguien buscamos en su pasado, en su genealogía, en sus herencias, en definitiva, buscamos en el origen. El origen nos dice quiénes somos desde el punto de vista de la racionalidad. Pero desde la perspectiva de la conciencia poética que yo mantengo, la identidad del hombre no está en el origen sino en el horizonte. No sabemos, en rigor, quiénes somos. Lo único que podemos intuir desde la conciencia poética es que somos la pregunta. Nuestra verdadera identidad es una posibilidad, no está cerrada o codificada en el origen, está abierta, tendrá que realizarse o frustrarse, no tenemos una identidad fáctica, como podemos pensar que tienen los animales, por ejemplo.
¿Y cómo sería posible recorrer ese camino hacia lo abierto? ¿Con la poesía?
No con la poesía, pero sí ‘poéticamente’. Lo que entendemos por ‘poesía’ ya he comentado que se trata de la emergencia de la conciencia en el ámbito del lenguaje de la racionalidad. Pero la experiencia poética no se reduce a la ‘poesía’, por supuesto. La experiencia poética es la experiencia de mantenernos y transitar el horizonte de la pregunta como pregunta, de la pregunta sin respuesta. La posibilidad real de asumir el estadio actual de la existencia, el estadio de la aparición de la conciencia, que nos dice que la vida queda abierta, que posiblemente podamos realizar una experiencia más allá de la biológica. Yo llamo amor a esa experiencia posible. O más bien diría que el amor es la experiencia que nos abre a esa posibilidad. Aunque utilizar ese término sea completamente contraproducente, porque el amor es un concepto interpretado. Interpretado por la racionalidad religiosa, sobre todo. Y ya es incapaz de salir del lenguaje, ha sido esclavizado en los relatos. Desde el punto de vista de la conciencia poética, llamaría amor a la experiencia radical de vivir la pregunta, de crear novedad más allá de lo fáctico. La posibilidad de que mi vida no sea supervivencia y de que el universo no sea fáctico. La palabra clave es ‘posibilidad’. Tal vez en otro momento podríamos profundizar en esto.
Casi todo el mundo está de acuerdo en que el amor es lo único que puede salvar al mundo…
Ese no es el amor al que yo me refiero. En principio, hay que aclarar que el problema del ‘mundo’ es un problema de la racionalidad, no de la conciencia. La conciencia no ha aparecido para salvar el mundo sino para abrir la posibilidad de otro estadio de la existencia. El mundo es un problema de la racionalidad, especializada en el asunto de la supervivencia desde que apareció la vida. Es la propia racionalidad la que está dejando de hacer su trabajo, la que está al borde de frustrar la propia supervivencia. El homo sapiens se desligó del nicho ecológico y comenzó a colonizar la tierra entera. Tenía inteligencia para mantener el equilibrio entre población y recursos, pero no lo ha hecho. La ambición del más fuerte ha sometido sistemáticamente al más débil. Era una opción seguramente heredada, pero limitada ecológicamente. Superado el límite ecológico, tenía inteligencia, como digo, para mantener el equilibrio, pero la ambición y el poder ha sido como un cáncer de la racionalidad superviviente. No sabemos si tiene cura a estas alturas. Pero de cualquier forma, repito, la conciencia no tiene que ver directamente con esto. Aunque vivir desde la conciencia, sabiendo que no hemos venido para quedarnos aquí, seguramente nos haría disfrutar de lo que nos ha sido regalado, agradecer este paraíso que se nos ofrece como lugar de salida, y organizar una convivencia algo diferente a la que estamos sometidos.
¿Crees que la experiencia poética podría ayudarnos a pensar de otra manera?
Pues ocurre algo parecido a lo que acabamos de comentar. La conciencia poética no aparece, en mi opinión, para enriquecer a la racionalidad superviviente, ni para darle nuevos argumentos a sus relatos de sentido. La conciencia poética es un nuevo estadio abierto y tendría que suponer una alternativa radical a la racionalidad. Por ese motivo no puedo aceptar los intentos del pensamiento filosófico por apropiarse de las intuiciones de la conciencia poética para alimentar sus argumentos. Admito la grandeza de la filosofía de todos los tiempos como creadora de respuestas de sentido y como ámbito del crecimiento y la autocrítica de la racionalidad, pero no admito que haya filósofos, como Heidegger, por ejemplo, que pongan la poesía a los pies de la racionalidad. Y tampoco puedo aceptar que haya poetas que crean que están enriqueciendo su experiencia poética acarreando experiencias espirituales de aquí y de allá. Desde mi punto de vista, estamos lejos de entender la novedad de la aparición de la conciencia, entre otras cosas porque la racionalidad, filosófica, metafísica, religiosa o espiritual, lo ocupa todo.
De hecho, hay un poema tuyo en el que indicas que no quieres respuestas, en Última alambrada, que es donde tratas más estos temas.
Pero no lo digo con aire de superioridad, en absoluto. Al contrario, lo que intento es que no me quiten la pobreza, pues es lo único que tengo, la primera experiencia de la conciencia, el encuentro con la pregunta, lo más propio del ser humano. Y me enfado mucho conmigo mismo de no saber salir del todo de las respuestas que me ofrece el mundo y la tradición, porque nací en esas respuestas, nací dentro de esos relatos, vivo inevitablemente con esa genética cultural. Y solo tengo el poema para salir de ahí, que además me han dicho que es literatura y que debe ser sometido a juicio canónico. Sí, yo escribo poemas, he publicado libros, pero estoy luchando con mis poemas, no escribo poemas como quien hace una obra de arte, ni para ser premiado, el poema es un lugar de terrible o lúcido sufrimiento, es intentar comprender que en la experiencia de la vida, en la conciencia de lo que te ocurre, habita la pregunta sin respuesta, y que esa pobreza es la mayor alegría que tenemos. Profundiza lo suficiente en cualquiera de tus vivencias y te encontrarás con una pregunta sin respuesta, ese es el límite al que intenta llegar el poema y eso no tiene que ver con la literatura, es más, la ‘literatura’, como la entiende nuestra cultura, está diciendo todo lo contrario: que eres un escritor, que mereces un sitio en el mercado cultural, que puedes estar orgulloso de tu ‘obra’… aunque el poema se escribe en profunda soledad, una soledad llena de contradicciones y de intentos de salida.
¿Tu modo de escribir ha cambiado con el tiempo? ¿Cuál es la relación entre la intuición y el trabajo?
Claro que ha cambiado. Yo comencé a escribir cartas de amor a novias inexistentes. Era un niño. Pienso que quería salir de aquella soledad de la que antes hablamos, y necesitaba encontrar a alguien que me acompañara. O tal vez sería la primaria y confusa intuición de que solo el amor realiza la existencia. Aquello quedó a las puertas de la adolescencia. Después fui entendiendo que uno escribe para que no le interpreten la vida. La verdad es que todos nacemos ya interpretados. El tiempo y el espacio nos condicionan. El poema fue entonces el intento de mantener un diálogo interior para clarificar el sentido de mi propia soledad, supongo, o porque ya sospechaba que el mundo estaba ahí fuera dispuesto a decirme lo que tenía que pensar, lo que tenía que creer, lo que debía saber, lo que tenía que hacer, lo que podía esperar… en fin, que muy pronto me di cuenta de que yo tenía que vivir en el mundo, pero que yo no podía darle al mundo mi vida para que él me la viviera. Mi vida tenía que vivirla yo mismo, aunque no tenía ni idea de cómo podría hacerlo, ni siquiera sabía si eso sería posible. Y por eso comencé a escribir poemas, supongo. Con el paso del tiempo creo entender que en el fondo se trata de lo que antes hablamos: la lucha de la conciencia por abrir un horizonte diferente, que para eso la tenemos.
Y, según tú, ¿el poema ya manifiesta la victoria de la conciencia?
No. El poema no es una victoria de la conciencia, pero sí la confirmación de que nos movemos lentamente hacia una comprensión de la realidad que tiende a liberarse del horizonte fáctico de la racionalidad y la supervivencia. El poema es un adentrarse en la pobreza, buscar dentro de ella, no para encontrar un tesoro y salir a venderlo, sino para reconocer que la pobreza, la pregunta, es habitable, se puede vivir ahí, como si vivir ahí estuviera ya más allá de la muerte, más allá de la razón. Luego, sobre los contenidos formales o temáticos también se puede pensar. Y, desde luego, la evolución de las formas poéticas a lo largo de la historia también me parece significativa, sobre todo a partir del simbolismo y la liberación de la armonía y otros `valores artísticos´ impuestos desde fuera. Pero lo importante para mí es que exista el poema, esa es la cuestión radical. Los contenidos del poema tendrán mucho que ver con el momento cultural y la mentalidad del que lo escribe, pero la existencia del poema es ya para mí un signo totalmente desconcertante que un poeta nunca puede dar por superado.
En tu opinión, ¿qué tiene que tener un libro de poemas para que digamos que estamos ante un libro de calidad?
La calidad es un concepto de la racionalidad, y además muy problemático. Para mí la calidad tiene que ver con la coherencia y la honradez. Si consideramos un poema una obra de arte, por ejemplo, su calidad dependerá de la maestría en la utilización de los recursos artísticos que el autor ha manejado. Si consideramos un poema como algo que tiene que ver con el diálogo entre razón y conciencia, como antes he apuntado, entonces la calidad depende de otras cosas. Pero es verdad que el poema es lenguaje, un lenguaje que ya está cargado de significados antes de que lo utilicemos, de manera que el poema, en todo caso, será una lucha del lenguaje contra el lenguaje. Esa lucha puede ser un juego lúdico y cultural, en el mejor sentido, y su calidad será artística. Pero esa lucha puede que no sea un juego, y entonces su calidad puede venirle de otros ámbitos. El problema es que el concepto de calidad lo impone la cultura dominante de cada momento. Y creo que el concepto de calidad de la cultura dominante hoy día en occidente es una de las evidencias de que nos hemos instalado en una cómoda autosatisfacción, a veces sublime y a veces francamente mediocre. Un buen poema, en todo caso, en mi opinión, es el que no instala en la autosatisfacción al que lo escribe, sino que lo coloca en un estado de expectativa permanente. Lo que más me importa en un poema es que haya un conflicto real, si se está dilucidando algo verdadero.
Y qué piensas del lector de poesía.
Un ‘lector’ busca siempre, en principio, literatura. El hecho de que haya pocos lectores de poesía quizá quiera decir que precisamente no encuentran lo que buscaban. Pero el mercado es sabio y no deja de proponer a los poetas, sobre todo a los jóvenes, que hagan literatura, que busquen elementos comunes, que se muestren cómplices y atractivos, para que puedan ampliar el círculo de sus lectores. Es la misma lógica que se da en las redes sociales. Mientras más lectores más éxito y más beneficio para todos. Esto es pura racionalidad superviviente. Muchos desean, legítimamente, tener un papel más o menos protagonista en el teatro cultural del mundo. Pero leer un poema es como beber un trago de agua o contemplar un pájaro que te precede mientras caminas hacia las afueras. Lo importante es salir.
¿Cómo estructuras tus libros? ¿Escribes poemas sueltos, tienes una idea preconcebida de libro?
No. Nunca tengo la idea de libro. Escribo poemas, o mejor dicho escribo versos. Y yo diría que tampoco: escribo palabras. Cuando intuyo que una palabra sale del lenguaje intento escucharla con atención, detenerme en ella, buscar dentro de ella, preguntarle por qué ha salido, dejarme llevar hacia donde me lleve. A partir de ahí surge el verso, y el verso ya contiene el poema, y el poema es como el precario reflejo de la luz de aquella palabra en la oscuridad del lenguaje. Luego, con el tiempo, compruebas que algunos poemas surgieron de una misma perplejidad, de una búsqueda similar, y los reúnes en una relectura que también es un ejercicio revelador. Pero lo que sí te puedo decir es que el poema es mi forma de existir desde la conciencia. Si concibiera la existencia desde la razón o la supervivencia, escribiría otras cosas. Creo que todos mis libritos, no solo los de poesía, caminan hacia ese horizonte, cargados con mis limitaciones y con los altibajos lógicos que tiene la vida.
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