Maestro, de Bradley Cooper
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Da un salto de gigante Bradley Cooper en este su segundo largometraje como director, producido por Martin Scorsese y Steven Spielberg con guion propio y de Josh Singer, que también interpreta. Hacer un biopic nada canónico sobre la personalidad excesiva de Leonard Bernstein no es cosa fácil. Opta el actor metido a director por jugar con la elipsis como principal herramienta narrativa para que sea el espectador quien vaya rellenando los numerosos vacíos provocados por los saltos temporales de la historia. Empieza el film con unos fotogramas en blanco y negro con un Leonard Bernstein joven que accede a dirigir la Orquesta Sinfónica de Nueva York en 1943 por enfermedad del titular y de ahí al estrellato y relacionarse con la joven actriz chilena costarricense Felicia Montealegre (extraordinaria Carey Mulligan) con quien une su destino para siempre y funda una familia a pesar de que nunca ocultó su homosexualidad el director de orquesta que coleccionó a lo largo de su vida una larga lista de amantes.
La música está muy presente en la película a lo largo de sus dos horas largas de duración, pero no es lo nuclear del film. Leonard Bernstein, que vivía para su pasión (su más afamada creación fue la partitura musical de West Syde Story), no descuidó nunca sus relaciones afectivas con su esposa, a la que cuida con mimo cuando su vida es sacudida por un agresivo cáncer, ni con sus tres hijos a los que adora y trata que comprendan su forma de vida libérrima y sin ataduras. Leonard Bernstein dirigía piezas clásicas de la conocida como música culta a la vez que componía temas populares, del mismo modo que era un ejemplar marido y padre de familia y, al mismo tiempo, amante promiscuo de cuanto efebo pasara por delante y cocainómano. Esa contradicción artística y vital resulta nuclear en el film de Bradley Cooper para comprender a su personaje. El director de orquesta no es un monstruo egocéntrico como lo pudo ser Picasso, sino un hombre con una serie de debilidades que lo hacen humano y que son comprendidas y toleradas por su esposa que antepone su amor por el maestro a los celos por sus numerosas aventuras porque siempre vuelve a ella. Existe entre ellos un pacto no escrito de tolerancia.
La película tiene un tono caótico y desenfadado, como la vida del personaje que recrea. Los momentos de euforia, las fiestas, los coqueteos del maestro con sus discípulos masculinos son recogidos minuciosamente por ese Bradley Cooper director que construye un calidoscopio cinematográfico sobre ese genio musical y contagia a la narración con su extraordinario vitalismo. Leonard Bernstein (Bradley Cooper) lo da absolutamente todo, hasta el límite, en una de las escenas dirigiendo su orquesta que puede ser la imagen icónica de esa fusión intérprete con interpretado que se produce y es pura magia. Sería muy injusto que la película Maestro no saliera de la carrera de los Oscar con algún galardón, o que el propio Bradley Cooper no lo recibiera por su extraordinaria caracterización e interpretación. Leonard Bernstein, desde su tumba, debe sentirse muy satisfecho del retrato respetuoso y veraz que ha hecho de él. Es como si Bob Fosse hubiera resucitado en la piel del actor.