‘La malnacida’, de Beatrice Salvioni

DANIEL GONZÁLEZ.

Con ecos neorrealistas en el tono y ritmo, y dimensiones cuasi-bíblicas en los nombres de los personajes, la más que debutante Salvioni, una lombarda con mucho que contar, presentó a principios de año esta historia de una marginada social que vivió el fascismo de Mussolini, mientras los aviones del Duce no se sabía si iban o venían de Etiopía para llegar a este norte de Italia en el que la Segunda Guerra Mundial se intuye desde un presente, el actual, que vivimos desde cierta oscuridad, siquiera de lejos, y que empieza a hacer estragos.

El arranque no puede ser más violento ni certero en este texto pequeño fraguado en la Scuola Holden, apadrinada por el magnífico escritor y autor del long-seller Seda, Alessandro Baricco: Francesca, protagonista y narrador testigo de su propia amistad con Maddalena yace inconsciente en la orilla del afluente del río Po, Lambro, producto de una violación cuyo autor permanece a su lado, muerto. Maddalena salva a su amiga de algo más que el furor y del frío por las corrientes de aire que seguiremos respirando durante más tiempo, un frío que nos habla de ultracatolicismo en el colegio, de la necesidad a veces de callar, nadar y guardar la ropa —que dirán otros— o simplemente sobrevivir.

Porque La Malnacida es posible que hable de amor sí, pero de uno bien diferente al que día a día imaginamos en este tiempo tan desmemoriado y que lleva aún más siendo profiláctico, nos habla efectivamente de ese mandamiento cristiano por el que debemos amar también al prójimo como a nosotros o nosotras mismas. Tal y como se señala en las referencias finales, el texto está lleno de referencias a Alighieri, Leopardi, a canciones populares y hasta a algún fragmento de aria de Verdi. Gracias a ello, conocemos de su universalidad a la hora de tratar ciertos temas nada comunes y que ponen el dedo en la llaga sobre el sentido de nuestros actos, pensamientos y omisiones.

Así pues, desde ese “era una bruja, de esas que le pegaban a una el aliento de la muerte” hasta la llegada de la Parca, pasa mucho más que una narración sólida y certera, cargada de incomprensión y con elementos muy cinematográficos en tanto en cuanto vemos ese movimiento, hasta “en su mundo sólo había dos cosas seguras: lo que no lograban explicarse era obra de Dios o del demonio; y los hombres nunca tenían la culpa” donde a su vez no sólo se hace una crítica al todavía machismo imperante a pesar de los pesares, sino que se reivindica una voz a través de Francesca que es la del grito de Munch, consistente en dar voz a aquellas personas que nunca la tuvieron, y que se comunicaban con silencios o monosílabos. Se dice que Baricco, padrino de la autora, escribe con poco léxico a su favor (esta es una de las críticas a su vez más feroces que se instala sobre él desde hace años) lo que poca gente sabe es que este “estilo” requiere mucho tiempo de cocción y mucha goma de borrar.

Por otro lado, nos gustan cada vez más obras como esta también por esta aparente falta de pretensiones, en un tiempo donde llegar más lejos, no tiene por qué significar otra cosa. De ese impasse o nudo del que se espera que hablemos destacamos el poder del diálogo que borra la necesidad de descripciones superfluas, por ejemplo, hacia el final: “gritó y le arañó las manos para liberarse de su presa. Pataleaba y vociferaba palabrotas, insultos vulgares que nunca le había oído”.

Otro sacramento del que se hace partícipe Salvioni de Maddalena es el de la comunión en un sentido no solo de fraternidad civil, sino casi o también religioso, lo que emparenta a estos personajes no solo con las comentadas tradiciones, sino con las más actuales, Elena Ferrante y Elsa Morante a la cabeza. La novela ha sido elegida igualmente para ser recreada audiovisualmente como serie, al igual que La amiga estupenda, de la primera de ellas.

Como podrá suponerse, el manejo de los tiempos y espacios en Salvioni no cae en ningún momento en el maniqueísmo hombres/mujeres, y esto lo logra igualmente con la sustantivación, pues no solo vive en el libro la malnacida, sino un grupo de chavales de similares actitudes y comportamientos que reciben el mismo apelativo en plural masculino y juegan a los mismos juegos, por más que no sean como ella, muchas veces más por desgracia que, por rasgo.

Ya solo queda por comprobar si la adaptación al menos le hace verdadera justicia.

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