‘Una habitación con vistas’, la novela de E.M, Forster

FRANCISCO JOSÉ GARCÍA CARBONELL.

La primera experiencia romántica suele coincidir con esa etapa de la vida en que uno empieza a cuestionar las ideas de los mayores. Foster, el autor de esta obra, no solo vivió de modo muy intensos esos años, esos donde los jóvenes se vuelven poetas para crear posibles mundos alternativos, sino que fue un ferviente militante frente a la hipocresía de su propia clase burguesa.  Primero a través de la sociedad secreta Los Apóstoles, durante su etapa universitaria en el King`s College de la Universidad de Cambridge, más tarde perteneciendo al conocido grupo de Bloomsbury, al que también perteneció Virginia Woolf, Dora Carrington, Gerarld Brenan o Lytton Strachey entre otros, el escritor quedó impregnado de toda la crítica social que se desprendía de aquellos ambientes intelectuales y que luego, tan bien, logró centrar en esta novela.

Porque esta es una obra reivindicativa y que abre al debate, incluso más en nuestros días. Podríamos traer a coalición, en esta discusión que  suscita  la lectura de la novela,  Una habitación propia, el ensayo escrito por Virginia Woolf o, ya puestos, tirar del hilo y hablar sobre una poética de la resistencia  desde ese cuarto propio conectado de Remedios Zafra.

Acaso dentro de ese delicioso triangulo de sentimientos encontrados, de romances confusos, se esconde algo profundo que desde luego no es captable a través de la mirada superficial de un lector vago ¿es la mera disputa de dos individuos por el amor de una mujer lo que mueve en realidad la trama? ¿No es quizás la historia de una mujer que ocupa una habitación cuyas ventanas conectan a una ciudad de costumbres flexibles, esa que vio emerger lo mejor del Renacimiento, y que se rodea de un ambiente que le hacen sentir cosas inadecuadas frente a la educación que le han encorsetado?

Esta obra es un paso, uno de los tantos que dio Foster en su vida, en donde no solo se carga contra las normas sociales impuesta, incluso contra la propia naturaleza humana, sino que rompe con la propia construcción del ideal de mujer. Cecil, el hombre bien considerado que se compromete con Lucy, nuestra protagonista, y que la tiene idealizada bajo esas formas sociales, por otro lado se encuentra George, el cual le ha cedido amablemente esa habitación con vista, lo cual ya le da por sí un contenido simbólico a esta historia, y que no la ve como algo suyo sino como una compañera de vida.

Es así, que esta es una novela de miradas, las cuales perciben y nos autoperciben junto a la propia protagonista. Esta recorre un camino que la conduce no hacia un final feliz y simplón, sino a esa misma felicidad que también empujo a Carmen de Burgos, la escritora española, a dar una inversión al fatídico final del  Crimen de Nijar, la obra que inspiró las Bodas de Sangre de Federico García Lorca, y optar en su Puñal de claveles por darle valor a la voluntad de la mujer frente a la rigidez mental que marca una tradición.

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